Corría uno de los últimos años de la década de 1950 cuando en Cabanes la totalidad de las calles todavía eran de tierra. No eran malos tiempos para los niños de entonces, puesto que llovía con mucha más frecuencia que ahora y los juegos con barro eran los mejores y los más instructivos. Muñecos, camiones y el socorrido juego de la "santalluna", consistente en hacer una especie de pequeña cazuelita de barro y hacerla estallar al estamparla contra el suelo del revés, haciendo de ventosa. La apuesta giraba en torno a si reventaría o simplemente se convertiría en puñado de barro sin más. Eran los juegos de niños sin juguetes, de padres sin dinero, de despensas sin comida. La hambruna de la primera década, tras el final de la Guerra Civil, ya había acabado pero en las casas de los pobres todavía estaba dando algunos coletazos.
Con la llegada de los primeros calores la olla de verano hacía su aparición, para mi pesar, pues nunca me gustaron tan insulsos ingredientes. Un simple hervido, caldoso, sin carne de ningún tipo, ni huevos ni nada de nada. Un chorrito de aceite y sal, donde flotaban calabacines tiernos, flores machos de calabaza, judías verdes, patatas nuevas y cebollas recién recolectadas... Las flores macho de calabaza, una vez cocidas, se convertían en una especie de moco sin sabor a nada que actualmente tiene la categoría de auténtica "delicatessen". No había cosa que me diera más asco, pero los tiempos todavía no estaban para tirar nada y a falta de calabazas suficientes, estas flores también entraban en la olla. Si había suerte podían encontrarse algunas judías o garbanzos pochos, es decir: legumbres que todavía no habían alcanzado su total maduración y secado. Esto último ya me gustaba más...
Pues bien, más pronto o más tarde, todo llega. Hay que tener paciencia. Todavía dentro de esa década "de los cincuenta", en el Consistorio entró un soplo de brisa y los "iluminatis" determinaron que, poco a poco, había que ir arreglando las calles del pueblo. En otros pueblos de la comarca había nacido ya esa iniciativa y los "gallos" de Cabanes no iban a quedarse detrás. Como no podía ser de otra forma la primera de las calles a modernizar sería la de San Vicente, que va desde la plaza principal, entonces llamada del Generalísimo Franco, hasta la iglesia y el ayuntamiento. Fue una gran novedad, puesto que esto comportó problemas para algunos vecinos sin medios económicos y la construcción previa del correspondiente alcantarillado general y su acometida hasta el interior de la casa de cada vecino.
Por supuesto el Ayuntamiento echaría una mano, pero la obra tenían que realizarla y sufragarla los vecinos de cada calle. Con la llegada de tal modernidad se creó también otro problema añadido y de difícil solución, para el pueblo de Cabanes. No había más agua que la de la Fuente del Buensuceso, en mitad de la Plaza del Generalísimo, pero las aguas sucias de los vecinos de la calle San Vicente y las menores y mayores ahora canalizadas, en algún lugar tenían que salir a la superficie. Sin río que pudiera acogerlas, a expensas del Ayuntamiento, se decidió llevar el alcantarillado central de la calle San Vicente hasta la riera del "ravatxol", donde se uniría al agua sobrante de los lavaderos municipales, no sin múltiples quejas de los vecinos de la parte baja del pueblo que hubieron de sufrir durante años los malos olores de todo lo que desembocaba en aquella apestosa riera, concentrado por la falta de agua en las casas.
También los niños, los gorriones y las moscas lamentaron durante mucho tiempo aquella decisión consistorial. Ya no podían lanzarse las aguas sucias y los restos de comida a la calle. A medida que la tierra de las calles del pueblo fue sepultada bajo el hormigón, los niños ya no pudieron cavar hoyos para jugar a las canicas y a los gorriones y a las moscas se les acabó la comida. No perecieron en su totalidad, porque estamos hablando de especies fuertes y batalladoras, pero desde luego mermaron hasta casi desaparecer. Primero fueron las calles principales, pero después siguieron las demás. Una tras otra fueron arreglándose todas, pues los vecinos de ninguna calle querían ser menos que los de la anterior y, según la inclinación del terreno, los desagües se unían unos a otros para desembocar en la parte baja del pueblo, en dirección al Calvario o en la que se abrió más al norte, bajando por la calle Delegado Valera, Teatro y otras adyacentes.
Eran tiempos de cambio. Tal como se ha dicho, con las calles limpias y la eliminación de la siembra por su escasa rentabilidad, los gorriones emigraron a los pueblos del interior, mientras las moscas morían de inanición. Azuzados por la escasez, pero animados por las películas de piratas, o de indios y vaqueros, que pasaban en el Cine Benavente, los niños empezamos a jugar con espadas de madera, lanzas y flechas, y a todo lo que se nos mostraba en la gran pantalla. Nada pues de jugar con el barro o de llevar a cabo operaciones quirúrgicas a las ranas que dormitaban en las balsas de tierra, donde abrevaban los rebaños de ovejas y cabras al atardecer, junto con los mulos que volvían del campo ya acabada la jornada. También la carretera que baja desde Cabanes a la costa, llamada de La Ribera, se arregló en esa época, Faltaba lo principal: el agua corriente, que llegaría pronto pero ya en la década siguiente. Lo dicho, todo llega, solo hay que saber esperar...
RAFAEL FABREGAT
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