Con una iglesia abarrotada de gente, despedimos ayer a Alberto Martí Escuriola, uno de mis mejores amigos sino el mejor. Son muchos los que prodigan alabanzas a los difuntos, especialmente cuando éstos abandonan este mundo de penas e injusticias a una edad relativamente temprana, pero esta entrada no es ni pretender ser una loa a las virtudes de una persona que ya no está entre nosotros. Y no es porque Alberto Martí no la merezca, que sí la merecía y mucho. Se trata simplemente de que a un servidor no le ha gustado nunca alabar a los vivos y mucho menos a los muertos. Me parece una hipocresía en la que nunca quise caer. El amor, como la caridad, es cosa de hechos y no de palabras.
Perfectos no somos nadie, ningún ser humano lo es, pero nadie podrá negar la generosidad de esta persona, siempre dispuesta a echar una mano a todo aquel que lo necesitase.
Alberto Martí Escuriola tenía virtudes y defectos como tenemos todos, pero justamente por ser generoso guardó los defectos para sí, ofreciendo sus virtudes a los demás. Si había alegrías que celebrar hacía partícipes a todos y si había penas, se las quedaba para él.
Siempre dispuesto a hacer un favor a cualquiera sin mirar días, ni horas, ni costes. No puede decirse que todos le hayan pagado con la misma moneda, porque esa bondad no la tenemos todos. Le sobrara o le faltara, su cartera era siempre la primera que se ponía sobre la mesa. Después, como siempre sucede, unos corresponden y otros se escaquean. Así es este mundo egoísta en el que nos ha tocado vivir.
Como todos, Alberto habrá tenido sus fallos, pero más de puertas adentro que de puertas afuera. Es defecto de los generosos, estar siempre dispuesto a apuntalar la casa de los demás aunque la tuya también presente grietas. Siempre dispuesto a ayudar a quien se lo pidiese, dejaba pendientes obligaciones propias para atender las ajenas. Su mayor defecto era ignorar que la caridad bien ejercida empieza por uno mismo. Era incapaz de entender esa realidad que lo es todo en este mundo egoísta en el que vivimos.
Alberto hizo una cosa que nadie de Cabanes ha hecho nunca, ni hará jamás, porque Alberto Martí Escuriola no hubo más que uno. Durante más de diez años estuvo saludando día si y otro también a una persona que no respondía a su saludo. Eso nadie más que él lo hubiera tolerado, pues todos somos demasiado orgullosos. Aquella persona, despechada, actuó así con otros que dejaron de saludarle sin más. Pero Alberto seguía y seguía hasta que consiguió doblegar la voluntad de aquel "enemigo" que, en realidad, lo había querido siempre, como a muchos otros que no supieron comprender ni preguntaron. Como no podía ser de otra manera, aquel que no respondía a sus permanentes saludos hubo de claudicar y un buen día le devolvió el saludo. A partir de ese momento Alberto se creció más si cabe y aquella amistad fructificó de nuevo, hasta convertirse en cordial y permanente, como lo había sido años atrás, pero ahora hasta el final de sus días. Yo fui aquella persona... y hubiera lamentado mucho que esta reconciliación no se hubiera llevado a cabo. Adiós amigo, gracias por tu comprensión y generosidad. Si hay un "más allá" espero encontrarte de nuevo.
RAFAEL FABREGAT
Perfectos no somos nadie, ningún ser humano lo es, pero nadie podrá negar la generosidad de esta persona, siempre dispuesta a echar una mano a todo aquel que lo necesitase.
Alberto Martí Escuriola tenía virtudes y defectos como tenemos todos, pero justamente por ser generoso guardó los defectos para sí, ofreciendo sus virtudes a los demás. Si había alegrías que celebrar hacía partícipes a todos y si había penas, se las quedaba para él.
Siempre dispuesto a hacer un favor a cualquiera sin mirar días, ni horas, ni costes. No puede decirse que todos le hayan pagado con la misma moneda, porque esa bondad no la tenemos todos. Le sobrara o le faltara, su cartera era siempre la primera que se ponía sobre la mesa. Después, como siempre sucede, unos corresponden y otros se escaquean. Así es este mundo egoísta en el que nos ha tocado vivir.
Como todos, Alberto habrá tenido sus fallos, pero más de puertas adentro que de puertas afuera. Es defecto de los generosos, estar siempre dispuesto a apuntalar la casa de los demás aunque la tuya también presente grietas. Siempre dispuesto a ayudar a quien se lo pidiese, dejaba pendientes obligaciones propias para atender las ajenas. Su mayor defecto era ignorar que la caridad bien ejercida empieza por uno mismo. Era incapaz de entender esa realidad que lo es todo en este mundo egoísta en el que vivimos.
Alberto hizo una cosa que nadie de Cabanes ha hecho nunca, ni hará jamás, porque Alberto Martí Escuriola no hubo más que uno. Durante más de diez años estuvo saludando día si y otro también a una persona que no respondía a su saludo. Eso nadie más que él lo hubiera tolerado, pues todos somos demasiado orgullosos. Aquella persona, despechada, actuó así con otros que dejaron de saludarle sin más. Pero Alberto seguía y seguía hasta que consiguió doblegar la voluntad de aquel "enemigo" que, en realidad, lo había querido siempre, como a muchos otros que no supieron comprender ni preguntaron. Como no podía ser de otra manera, aquel que no respondía a sus permanentes saludos hubo de claudicar y un buen día le devolvió el saludo. A partir de ese momento Alberto se creció más si cabe y aquella amistad fructificó de nuevo, hasta convertirse en cordial y permanente, como lo había sido años atrás, pero ahora hasta el final de sus días. Yo fui aquella persona... y hubiera lamentado mucho que esta reconciliación no se hubiera llevado a cabo. Adiós amigo, gracias por tu comprensión y generosidad. Si hay un "más allá" espero encontrarte de nuevo.
RAFAEL FABREGAT
No hay comentarios:
Publicar un comentario