La segunda batalla tuvo lugar junto al río Sesia...
Un ejército de 40.000 franceses fue derrotado por los tercios españoles, con tal contundencia que los supervivientes fueron obligados a retirarse a Lombardía.
Tras arrasar varias plazas fuertes, en 1.524 Francisco I entró en Aviñón obligando a los imperialistas a retirarse.
En Octubre de aquel mismo año entraba victorioso en Milán mientras los españoles se atrincheraban en la ciudad de Pavía.
Las tropas imperiales estaban formadas por 1.000 españoles, 5.000 lansquenetes y 300 jinetes pesados.
Las tropas francesas, aún a riesgo de debilitar otras plazas, reunieron 30.000 hombres y 53 piezas de artillería, sitiando completamente la ciudad de Pavía.
Mientras los franceses esperaban la capitulación de Pavía, 15.000 lansquenetes alemanes y austriacos se desplazaban con órdenes del emperador Carlos V de poner fin al asedio y expulsar a los franceses del Milanesado.
Enterado de los refuerzos alemanes que se dirigían hacia allí, Francisco I decidió dividir sus fuerzas mandando una parte a Génova y Nápoles para hacerse fuertes en estas plazas parando a las tropas de Carlos V.
Finalmente, a pesar de las diferentes batallas presentadas, el ejército imperial llegó a las inmediaciones de Pavía en Febrero de 1.525 y abrió fuego de artillería a las tropas que sitiaban la ciudad.
Los franceses, conocedores de la mala situación económica de los imperialistas, decidieron resguardarse y esperar la rendición de los sitiados. Solo los ataques de artillería iban demoliendo los muros de la ciudad, mientras las fuerzas de infantería esperaban agazapadas para no ser blanco de los alemanes que tenían en retaguardia. Las tropas españolas, efectivamente desabastecidas, entendieron que la solución a sus problemas estaba en el campamento francés y se lanzaron a un ataque desesperado. Flanqueados por la caballería, formaciones de piqueros atacaron las filas francesas que, sorprendidas, sufrieron brechas importantes. Formando de manera compacta, tercios y lansquenetes con largas picas protegían a los arcabuceros españoles que derribaban a la caballería francesa antes de que ésta alcanzase a la infantería española.
En una arriesgada decisión, Francisco I había ordenado el ataque total de su caballería. Según avanzaban, la propia artillería francesa tuvo que cesar en su ataque para no herir a sus propios hombres y sin el fuego de ésta los 3.000 arcabuceros españoles diezmaron sin piedad a la caballería francesa que quedó desconcertada. También las fuerzas imperiales rodearon la retaguardia francesa que se vio atrapada entre dos fuegos. Viendo a los franceses acorralados, las fuerzas que habían quedado en defensa de las murallas de la ciudad se unieron a sus compañeros para facilitar la derrota del enemigo. El descalabro fue absoluto. Los cadáveres franceses empezaron a amontonarse mientras algunos soldados, viendo la derrota, intentaron escapar. Las bajas francesas fueron de 8.000 hombres.
Francisco I combatía como uno más de sus hombres. De pronto cayó y al levantarse se encontró con un estoque español en el cuello que le obligaba a rendirse.
Los franceses, conocedores de la mala situación económica de los imperialistas, decidieron resguardarse y esperar la rendición de los sitiados. Solo los ataques de artillería iban demoliendo los muros de la ciudad, mientras las fuerzas de infantería esperaban agazapadas para no ser blanco de los alemanes que tenían en retaguardia. Las tropas españolas, efectivamente desabastecidas, entendieron que la solución a sus problemas estaba en el campamento francés y se lanzaron a un ataque desesperado. Flanqueados por la caballería, formaciones de piqueros atacaron las filas francesas que, sorprendidas, sufrieron brechas importantes. Formando de manera compacta, tercios y lansquenetes con largas picas protegían a los arcabuceros españoles que derribaban a la caballería francesa antes de que ésta alcanzase a la infantería española.
En una arriesgada decisión, Francisco I había ordenado el ataque total de su caballería. Según avanzaban, la propia artillería francesa tuvo que cesar en su ataque para no herir a sus propios hombres y sin el fuego de ésta los 3.000 arcabuceros españoles diezmaron sin piedad a la caballería francesa que quedó desconcertada. También las fuerzas imperiales rodearon la retaguardia francesa que se vio atrapada entre dos fuegos. Viendo a los franceses acorralados, las fuerzas que habían quedado en defensa de las murallas de la ciudad se unieron a sus compañeros para facilitar la derrota del enemigo. El descalabro fue absoluto. Los cadáveres franceses empezaron a amontonarse mientras algunos soldados, viendo la derrota, intentaron escapar. Las bajas francesas fueron de 8.000 hombres.
Tras la batalla Francisco I fue llevado a Madrid quedando preso en la Torre de los Lujanes durante varios meses.
La leyenda cuenta que en la negociación de paz y liberación de Francisco I, por el que hubo de renunciar al Milanesado, a Nápoles, Flandes, Artois y Borgoña, Carlos I se mostró tan exigente que no usó su lengua materna (francés) ni la lengua diplomática habitual (italiano) hablando única y exclusivamente en español.
Conocido por Carlos I el desmedido orgullo del rey francés, para el día de su liberación ordenó bajar el dintel de la puerta para que tuviera que inclinarse ante los nobles que le esperaban a la salida.
Todo menos claudicar, el francés salió de espaldas mostrando sus posaderas...
RAFAEL FABREGAT
RAFAEL FABREGAT
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