Por poner un ejemplo cercano, en España y durante casi medio siglo, la fábrica URALITA fabricó depósitos de agua, tuberías y miles de millones de m2. de cubierta para fábricas, granjas e incluso viviendas, con el consiguiente peligro de intoxicación para sus trabajadores y para los propios usuarios del producto.
Una de esas grandes fábricas recuerdo haberla visto decenas de veces dentro del propio casco urbano de Sardanyola, una ciudad de la periferia de Barcelona, próxima a los 60.000 habitantes.
¿Como es posible que se permitiera tal atrocidad si hacía más de un siglo que había sido descubierto el peligro de este material?.
El cáncer de bronquios y de pulmón, la asbestosis, el mesotelioma pleural y otras enfermedades mortalmente peligrosas no suelen aparecer hasta 30 años después de la exposición al producto, cuando ya no hay remedio.
A pesar de todo ello las autoridades de la citada localidad permitieron el envenenamiento de la población a cambio de las ventajas económicas que supuso su instalación en la misma.
Pero hoy no era de URALITA, ni de Sardanyola de las que quería escribir, sino para dar testimonio de que el 28 de Abril de 2.007 se inauguró un monumento a las víctimas del amianto.
Pero hoy no era de URALITA, ni de Sardanyola de las que quería escribir, sino para dar testimonio de que el 28 de Abril de 2.007 se inauguró un monumento a las víctimas del amianto.
El hecho tuvo lugar en el puerto de La Ciotat, en la Provenza francesa.
Más de 10.000 personas habían trabajado en los astilleros de este pequeño puerto y todos ellos estuvieron expuestos, en mayor o menor grado, al peligro del amianto.
Al menos, con la instalación de este monumento, las autoridades han reconocido su error. Desde 1.989 las sirenas del astillero ya no resuenan a mediodía, ni al final de la jornada laboral, pero el mal ya estaba hecho.
Todo quedó en silencio años atrás cuando las decenas de enfermos hicieron sonar otra sirena, en este caso la de alarma, ante la súbita muerte de antiguos empleados del astillero.
Todo quedó en silencio años atrás cuando las decenas de enfermos hicieron sonar otra sirena, en este caso la de alarma, ante la súbita muerte de antiguos empleados del astillero.
El polvo de amianto no avisa, no huele, pero acaba lentamente con la vida de quien lo mete en sus pulmones. Finalmente, en 1.997 el gobierno francés prohibió la fabricación y uso del amianto.
Aunque tarde, la peligrosidad de este material fue reconocida.
Nadie quiere hablar en La Ciotat de aquella época industrial que dio oportunidad de trabajo (peligroso) a cuantos la pidieron. Hoy, más turística e inmersa en el mundo actual, La Ciotat ignora o quiere ignorar tiempos oscuros que apenas dejaron un par de décadas de estar presentes entre su población.
Gilbert Ganteaume fue uno más de aquellos trabajadores de los astilleros de La Ciotat. Un trabajador de la construcción naval pesada, con alma de artista. Su obra, de bella factura, son tres trabajadores y compañeros que miran orgullosos hacia la proa de un imaginario barco en construcción. Ubicado frente al antiguo hospital de los astilleros, donde los médicos de la empresa declaraban aptos a trabajadores en contacto permanente con el amianto.
Muchos de sus compañeros están enfermos o han muerto de enfermedades derivadas del contacto letal con esta sustancia. Obsesionado por el eco de tantas voces apagadas por el amianto quiso llevar a cabo esta obra que los mantendrá vivos a perpetuidad, para que nadie más caiga en el error de manipular lo que nunca debió autorizarse...
RAFAEL FABREGAT
RAFAEL FABREGAT
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