Cuando yo era muy niño en mi casa, familia pobre donde las haya, ya se jugaba a la Lotería al menos en Navidad. Naturalmente se soñaba con que les tocara, pero era más una costumbre que una persecución de la diosa Fortuna. Casi podríamos decir que, para una gran cantidad de españoles, no se concibe la Navidad sin su correspondiente sorteo de la Lotería Nacional porque ésta forma parte de estas fiestas. Se podría asegurar por tanto que es un elemento más de la Navidad, como lo puede ser Papá Noel o los Reyes Magos.
Los que jugamos, que somos casi todos, no ignoramos las escasas posibilidades y tampoco que, como en toda clase de juegos de azar, es a sus organizadores y al Estado a quienes siempre les toca una buena parte de lo que nos jugamos. Sin embargo ese conocimiento no impide que sigamos jugando. Algunos, hipnotizados por el juego, confían en determinados números "bonitos" que saben perfectamente que carecen de mayores posibilidades que los demás pero, aún así, siguen cayendo una y otra vez en esa práctica fetichista que no les lleva a ninguna parte. Y eso una semana tras otra y un año tras otro. Para quienes tan solo jugamos en el Sorteo de Navidad esta serie de tonterías no suponen ningún desfalco pero, ¿qué pasa con quienes lo hacen semanalmente?.
Parece ser que las posibilidades de este tipo de juego es del 5,3%. ¿Quien puede tener interés en apostar su dinero, con tan escasas posibilidades de éxito?. Pues bien, parece ser que los hay mucho peores. La Primitiva, también muy jugada en nuestro país, solo tiene un 1,86% de posibilidades y la ONCE tan solo un 1%, claro que esta última tiene un objetivo más altruista. De todas formas parece inconcebible que la gente juegue decenas de millones de euros semanales a sabiendas de que se trata de un pozo sin fondo. Ilusión o locura ahí están las cifras. Determinado cliente abandona a un proveedor del que no ha tenido queja alguna durante años por un solo céntimo de diferencia en el precio de un producto cualquiera y al salir de su despacho compra unos décimos de Lotería que, con toda probabilidad es dinero tirado. Así somos los españoles.
Se sabe positivamente que, en el mejor de los casos, en el mismo instante de comprar el billete un 30% de su valor está irremisiblemente perdido. Son los gastos publicitarios, de emisión y de administración, sumados al porcentaje que se queda el Estado para sí. Así pues las posibilidades de percibir algo, entre todos los millones de personas que juegan, es el 70% de lo recaudado. Naturalmente este atractivo porcentaje siempre le toca a alguien, pero ahí entra otro factor en juego que nos avisa del "atraco" en el que vamos a caer. La Administración sabe perfectamente la media de apostantes que hay en cada sorteo y lanza al mercado una cantidad muy superior de billetes de los estrictamente necesarios
Esta práctica tiene por objeto ser el máximo apostante con una inversión muy inferior. Cierto es que pone en juego el 70% del importe disponible, pero juega en solitario miles de posibilidades. Es aquello que tan acostumbrados estamos a oír de que determinado número y premio ha quedado sin vender. ¿No es esa una estafa más del juego?. El Estado juega más que nadie a un coste 30% inferior y todos sabemos que la estadística juega claramente a favor de aquel que más apuesta. No falta tampoco el apoyo publicitario televisivo que nos induce al juego y para ello no se duda en absoluto de aprovechar imágenes idílicas de niños o de paradisíacos paisajes caribeños, como si el Premio ya estuviera en nuestro bolsillo.
Naturalmente todos no juegan pero no hay mayor sordo que el que no quiere oír. Los que no jugamos deberíamos estar (y estamos) muy contentos de que haya tanta gente empeñada en alcanzar la escurridiza fortuna a través del juego. Ellos ven y oyen tan bien como nosotros y saben perfectamente la locura que están cometiendo con una afición que a nada bueno les lleva, pero ahí están una semana tras otra. La ventaja de los que no jugamos es que la Administración recoge gracias a ese medio una importante suma de dinero que no precisa recaudar por otros medios más drásticos que a todos nos alcanzarían. Bienvenidos pues los ingenuos porque de ellos será el Reino de los Cielos. Muchos de ellos se desesperan a final de mes maldiciendo a unos y otros, cuando tantas veces es uno mismo el culpable de lo que le sucede.
Viendo la abrumadora cantidad de inocentes que deambulan por nuestra "piel de toro" el Estado, para mayor burla, al porcentaje del 30% que se queda para sí y al exceso de billetes que imprime sin ser necesarios, le suma ahora el hecho de que los agraciados tengan que declarar los premios conseguidos a través del IRPF, lo que significará otro 20-25% más de beneficios para la Administración. Hasta ahora era simple y llanamente una burla pero, ya con este añadido, se convierte en una injusticia miserable que clama al Cielo. Repito que yo no entro en "estos juegos" y que por lo tanto me beneficia pero, aún así, me considero obligado a denunciar públicamente el uso y abuso que del juego hace el gobierno. Más aún cuando, en la mayoría de las ocasiones, es a través del juego como muchos inocentes creen poder escapar de la miseria en la que viven.
RAFAEL FABREGAT
Los que jugamos, que somos casi todos, no ignoramos las escasas posibilidades y tampoco que, como en toda clase de juegos de azar, es a sus organizadores y al Estado a quienes siempre les toca una buena parte de lo que nos jugamos. Sin embargo ese conocimiento no impide que sigamos jugando. Algunos, hipnotizados por el juego, confían en determinados números "bonitos" que saben perfectamente que carecen de mayores posibilidades que los demás pero, aún así, siguen cayendo una y otra vez en esa práctica fetichista que no les lleva a ninguna parte. Y eso una semana tras otra y un año tras otro. Para quienes tan solo jugamos en el Sorteo de Navidad esta serie de tonterías no suponen ningún desfalco pero, ¿qué pasa con quienes lo hacen semanalmente?.
Parece ser que las posibilidades de este tipo de juego es del 5,3%. ¿Quien puede tener interés en apostar su dinero, con tan escasas posibilidades de éxito?. Pues bien, parece ser que los hay mucho peores. La Primitiva, también muy jugada en nuestro país, solo tiene un 1,86% de posibilidades y la ONCE tan solo un 1%, claro que esta última tiene un objetivo más altruista. De todas formas parece inconcebible que la gente juegue decenas de millones de euros semanales a sabiendas de que se trata de un pozo sin fondo. Ilusión o locura ahí están las cifras. Determinado cliente abandona a un proveedor del que no ha tenido queja alguna durante años por un solo céntimo de diferencia en el precio de un producto cualquiera y al salir de su despacho compra unos décimos de Lotería que, con toda probabilidad es dinero tirado. Así somos los españoles.
Esta práctica tiene por objeto ser el máximo apostante con una inversión muy inferior. Cierto es que pone en juego el 70% del importe disponible, pero juega en solitario miles de posibilidades. Es aquello que tan acostumbrados estamos a oír de que determinado número y premio ha quedado sin vender. ¿No es esa una estafa más del juego?. El Estado juega más que nadie a un coste 30% inferior y todos sabemos que la estadística juega claramente a favor de aquel que más apuesta. No falta tampoco el apoyo publicitario televisivo que nos induce al juego y para ello no se duda en absoluto de aprovechar imágenes idílicas de niños o de paradisíacos paisajes caribeños, como si el Premio ya estuviera en nuestro bolsillo.
Naturalmente todos no juegan pero no hay mayor sordo que el que no quiere oír. Los que no jugamos deberíamos estar (y estamos) muy contentos de que haya tanta gente empeñada en alcanzar la escurridiza fortuna a través del juego. Ellos ven y oyen tan bien como nosotros y saben perfectamente la locura que están cometiendo con una afición que a nada bueno les lleva, pero ahí están una semana tras otra. La ventaja de los que no jugamos es que la Administración recoge gracias a ese medio una importante suma de dinero que no precisa recaudar por otros medios más drásticos que a todos nos alcanzarían. Bienvenidos pues los ingenuos porque de ellos será el Reino de los Cielos. Muchos de ellos se desesperan a final de mes maldiciendo a unos y otros, cuando tantas veces es uno mismo el culpable de lo que le sucede.
RAFAEL FABREGAT
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