Leptis Magna fue fundada en el siglo XI a.C. por colonos fenicios, aunque no adquirió importancia hasta el siglo IV a.C. cuando los cartagineses dominaron el Mediterráneo. Desplazados los fenicios de la zona, la ciudad estuvo bajo dominación cartaginesa hasta la III Guerra Púnica (146 a.C.) cuando éstos fueron derrotados por los romanos y Cartago convertida en provincia romana. Una incripción del año 16 d.C. indica que el procónsul inició la construcción de una calzada que asegurase la adecuada circulación hacia las regiones del sur. Los monumentos más importantes son el teatro romano, el arco monumental y la antigua plaza del mercado. Aunque pertenecía a Roma, Leptis tenía una clara independencia y era gobernada por dos sufetes y un consejo del pueblo.
Aunque tuvo un pequeño renacimiento con el emperador Teodosio I, en el año 439 toda la zona cayó en manos de los Vándalos.
Las murallas fueron destruidas y a consecuencia de ello, en el 523 los bereberes saquearon la ciudad. Era el golpe definitivo.
Todos los habitantes fueron marchando y un siglo después en la ciudad solo quedaba una guarnición bizantina.
No obstante, a pesar de los años transcurridos del saqueo de la época y del vandalismo de los siglos posteriores, las ruinas de Leptis Magna sigue siendo uno de los enclaves más impresionantes del periodo romano, lo cual da una clara idea de lo que llegó a ser la ciudad en sus años de mayor esplendor.
Tanto es así que, a pesar de las numerosas excavaciones arqueológicas llevadas a cabo, Leptis Magna no deja de sorprender y en esta última década han sido localizados varios mosaicos de los siglos I y II con más de 30 pies de longitud que decoraban las paredes de una piscina en una villa romana. Y es que casi resulta extraño que tal riqueza haya podido llegar a nuestros días. Desde siempre, los monumentos fueron expoliados por los pueblos que dominaron la zona con posterioridad. No eran buscadores de tesoros y menos aún simples rateros que buscaban una forma de subsistir. No. Los mayores ladrones fueron siempre gobiernos que por una y otra causa dominaron las zonas arqueológicas en algún momento de la historia y cogieron todo cuanto les apeteció. Valga como ejemplo el expolio de los británicos que en 1.817 se llevaron a Inglaterra todo un templo.
Nada menos que 22 columnas de granito, 15 columnas de mármol, 25 pedestales, 7 bloques sueltos, 10 piezas de cornisas, 5 losas esculpidas y varias esculturas, más o menos completas. Transportadas las ruinas a Windsor el material fue montado por el arquitecto del rey Jorge IV que les dio la forma de templo romano en estado ruinoso que se pretendía. Y es que la gente corriente estamos muy equivocados a la hora de emplear la palabra ladrón. En primer lugar porque, en muchos casos repetimos y hasta ampliamos la información recibida sin pedir pruebas del hecho y en segundo lugar porque en la mayor parte de los casos el hecho delictivo es de importancia tan ridícula que ni tan siquiera merecería mención del mismo. Sin embargo, paradógicamente hacemos poco caso de los grandes robos.
Nadie habla de los que expolian grandes patrimonios nacionales, que parecen no afectarnos. Ni siquiera cuando se trata de grandes cantidades de dinero público que, en definitiva, pagamos entre todos. Ya no digamos de los Bancos que sacan hasta la última gota de nuestra sangre, con el fin de poder informar trimestralmente a sus accionistas de cientos o miles de millones de beneficios, en momentos de mísera existencia de todos sus clientes. Beneficios que, por otra parte, no reparten con los accionistas y quedan en caja para mayor disposición de sus dirigentes. Esos grandes ladrones de guante blanco pasan totalmente desapercibidos. A todo se acostumbra uno. Que un Banco te robe no es una novedad y mucho menos noticia y que su director se jubile con una indemnización de 50 millones de euros... una minucia de la que no merece la pena hablar. Pero, ¿hacia donde camina la humanidad?. Sin duda, hacia el abismo...
RAFAEL FABREGAT
Tanto es así que, a pesar de las numerosas excavaciones arqueológicas llevadas a cabo, Leptis Magna no deja de sorprender y en esta última década han sido localizados varios mosaicos de los siglos I y II con más de 30 pies de longitud que decoraban las paredes de una piscina en una villa romana. Y es que casi resulta extraño que tal riqueza haya podido llegar a nuestros días. Desde siempre, los monumentos fueron expoliados por los pueblos que dominaron la zona con posterioridad. No eran buscadores de tesoros y menos aún simples rateros que buscaban una forma de subsistir. No. Los mayores ladrones fueron siempre gobiernos que por una y otra causa dominaron las zonas arqueológicas en algún momento de la historia y cogieron todo cuanto les apeteció. Valga como ejemplo el expolio de los británicos que en 1.817 se llevaron a Inglaterra todo un templo.
Nadie habla de los que expolian grandes patrimonios nacionales, que parecen no afectarnos. Ni siquiera cuando se trata de grandes cantidades de dinero público que, en definitiva, pagamos entre todos. Ya no digamos de los Bancos que sacan hasta la última gota de nuestra sangre, con el fin de poder informar trimestralmente a sus accionistas de cientos o miles de millones de beneficios, en momentos de mísera existencia de todos sus clientes. Beneficios que, por otra parte, no reparten con los accionistas y quedan en caja para mayor disposición de sus dirigentes. Esos grandes ladrones de guante blanco pasan totalmente desapercibidos. A todo se acostumbra uno. Que un Banco te robe no es una novedad y mucho menos noticia y que su director se jubile con una indemnización de 50 millones de euros... una minucia de la que no merece la pena hablar. Pero, ¿hacia donde camina la humanidad?. Sin duda, hacia el abismo...
RAFAEL FABREGAT
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