Toda una gozada. Siempre se ha dicho que España es diferente pero al país africano de Ghana no le llegamos ni a la altura del betún, al menos en lo que a los entierros se refiere. A mí, cuando esté con un pie aquí y otro allá, que me lleven a Ghana. Os preguntaréis por qué... Pues muy sencillo, porque en Ghana los ataúdes se hacen a medida y de acuerdo con los gustos y características del difunto. Si eres pescador, el ataúd puede ser un pez y si eres taxista un coche en miniatura, pero siempre acorde a los gustos o vida del interfecto.
En los países de cultura occidental nos suena a broma macabra, pero allí es de lo más normal. Casi un espléndido regalo que te hacen amigos y familiares. Es una forma de prolongar tu existencia en este mundo. Por supuesto que el día del entierro la familia se reúne, pero no con llantos y sollozos, sino en una gran fiesta en la que no falta de nada. Por supuesto que la comida y la bebida es todo lo abundante que la familia puede permitirse, pero tampoco falta la música y canciones de quienes se supone que forman el duelo más cercano del difunto. Allí de lo que se trata es que el muerto esté lo más a gusto posible y eso no solamente se refleja en el ataúd, acorde a sus gustos y preferencias, sino también a la comida y a la música que se ofrece a los visitantes el día del entierro. Si al muerto le gustaba el tango o la samba, esa es la música que allí sonará.
Con el éxito actual de las redes, en la actualidad la mayor parte de los ataúdes son réplicas de teléfono móvil. Es más, incluso el aparato real del difunto se deposita dentro del féretro y bien cargado de batería, por si en algún momento quiere contactar con los vivos que ha tenido que abandonar. ¿Tonterías?. Pues vale, tonterías, pero si analizamos nuestros actos en profundidad veremos que el 99% de todo cuanto hacemos son también tonterías. Actos que no llevan a parte alguna. Nacer, crecer, vivir, multiplicarnos y morir. A esa imbecilidad lo llamamos vida, ¡porque no hay más cera que la que arde!. Nuestra mísera existencia es tan solo eso, no hay más. Avaricia, envidias, rencores... Y total, ¿para qué?. Para nada. El caso es que lo sabemos desde el primer momento, pero no podemos evitarlo. No sé si por egoísmo, o por miedo a que nos falte, nuestra meta es almacenar lo máximo posible... Y a los cuatro días, pobres y ricos, fumadores o no, todos marchamos de aquí... ¡con lo puesto!.
RAFAEL FABREGAT
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