20 de abril de 2016

2073- CUANDO EL HAMBRE APRIETA.

En Perú y en el mundo entero se sabe de antiguo que Los Incas eran gentes extraordinarias, dotadas de grandes conocimientos y capaces de realizar obras que ni aún a día de hoy podrían repetirse. Ahí tenemos el Machu Picchu, las misteriosas 'líneas de Nazca' y los singulares 'Puquios', capaces de hacer correr el agua en mitad del inmenso desierto. 

Increíble que en aquellos tiempos, sin ninguna ayuda técnica, se pudieran llevar a cabo infraestructuras que en un mundo tan tecnológico como el actual serían casi imposibles. Está claro que la fe mueve montañas, pero cuando el hambre aprieta lo hace doblemente.
Piedras inmensas, ciudades enteras, talladas a medida. Piedras totalmente diferentes y exactamente encajadas unas con otras, sin argamasa y en las que resulta imposible colar una simple moneda entre ellas. Pero si eso es sorprendente el estudio de los 'puquios' nos deja una vez más boquiabiertos. ¡Pozos horizontales!. Así, como lo oyen. ¿Era necesario tanto esfuerzo?. Pues sí, lo era. Transformar el desierto en vergel no era fácil y ellos lo consiguieron.

Sin medios técnicos de ninguna índole, habían de encontrar el agua de los acuíferos subterráneos y después hacerla llegar hasta la tierra fértil que, en su unión con el líquido elemento, les proporcionara las cosechas necesarias para su alimentación y todo ello sin que la acequia dejase de fluir y de alimentar el manantial. Los valles más áridos del planeta se convirtieron en productores de los más variados alimentos y con ellos llegó el bienestar y la riqueza de la zona. Pero si detectar el agua y conseguir alcanzarla era todo un reto, más aún lo era subirla hasta la superficie y mantener tan sofisticada infraestructura. Para ello se construyeron los cientos de 'puquios', pozos en espiral que permitían acceder al acuífero y mantener el acueducto en perfectas condiciones.

Encontrada el agua debía construirse un acueducto subterráneo que, en mínimo desnivel, llegase a un punto donde el agua saliera a la superficie de forma natural y en ese punto construir la balsa o 'cocha' que la almacenase. En el caso de que el acuífero fuera superior a la necesidad de la parcela, más abajo se podría construir otra balsa que almacenase el agua sobrante de la balsa anterior y así sucesivamente. Según las características del terreno eran necesarios más o menos 'puquios' a fin de que, aún estando enterrado, el acueducto estuviera siempre al alcance de los encargados de su mantenimiento, normalmente los propios usuarios del mismo. Su construcción en espiral estaba realizada con las piedras propias de la zona.

El llamado 'pozo horizontal' no es otra cosa que una galería que se construye en mínima pendiente y hasta llegar a un punto que, por las condiciones naturales del terreno, el agua llegue a la superficie por sí sola. El subsuelo siempre sorprende. Allí, como en cualquier parte del mundo, hay acuíferos más o menos importantes que llegan de zonas algunas veces tan lejanas que parecen auténticos milagros, pero allí están. Actualmente hacer un pozo y extraer las aguas del subsuelo es más o menos fácil y hasta incluso económico pero, en aquellos tiempos, constituía una auténtica proeza. Dignas pues de admirar aquellas cabezas pensantes y unas manos siempre dispuestas a los mayores sacrificios.

RAFAEL FABREGAT

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