Tras la izada de banderas y cantos franquistas de rigor, se entraba en clase. Se pasaba "lista" y se rezaba el Padrenuestro y el Ave María tras lo cual formaban los alumnos dentro de sus clases, para salir posteriormente al pasillo donde nos uníamos todos en una sola fila, vigilada por los maestros, que nos encaminaba hacia la cocina-comedor.
No estando bien visto que también los maestros tomaran su tazón de leche, aprovechaban éstos para fumarse su enésimo cigarrillo, pues todos ellos fumaban, dentro y fuera de clase.
Aquella especie de comedor era una amplia sala vacía en la que, junto a la pared del fondo, había un pequeño cuartito que hacía las veces de cocina y en el que la señora Carmen primero y Trinidad después, calentaban grandes ollas de agua y preparaban la famosa "leche en polvo" que los Norteamericanos "regalaban" a España, a cambio de instalar en nuestro territorio sus Bases Militares. Si te tocaba la leche del final de la olla, solían salirte grumos que a un servidor le daban mucho asco, tanto que incluso me provocaban el vómito. Por la tarde más de lo mismo, pero esta vez lo que llevábamos cada niño desde casa era una rebanada de pan sobre el que las citadas señoras te ponían un trocito de mantequilla o un pedazo triangular de queso amarillo "de bola". No era mucho, pero...
Así transcurrió la década de 1950 y así iniciamos nuestra pubertad en la de 1960, siguiendo con más carencias que sobras. Uno de los chicos de mi pandilla (Enrique, el de Concha) tenía alguna noción de mecánica que había aprendido en el taller de Adolfito, representante local de la marca de motocicletas Montesa, y con solo 16 años se había montado su propio taller en los bajos de la casa de su abuela. Eso le daba un cierto estatus pues eran muchas las bicicletas y motos viejas que había en el pueblo y, cobrando bastante menos que los demás, no le faltaba el trabajo. También algunos propietarios de coches le encargaban la solución de un pinchazo y pequeñas reparaciones que le permitían disponer de vehículos para ir de fiesta en fines de semana con los amigos, naturalmente todos menores y sin Permiso de Conducir.
Uno de aquellos clientes de Enrique, al que vamos a silenciar por razones obvias, se separó de su mujer en la segunda mitad de aquella década de 1960 y siendo bastante mujeriego y sin compañía para salir, invitaba a Enrique a ir con él a las frecuentes visitas que giraba a los diferentes prostíbulos de la provincia, y éste nos invitaba a los amigos a acompañarles. Más de uno de nosotros, sin oficio ni beneficio y sin un duro en el bolsillo, nos dejábamos llevar. Viajábamos gratis y conocíamos un ambiente nuevo y variopinto. Pagar una ronda de cervezas era el máximo gasto a soportar, pero también bebías otras que pagaban los demás.
En honor a la verdad hay que decir que aquel que necesitaba aliviar sus picores y no gustaba de ir solo por el mundo, a pesar de poner coche y gasolina para la salida, también pagaba tantas rondas o más que nosotros. En aquella época, que duró al menos un par de años, visitamos varios de los diferentes prostíbulos que salpicaban caminos y carreteras (el Rafael, la Ralla, etc.) así como los establecidos dentro de Castellón capital (el Rosales, el Sevilla, etc.) junto a alguna visita esporádica al cabaret Don Hilarión. Con tan escaso dinero en el bolsillo y con aquella edad tan temprana, todo eso hubiera sido impensable para nosotros sin la compañía del citado "mecenas". En cierta ocasión, incluso visitamos un prostíbulo "oficial" que estaba establecido bajo los arcos del Puente de Sagunto lo que indica que amigo y mecánico se lo sabían todo. El ambiente de aquellos antros era, para mí, similar a una película de terror. Penumbra, rayando la oscuridad y banco en pared lateral con una docena de mujeres, la mayoría con sobrepeso y otras con los huesos, cruzadas de piernas y sin bragas, que provocaban a la clientela. Ninguna de ellas estaba por debajo de los 40 años y alguna incluso pasaba de los 50. ¿Como podía un muchacho de 16 años entrar en ese juego?.
- Coge una -me dijo el amigo- ¡Yo pago!.
Vamos... ¡ni loco! -pensé para mis adentros. Pero, ¿como es posible que este nido de abuelas tenga trabajo?. Cincuentonas, mal comidas y peor vestidas. Ni entonces y menos ahora, concibo que aquellos vejestorios hicieran negocio. Pero era lo que había. Yo no recuerdo haber visto chica joven alguna en ninguno de los garitos visitados en esa época. No ya de 18 años, sino tampoco de 30. Por lo visto las jóvenes profesionales estarían en locales bastante más exclusivos que los que nuestro "chófer" visitaba. Lo dicho: Ambiente de película de terror. Como ahora, la profesión no estaba autorizada ni dejaba de estarlo y muchos bares complementaban sus ingresos con estas mujeres de pago que, dentro o fuera del establecimiento, llamaban la atención de la clientela. Cabello con ondas regulares, más bien hechas con pinzas de latón caliente, que con una buena permanente de peluquería profesional. Colorete abundante, cejas depiladas y labios pintados rojo chillón. Una verdadera calamidad que no soy capaz de imaginar como podía apetecer a nadie. Pero allí estaban, porque alguien pagaba por ellas. El precio de la época eran 125 pesetas (0,75 €) y la cama.
acceso a las habitaciones.
Las redadas policiales eran frecuentes, pero no tenían otro objetivo que espantar a la clientela puesto que no era habitual que llevaran a nadie al cuartelillo.
Con este marcado aire de travesura entrada en años, ellas miraban desafiantes al cuerpo policial y les saludaban con un ¡Hola chato! cuando entraban de improviso en aquellos burdeles clandestinos de posguerra.
Algún billete debía caer "accidentalmente" en los bolsillos de aquellos policías que tampoco irían demasiado sobrados.
Algún billete debía caer "accidentalmente" en los bolsillos de aquellos policías que tampoco irían demasiado sobrados.
Con el final de la década de 1960, la comisarios investigadores de la Moral Pública aflojaron notablemente el nudo de la cuerda y todo aquello dio paso a los famosos "puticlubs" de carretera , que tampoco faltaban en la periferia de las ciudades.
Ya dentro de la década de 1970 la permisividad fue a más y era frecuente que, en cualquier discoteca, finalizara la noche con algún show de destape integral a cuya "inmoralidad" se sumaban los más beatos de cada pueblo.
Guapas mozas veinteañeras se quitaban la ropa al compás de cualquier música y de forma provocativa se sentaban en el regazo del que tuviera cara de mayor despistado y más aún si este estaba con su pareja.
Yo debo tener esa cara de despistado, pues siempre me tocó aguantar las risas de los presentes ante dicha provocación teatral de las féminas. Siempre me he preguntado si en otro lugar y sin compañía hubieran hecho lo mismo... No se sabe, porque tal cosa jamás me ha sucedido...
Con dinero o sin dinero, todo es ahora más fácil y apetecible. Chicas de 18/20 años, con unos tipazos de infarto, deambulan por esas carreteras de Dios y de los hombres, ofreciendo sus servicios completos o parciales a precios de risa. Que uno, a lo largo de su vida, no haya gustado ni necesitado de esas prestaciones, no quiere decir que tenga que estar ciego. Aunque, eso sí, ya no está para esos trotes. Como casi todo en la vida, sobra la comida cuando no hay ganas de comer y cuando hay hambre no hay nada que echarse a la boca. Dicen que esta abundancia de mujeres jóvenes y bonitas, con tipazos de pasarela, existe en las calles a disposición de quien quiera pagar por ellas porque la crisis azota a todos los niveles, pero esta explicación no acaba de convencerme. Por mucha crisis que haya, nada que ver con la pobreza vivida en España en las dos décadas siguientes a la Guerra Civil y, sin embargo, entonces la prostitución carecía de mujeres jóvenes y de buena presencia. Solo viejas, que deberían haber sido las que pagaran a los clientes... Aún así, yo no hubiera entrado.
RAFAEL FABREGAT
Con dinero o sin dinero, todo es ahora más fácil y apetecible. Chicas de 18/20 años, con unos tipazos de infarto, deambulan por esas carreteras de Dios y de los hombres, ofreciendo sus servicios completos o parciales a precios de risa. Que uno, a lo largo de su vida, no haya gustado ni necesitado de esas prestaciones, no quiere decir que tenga que estar ciego. Aunque, eso sí, ya no está para esos trotes. Como casi todo en la vida, sobra la comida cuando no hay ganas de comer y cuando hay hambre no hay nada que echarse a la boca. Dicen que esta abundancia de mujeres jóvenes y bonitas, con tipazos de pasarela, existe en las calles a disposición de quien quiera pagar por ellas porque la crisis azota a todos los niveles, pero esta explicación no acaba de convencerme. Por mucha crisis que haya, nada que ver con la pobreza vivida en España en las dos décadas siguientes a la Guerra Civil y, sin embargo, entonces la prostitución carecía de mujeres jóvenes y de buena presencia. Solo viejas, que deberían haber sido las que pagaran a los clientes... Aún así, yo no hubiera entrado.
RAFAEL FABREGAT
tu relato me a recordado aquellos tiempos,fantastico relato
ResponderEliminarGracias amigo, me he limitado a recordar viejos tiempos que no volverán.
EliminarUn abrazo.
como decia antes magnifico relato, de aquellos tiempos
ResponderEliminarGracias.
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