El paraje se denomina Racetrack Playa. Se trata de un paisaje extraño. Un lago encajonado entre las montañas que recoge toda la escasa precipitación (-150 mm. anuales) de este valle de nombre tan tenebroso. Las bajas temperaturas invernales hacen que sus aguas, de escasa profundidad, se congelen como si de una pista de patinaje se tratara. Por el contrario, es también en este lugar donde se registró el récord de temperatura más alta del mundo con 58,1ºC lo que hace que en verano las aguas se evaporen rápidamente dejando al descubierto un fondo plano, de arenas agrietadas por el duro sol y es entonces cuando el misterio se hace visible.
Decenas de piedras de
Decenas de piedras de
desigual tamaño parecen reptar, dejando claros surcos en la arena que ponen de manifiesto su recorrido. Largos, cortos, rectos o curvos e incluso cruzándose entre sí, estos misteriosos caminos que dejan las piedras han tenido intrigados a propios y extraños durante décadas. A esto se une el hecho de que nadie ha visto jamás moverse una piedra. Pero está claro que moverse se mueven. La pregunta es cuando y como. No faltan explicaciones que hablan de magnetismo, de campos de energía y hasta de fenómeno paranormal. Como veremos al final no hay tales misterios y todo obedece a una cuestión lógica y natural.
Hubo incluso quien trasladó una de esas piedras a lugar distinto esperando en otras partes ese mismo comportamiento que, como era de esperar, no se produjo. Todo cuanto se sabía del fenómeno fue recopilado ya muchos años atrás, sin que se pudiera dar respuesta válida. En 1.948 dos importantes geólogos hablaron de remolinos de viento que pudieran provocar el extraño movimiento. En 1.952 otro geólogo experimentó esta hipótesis in situ, pero los resultados no llevaron a conclusión alguna. En las décadas siguientes, numerosos grupos de estudiantes y geólogos llegaron al valle para determinar las causas del movimiento de las piedras. Incluso alguno de ellos llegó a plantar estacas alrededor de algunas tratando de inmovilizarlas, pero las piedras siguieron moviéndose y a pesar de las frecuentes visitas jamás logró ver nadie que se movieran.
Los geólogos fueron estrechando el cerco y determinaron que solo el viento podía ser el causante del fenómeno pero, ¿como?.
Hubo incluso quien trasladó una de esas piedras a lugar distinto esperando en otras partes ese mismo comportamiento que, como era de esperar, no se produjo. Todo cuanto se sabía del fenómeno fue recopilado ya muchos años atrás, sin que se pudiera dar respuesta válida. En 1.948 dos importantes geólogos hablaron de remolinos de viento que pudieran provocar el extraño movimiento. En 1.952 otro geólogo experimentó esta hipótesis in situ, pero los resultados no llevaron a conclusión alguna. En las décadas siguientes, numerosos grupos de estudiantes y geólogos llegaron al valle para determinar las causas del movimiento de las piedras. Incluso alguno de ellos llegó a plantar estacas alrededor de algunas tratando de inmovilizarlas, pero las piedras siguieron moviéndose y a pesar de las frecuentes visitas jamás logró ver nadie que se movieran.
Los geólogos fueron estrechando el cerco y determinaron que solo el viento podía ser el causante del fenómeno pero, ¿como?.
La geóloga Paula Messina utilizó un GPS y creó un mapa digital que determinó que la mayoría de las piedras no llevaban un rumbo paralelo y tampoco los vientos eran de fuerza suficiente para moverlas.
El científico planetario Ralph Lorenz estudió las condiciones del Valle de la Muerte como parte de un proyecto de la NASA sobre fenómenos climáticos de Marte.
Puesto al corriente del fenómeno de las "piedras errantes" recordó que, en el ártico, el hielo había puesto a flote piedras de considerable tamaño y pensó que podría tratarse de algo parecido.
Apenas llegar a su casa probó la teoría poniendo una pequeña piedra en un "tupper" al que después llenó de agua dejando que la piedra sobresaliera un par de centímetros. Colocado el tupper en el congelador de su frigorífico obtuvo una placa de hielo con una piedra que sobresalía.
Apenas llegar a su casa probó la teoría poniendo una pequeña piedra en un "tupper" al que después llenó de agua dejando que la piedra sobresaliera un par de centímetros. Colocado el tupper en el congelador de su frigorífico obtuvo una placa de hielo con una piedra que sobresalía.
Volcó la pieza de hielo en una gran bandeja con agua y arena en su parte inferior. Y ¡eureka!.
La pieza de hielo flotaba y era fácil de desplazar con un simple soplo de aire, pero la piedra incrustada en el hielo dejaba un surco sobre la arena de la bandeja. La respuesta a tantos años de especulaciones, la dio un simple tupper de uso doméstico.
El soplo de viento cambiante, marcó diferentes direcciones. El misterio de las piedras errantes quedaba resuelto. Como siempre, misterio es igual a ignorancia.
RAFAEL FABREGAT
RAFAEL FABREGAT
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