El Gorrión Celta. |
Por cuestiones que no conocemos, la familia Condill se instaló definitivamente en tierras cabanenses y más concretamente en la Ribera de Cabanes, donde vivieron durante décadas.
Mezclada su sangre con las gentes de la zona, fueron adquiriendo otros nombres y apodos como "Nardos", "Ponsos" y "Frontoneros", aunque yo apenas he conocido relación con estas familias, que ya anteriormente dejaron atrás el apellido Condill. Todas, sin embargo, llevaron este apellido adelante hasta apenas hace dos generaciones. Todos los abuelos de estas familias aún llevaban el apellido Condill, pero ninguno de esta última generación que yo he conocido. Un nieto de aquellos primeros irlandeses llegados a nuestra tierra, José Condill, se casó a finales del siglo XIX con una de las hijas de la familia Bellés, apodados "els Pardos" y con domicilio en el famoso "Racó dels Pardos", en el Barranco de Ritxer o de Les Santes. Famoso por haber cedido el manantial, con el que alimentaba a toda su larga prole, al pueblo de Cabanes y que permitió la creación de la Fuente del Buensuceso, en la plaza central de la población. Dicho manantial nace en la finca de esta propiedad y, aunque se quedó otras pequeñas fuentes para su uso, la principal fue desviada hacia el pueblo. Ningún agradecimiento, ni una sola reseña al respecto. Así eran las cosas entonces...
Pero, claro... ¿Qué tiene todo esto que ver, con el asunto de los gorriones?. Pues nada de nada. Como he dicho al principio el gorrión y concretamente el de la foto, fue cabeza visible de este Blog con el título de "El Gorrión Celta" y que posteriormente pasó a llamarse "El Último Condill". Me pareció más oportuno, aprovechando la rareza de saber que el citado apellido ya había desaparecido de toda Europa. Solo mis "familiares" americanos lo siguen manteniendo, aunque con éxito limitado. Mi abuelo José Condill y su hijo fueron los últimos en llevarlo de primer apellido. Mi abuelo tuvo un hijo y dos hijas, una de las cuales fue mi madre. Ni el hijo ni la segunda hija tuvieron descendencia, con lo cual solo yo (hijo único) quedo con este apellido que, para más inri, llevo en segunda posición... Retomando el hilo de los gorriones me refería yo, unos meses atrás al hecho de que aquel pajarito tan prolífico y estrechamente unido al medio rural había mermado su presencia entre nosotros.
Ya dije entonces que en los pequeños pueblos como el nuestro y otros muchos menores incluso, con todas las calles de tierra hasta los años 50 del siglo pasado y sin agua ni desagües en las casas, toda el agua sucia iba a la calle y con ella los restos de comida que eran pocos. También la siembra de grano era el cultivo principal de nuestros campos de secano, con lo cual el alimento no les faltaba a estos pajaritos tan unidos a la vida pueblerina. Con todas las paredes de nuestras casas de mampostería y sin enlucir, los gorriones escarbaban entre las piedras y situaban en aquellos huecos los miles de nidos de aquellos pajaritos tanto proliferaban y que invadían nuestras calles y plazas. Los gorriones estaban tan acostumbrados a los hábitos de la población que a mediodía ya se apostaban en los aleros esperando la pitanza diaria. Las mujeres tras la comida fregaban platos y cacharros y el agua sucia, como he dicho antes. se tiraba a la calle.
Mezclada con restos de fideos o granos de arroz, los gorriones se lanzaban a buscar esos restos que era para ellos manjar de dioses.
Me desanimó bastante la noticia de que los gorriones habían casi desaparecido de los pueblos de España. Después de 60 años de asfaltado general de nuestras calles, la gente del medio rural, cada uno con sus preocupaciones diarias, ni siquiera nos habíamos percatado que los gorriones ya no vivían con nosotros. Tras la lectura de la noticia me asomé a la calle y efectivamente ningún gorjeo se escuchaba.
-Vaya -me dije- Pues es verdad, casi ninguno se oye.
Disgustado por la añoranza de mis recuerdos infantiles, me metí en casa pensando que efectivamente los gorriones habían desaparecido. Pero unos meses después llegó, para nuestra desgracia, el Covid-19 un coronavirus capaz de infectar todo el planeta en pocas semanas. Con toda la actividad paralizada y obligada la gente a encerrarnos en nuestras casas, las calles y plazas de pueblos y ciudades quedaron desiertas. Poco a poco nuevos habitantes llenaron el silencio urbano. Aunque mezclados con algún estornino que llegó después los gorriones, aquellos que con nuestras prisas y los ruidos del tráfico habían "desaparecido" de nuestras mentes aceleradas por la vida moderna actual, se hicieron presentes.
- ¡Vaya! -me dije satisfecho. Por lo que veo, siguen estando entre nosotros...
RAFAEL FABREGAT
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