26 de noviembre de 2013

1194- IDEAS SALVAJES Y DESPIADADAS..

Plaza de Toros de Castellón de la Plana.
A un servidor, que quieren que les diga, lo de las corridas de toros le parece una salvajada. Ya nací con esa creencia y aunque llegaron a ofrecerme varias veces entradas para ver dicho espectáculo de forma gratuita, nunca las acepté. Sin embargo, ya con cuarenta y tantos años cumplidos, me dije a mí mismo que no se podía negar y menos criticar lo que no se conocía. Dicho esto y aprovechando que estábamos pasando unos días de la Feria de la Magdalena en nuestro piso de Castellón, fui a la taquilla y compré entradas para mi mujer y para mí. Según los entendidos, era una corrida extraordinaria pues en el cartel figuraban los mejores toreros del momento y llegadas las cinco de la tarde allá que nos fuimos. En vivo y en directo la salvajada aún me pareció mayor si cabe. No vimos arte ninguno, sino la lucha de David contra Goliat, en la que naturalmente el toro siempre es el perdedor.

Cartel anunciador del evento.
Todos sabemos que en España lo del toreo siempre ha tenido muchos adeptos, a pesar de que no hay novedad alguna en las corridas y que la única gracia está en conseguir hacerle al toro las cuatro fechorías habituales, no siempre posibles. Deslomarle con la pica, para mermar sus defensas naturales y meterle tres pares de banderillas intentando "resucitarle" tras el doloroso castigo. Eso, cuatro tandas de muleta y la muerte. Verdaderas "historias para no dormir". ¡Mariquita quien así piense...! -dirán algunos. Pues vale. La cuestión es que en 1.898 se le ocurrió a alguien que lo del toreo estaba ya muy visto e intentó introducir novedades. Cuatro (locos) empresarios cogieron la antigua Plaza de Toros de Madrid, lugar en la que actualmente está emplazado el Palacio de Deportes y organizaron un espectáculo a la usanza de los circos de la antigua Roma enfrentando en el ruedo a un toro con un elefante.

Otra imagen anunciadora del espectáculo.
Aunque no mató, el toro era una verdadera máquina de matar. Nada menos que 600 Kg. largos de peso y más de 5 años de experiencia, mientras que el contrincante era una indefensa cría de elefante. Aquel nefasto día 13 de Febrero de 1.898 los espectadores vieron inmediatamente que, a pesar de las diferencias volumétricas a favor del elefante, la lucha no podía ser más desigual. Para colmo de favoritismos a Nerón, que era el feo nombre del elefante, a pesar de que apenas le asomaban los colmillos, le ataron una pata a una cadena de 16 metros clavada en el centro de la plaza con una estaca.  Este espectáculo se ofreció entre el tercero y cuarto toro de la tarde, a modo de novedad y entretenimiento en el descanso de la lidia. Aquella tarde especial, las entradas habían costado 2,25 pesetas y la gente esperaba expectante la novedad anunciada.

Foto real de Nerón, un cachorro todavía sin colmillos.
Según cuentan las crónicas de la época, apenas el toro (Sombrerito) saltó a la arena, Nerón arrancó la estaca y comenzó a deambular por el ruedo provocando el pánico de los espectadores que casi vaciaron la plaza. Lógicamente el animal estaba asustado y solo buscaba la protección de sus cuidadores. El toro fue retirado y se ató nuevamente a Nerón a la estaca, soltando a continuación a Sombrerito que embistió a la cría de elefante un par de veces. Viendo que el supuesto enemigo no ofrecía resistencia alguna, el toro se desentendió del paquidermo y lo ignoró olímpicamente. Pasaron los diez minutos de descanso de la corrida y la gente, que había vuelto al coso taurino, deseosa de sangre y violencia comenzó a impacientarse y a silbar por lo que los organizadores retiraron a Sombrerito y sacaron a otro toro más bravo todavía que dio dos fuertes embestidas a Nerón dándole varios puntazos.

Aquel animal, que de Nerón solo tenía el nombre, intentaba huir desesperado mientras el encarnizado toro no paraba de atacarle. Ahora sí, el público rugía enfervorizado como en los circos romanos sucediera 20 siglos atrás. Ante lo patético de la situación, la presidencia dio por concluido el esperpéntico espectáculo. El toro fue recluido nuevamente en los corrales en medio de una impresionante ovación del público asistente, mientras el elefante recibía una humillación más que, afortunadamente, el animal no supo interpretar. Una lluvia de naranjas inundó la arena de forma despreciativa y, aunque herido, Dumbo cogió varias de ellas y se las comió.  Afortunadamente las heridas de Dumbo no resultaron graves y con la tranquilidad que le brindaba su jaula en el zoológico, se curó en poco tiempo. El horrendo espectáculo, nunca más se volvió a repetir y es que, ni buenas ni malas, hay cosas que no admiten segundas partes...

RAFAEL FABREGAT 

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