Todos los días leemos o escuchamos opiniones sobre "el cambio climático", padecido ó próximo a padecer por la humanidad del siglo XXI. Sin embargo, cada día se descubren pruebas fehacientes de que tal eventualidad no es exclusiva de esta época y por lo tanto, si la hecatombe se produce, poco o nada tendrá que ver con la contaminación actualmente producida por el hombre en base a la masiva utilización de los combustibles fósiles.
Diez mil años atrás ya hubo un cambio climático superior al que se supone que la humanidad actual tendrá que enfrentarse a medio plazo. No sabemos que ocurriría en épocas todavía más lejanas, pero sí se sabe que hacia el año 8.000 a.C. la vida estuvo amenazada y que la raza humana tuvo que adaptarse para no perecer. La diferencia es que entonces eran pocos y adaptarse sería sin duda más fácil, puesto que estaban acostumbrados a las penurias. Actualmente rondamos los 7.500 millones de habitantes y estamos muy mal acostumbrados, debido a la industrialización que nos ha facilitado la vida en todos los órdenes. Quizás por eso, se supone que la mejor forma de lucha tiene que girar alrededor de una disminución de la natalidad, al menos en los países superpoblados.
Está claro que, en caso de que los problemas climáticos limiten la vida del planeta, una solución sería posiblemente rebajar el número de habitantes, pero, ¿cual sería el número ideal para que no peligre nuestra presencia en el mundo?. La tecnología actual y la contaminación ejercida por tan elevado número de habitantes, es sin duda algo nuevo en este planeta y su corrección no puede llevarse a cabo más que de una manera forzosa. Sin embargo cuando esto ocurra ya no será por continentes como hasta hace bien poco se pensaba. El llamado "mundo occidental" ya no tiene fronteras, puesto que la ambición de nuestros gobernantes las ha eliminado para su propio beneficio. La llamada globalización está escapando a su propio control y el resultado no será solamente el aumento de los beneficios de sus creadores. También los más fuertes y osados aumentarán sus posibilidades.
Aunque ni ellos mismos lo sepan, cada día miles de personas cruzan fronteras y toman posiciones para el día de la llegada del inevitable caos, del que nadie conoce fecha. No obstante, todos sabemos que se producirá. El mundo solo puede alimentar a un número limitado de personas y de momento esta cifra está descontrolada y en aumento. El freno de la natalidad es seguramente la única solución posible. Aún así, como ya se ha dicho antes, el planeta tiene cambios constantes y contra eso no podemos luchar. Una sociedad agrícola de Anatolia ya tuvo que cambiar sus costumbres para poder subsistir y así lo acreditan utensilios y restos de comida de 10.000 años de antigüedad encontrados últimamente. Está pues demostrado que el planeta es cambiante y cualquier amenaza no solo es posible, sino inevitable.
Los expertos determinan que, en aquel periodo de casi dos siglos de duración, las lluvias fueron escasas, al tiempo que la temperatura bajó hasta hacer casi imposible la producción de comida de ningún tipo. Es curioso sin embargo que este hecho coincidiera con la llegada de la implantación del sedentarismo. Para no morir de inanición aquellos primeros agricultores y granjeros hubieron de sustituir el ganado vacuno por el bovino y caprino, animales más resistentes y capaces que comer cualquier cosa. La grasa animal encontrada en las cazuelas de cerámica encontradas así lo acredita. Los restos encontrados certifican que entre el año 7.500 y el 5.700 a.C. la gente del Neolítico y la Edad del Cobre establecida en aquel lugar, llegaron a tal situación de hambruna que el asentamiento tuvo que ser abandonado. Según la Biblia (Eclesiastés 1:9) lo que fue volverá a ser y lo que se hizo, habrá de hacerse de nuevo. No hay nada nuevo bajo el sol.
RAFAEL FABREGAT
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