Es lamentable que en España, donde se pesca el mejor marisco del mundo, se nos venda por español lo que viene de cualquier parte del mundo y por supuesto congelado y no siempre de buena calidad. Duele decirlo, pero esa es la verdad.
Ni las gambas de Denia o Palamós son valencianas y catalanas, ni los centollos y percebes gallegos son españoles. Menos aún la gamba blanca de Huelva o los langostinos de Vinaroz. Está claro que algo de bueno vamos comiendo de vez en cuando pero, aún siendo España una península lindante con dos mares y un océano, nuestra flota pesquera es incapaz de abastecer la demanda nacional de marisco. Es lo que pasa. Somos de morro fino y el marisco es el plato estrella en estas latitudes. Tanto que los cientos de puertos pesqueros españoles son incapaces de satisfacer nuestras necesidades.
La consecuencia de todo ello es el "timo de la estampita y el tocomocho". Con veinte mares Mediterráneos no habría gambas y langostinos suficientes para atender la demanda nacional y la de los 80 millones de turistas que nos visitan. Porque los turistas parece que también vienen a España con hambre de marisco. Se ve que en sus países de origen los precios son bastante prohibitivos... El resultado de todo esto es fácil de imaginar. Avispados comerciantes del ramo importan cantidades ingentes de gamba roja de países exóticos, perfectamente congeladas y remitidas por avión. De la misma manera nos venden centollos que proceden de los mares del norte irlandés, bogavantes "del Cantábrico" que realmente llegan desde las costas americanas y vieiras gallegas, plastificadas y congeladas en grandes bolsas, procedentes de cálidas aguas africanas o de América del Sur.
Lo de los langostinos ya clama al cielo; no solamente por la dudosa procedencia de este marisco aquí tan consumido, sino porque incluso tenemos granjas productoras instaladas en el centro peninsular. Es la repera. Ni siquiera hace falta tener mar para criarlos. No quiere esto decir que los productos procedentes de otras partes del mundo, e incluso los producidos de forma artificial, no tengan el mismo valor nutritivo que los auténticos pero si debería ser obligatorio informar de su procedencia y no dar gato por liebre. A mi modesto entender, cuando no tengamos posibilidades económicas para pagar un determinado marisco de calidad, es preferible comprar otros productos más asequibles que tengan esa misma calidad. Es mucho mejor un espeto de sardinas mediterráneas a la brasa, que unos langostinos de plástico engordados con restos de pescado putrefacto.
Claro que cada cual es libre de comprar o consumir aquello que mejor se le acomode. Esto no es más que una simple opinión. ¡Allá cada cual...! Lo que resulta intolerable es que con el nombre del oro nos vendan la chatarra.
En tiempos de canícula y con las playas abarrotadas, los chiringuitos y algunos antiguos restaurantes de playa, otrora famosos por la calidad de los productos que allí servían a sus clientes, se han tirado la manta a la cabeza y en este momento sirven "plástico" a precio de marisco local. Una verdadera vergüenza, que debería incluso ser sancionada. Como he dicho antes allá cada cual, pero yo he dejado de ir. Para comer marisco congelado, traído Dios sabe de donde ni cuando, lo podemos comprar en el mercado a precios muy inferiores y sabiendo lo que comemos.
RAFAEL FABREGAT
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