5 de junio de 2015

1781- LAS CUERDAS DEL VIOLÍN.

Esta noche he tenido un sueño que no sabría cómo calificar. Entre divertido y preocupante, pero casi erótico. Sublime, como el sonido de las cuerdas del violín, algo glorioso, casi divino. Ya sabéis que no es fácil recordar un sueño, por la rapidez con la que éste se diluye al despertar, pero en esta ocasión parece haberme impactado lo suficiente para recordar al menos su esencia en estas primeras horas del día.


Yo he estado y estoy enamoradísimo de mi mujer. Su casa paterna y la mía se tocaban entre sí y, aunque yo soy cuatro años mayor que ella, se puede decir que caminamos juntos desde niños. En la adolescencia nuestras pandillas se reunían con frecuencia en aquellas sesiones de baile tan popular de la década de "los 60" llamadas guateques, que con un puñado de discos y el novedoso "pick-up" (tocadiscos) llenaban las tardes de los fogosos adolescentes sin dinero, que fue nuestra juventud. Fue por tanto mi primer y (casi) único amor y desde luego el gran amor de mi vida. Me correspondió y se convirtió en mi novia con 16 años recién cumplidos. Desde entonces se ha desvivido por mí y por nuestras hijas, convirtiéndose en amante y compañera de penas y alegrías. 


Sin embargo, en el plano de la emotividad nuestros caracteres no son todo lo afines que yo hubiera deseado. Quizás por no haber conocido a mi madre, yo soy más sensiblero y siempre he echado de menos esa ternura que solo he visto en las películas. Supongo que esto sucederá a muchos matrimonios, aunque ambos miembros de la pareja hayan disfrutado de las caricias de sus madres. Será que cada cual es como es y ya está. La cuestión es que yo, a pesar de saberme querido, siempre he echado en falta ese granito de arena, esa pizca de salsa, que ni en más tierna infancia tuve ocasión de conocer. Es el único aspecto negativo que puedo encontrar en los más de 40 años de vida matrimonial.


Pues bien, esa ha sido fundamentalmente la base de mi maravilloso sueño en esta pasada noche. Siempre de fiesta en fiesta pero, a pesar de ir siempre acompañado de mi mujer y amándola fuera de toda duda, había otra compañera que nos acompañaba allá donde fuéramos. Por lo visto, tras ocho siglos de ocupación mora, aquí en el Levante español la mayoría llevamos en nuestras venas mucha sangre morisca. Perdidamente enamorada de mí, solícita en todo cuando pudiera necesitar y necesitada (como yo) de más amor del que la mayoría te puede dar. A pesar de la mucha amabilidad que nos achacan a los españoles los turistas o visitantes extranjeros, la verdad es que, en comparación con las mujeres sudamericanas, la mujer española es muy independiente y por tanto más falta de cariñosa sensibilidad.


Tanto es así que, siendo mi mujer compendio de amor y de virtudes, por lo soñado esta noche, debo echar a faltar ese plus de melosidad que aún queriendo no puede darme. ¿Qué le vamos a hacer?. Hay amor, que es lo más importante, amabilidad, detalles, pero falta esa zalamería que como niños grandes necesitamos algunos hombres. ¿Será el complejo de Edipo?. No exactamente claro, puesto que solo se trata de la parte positiva del mismo. Son muchas las personas, especialmente cuando se llega a la vejez, que necesitan mucho más amor del que reciben. No quiere decir que sea poco, pero esto es como el dinero... ¡que nunca es demasiado y siempre nos sabe a poco!.


El final es dramático, todo un desastre. La trama, quizás influenciada por la película de gansters que pasaban anoche por TV Española, se movía en este ámbito. La chica que tan locamente me amaba y tan feliz me hacía, resultó gustarle al jefe de la banda y no pudiendo conseguir su amor decidió liquidarme. Rabioso se sacó el revolver y vació el cargador sobre mi cuerpo. Yo de pie, incrédulo, recibí los impactos sin concienciarme de lo que estaba ocurriendo, hasta que poco a poco mis piernas dejaron de sostenerme y caí muerto al suelo. Desastroso final para uno de los más bellos sueños de mi vida. ¡Una verdadera lástima...! Ahí me desperté. Claro que, estando muerto, poco más podía hacer...

RAFAEL FABREGAT

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