Rey de Aragón y de Valencia, en 1.321 Jaime II prohibió a las mujeres públicas ejercer su profesión en las calles de Valencia creando el que sería, durante, más de 300 años, el mayor prostíbulo de Europa. Se habla de casi 300 mujeres ejerciendo su oficio en tan vasto lugar. Quedó constancia también de que no se trataba de mujeres cualquiera, sino de lo mejorcito de la profesión. A pesar de las dificultades viajeras del momento, buena parte de la clientela no era española. Mujeres jóvenes, guapas y extremadamente "trabajadoras" hacían las delicias de los clientes, hasta convertir aquel centro de actividad sexual en lugar de encuentro de los más pudientes jóvenes de Europa, entre los que se encontraban no pocos títulos nobiliarios y altos cargos de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. El caso no era para menos pues sus trabajadoras eran fruto de una dura selección.
Jaime II nunca pensó en erradicar la prostitución pues la consideraba un mal necesario con el que aliviar los impulsos primarios de jóvenes y adultos, con pareja o sin ella. A su juicio, tener un lugar organizado para tal fin evitaba feos episodios callejeros y que alguna mujer honrada fuera violentada contra su voluntad. San Agustín ya lo había advertido... "Quita las cloacas de palacio y lo llenarás de hedor, quita las prostitutas del mundo y lo llenarás de sodomía". A partir de aquella fecha las principales ciudades españolas instalaron también sus propias mancebías, como forma de apartar a las merectrices de las calles más concurridas. Estas medidas no consiguieron mermar en absoluto la "buena fama" del prostíbulo de Valencia que, bien dirigido, siguió manteniendo el título de mejor prostíbulo de Europa. La calidad de sus mujeres y lo exquisito de su clientela lo hacía posible. Durante la Edad Media fueron muchas las ciudades que abrieron prostíbulos semejantes, pero ninguno comparable al de Valencia y así lo atestiguaban sus clientes.
Era sin lugar a dudas la principal atracción de la capital levantina.
En verdad, la creación de éste y otros prostíbulos se llevó a cabo por cuestiones de respeto y religión. Había que apartar de los lugares públicos y sagrados a las mujeres de vida díscola y a tal fin nació la prostitución legalizada. Una ordenanza de 1.444 en la ciudad de Murcia dice así: "Ordenamos a todas las rameras que salgan de la ciudad, se aparten de las mujeres buenas y se vayan al burdel".
Los propios estamentos religiosos aceptaron la prostitución como forma de "controlar los impulsos de los jóvenes más alocados". Y algún viejo, faltó añadir. La gran mayoría de estas prostitutas eran moras jóvenes que ejercían el oficio como forma de ganarse la vida. En el Levante español y especialmente en el Reino de Valencia, los moros eran más del 50% de sus habitantes, motivo por el cual, cuando fueron expulsados en el siglo XVII de territorio español esta región quedó totalmente arruinada, pero esa es otra historia.
Autoridades políticas y religiosas entendieron que la prostitución era un mal necesario y por eso la legalizaron. Las prostitutas fueron expulsadas de calles y tabernas y todas las ciudades inauguraron sus mancebías. No todas se incorporaron a ellas, motivo por el cual las rameras ilegales fueron perseguidas y castigadas. La sanción era económica y cuando ésta no podía abonarse se sustituía por azotes. Los burdeles iban floreciendo al compás de la reconquista. A ciudad reconquistada, burdel instalado en la misma. Según el decreto del rey Jaime II... "Ninguna mujer pecadora se atreva a bailar fuera del lugar que tiene habilitado para estar". El prostíbulo estaba instalado extramuros, fuera de las murallas de la urbe, pero cuando algunas décadas después el perímetro amurallado fue ampliado, el recinto quedó dentro de la ciudad. Claro que las calles aledañas fueron cegadas y solo una de ellas accedía a la puerta del prostíbulo, también dotado de guardia de seguridad a fin de recoger las armas de los clientes que habían de acceder desarmados.
Más tarde ya no se trataba de un edificio en sí, sino un barrio en el que había diferentes hostales dedicados a tal fin. El prostíbulo de Valencia nada tenía que ver con el de otras ciudades, dado el carácter especial de su clientela. La mayor parte de las mujeres que allí "trabajaban" no eran de Valencia, sino de otros reinos aledaños. Se trataba de que allí solo hubiera lo mejor y la selección era férrea. La edad mínima era de 20 años y haber aprobado diferentes pruebas de acceso. Durante la Semana Santa las meretrices eran internadas en un convento, siendo alimentadas y retribuidas por la misma ciudad. Los domingos no podían atender clientes hasta la salida de misa, bajo multa de 20 sueldos. Aquellas incomodidades merecían la pena puesto que los precios que allí se cobraban eran el doble que en otros lugares. Para los hombres el acceso al burdel era libre, pero solo para cristianos. Ni judíos ni musulmanes podían entrar.
Todo acabó a mediados del siglo XVII cuando estos negocios fueron obligados a cerrar y sus mujeres hubieron de meterse a monjas o a ejercer nuevamente en las calles. Todos los historiadores coinciden al decir que cerrar estos locales, limpios y legalizados, fue una mala práctica que devolvió a las sórdidas calles de la periferia la prostitución y la miseria. Los jesuitas valencianos presumieron no poco al decir que estas mujeres fueron invitadas a acceder al monasterio de San Gregorio y muchas de ellas abandonaron la profesión y fueron convertidas en monjas de clausura. Sin embargo, en los pocos días en que las tropas del archiduque Carlos de Austria permanecieron en Madrid, intentando hacer valer los derechos del alemán en contra de los de Felipe V de Borbón, más de 2.000 soldados hubieron de pasar por el hospital, atacados de males venéreos. Actualmente, en plena modernidad del siglo XXI, las prostitutas no solo siguen llenando las calles de las ciudades, sino incluso las propias carreteras...
RAFAEL FABREGAT
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