6 de agosto de 2018

2641- LA DECADENCIA OCCIDENTAL.

Somos la envidia del mundo, pero no sabemos si hay razón para ello, ni cuanto puede durar. Puede que este largo tiempo vivido en paz y prosperidad, no completas, sea razón suficiente para que algunas partes del mundo nos miren con cierta envidia. Efectivamente quedan todavía muchos países donde sus gentes carecen de libertad para decir lo que piensan y algunos días apenas tienen nada que cocer dentro de sus pucheros. Sin embargo da la impresión que esta paz y prosperidad, vivida en el mundo occidental en estas últimas décadas, está llegando a su máxima cota. Cuando carece de todo, la humanidad lucha con uñas y dientes por conseguir el bienestar pero, cuando lo alcanza, una especie de maldición le obliga a destruirlo. El bienestar no parece de este mundo o, al menos, no de forma estable. En nombre de derechos y libertades, resucita el populismo y los nacionalismos que todo lo echan a perder.

Aunque careciendo de los adelantos técnicos actuales, el mundo ya tuvo épocas de prosperidad, pero el bienestar se concentrada en pocas personas. En este momento el mundo avanza más rápido y es más democrático, pero también es más inestable. Parece una condena divina, pero no lo es. Se trata tan solo de la ley de la oferta y la demanda. Todos tiramos de la misma cuerda, pero en distinta dirección. Cada cual hacia sus objetivos particulares. Como no podía ser de otra manera, el resultado es el desencanto y la incertidumbre. Es cierto que los países occidentales hemos tenido un largo periodo de paz y de cierta bonanza económica, aunque con altibajos, pero en el horizonte ya se dibujan las nubes que más pronto que tarde pueden traer tiempos tormentosos. Se vislumbra la decadencia occidental que acompaña al ascenso de las economías emergentes. Con este panorama llegarán tiempos de descontento general y con ellos los problemas políticos y económicos.

Los periodistas, el quinto poder, lejos de calmar los ánimos echan más leña al fuego buscando la noticia fácil. Y así vamos tirando. Unos haciendo y otros deshaciendo lo que han hecho sus predecesores. Es nuestro sino. Nunca está bien lo que hayan podido hacer los demás. Lo peor de todo esto es que este modus operandi de la humanidad es global. Como se ha dicho antes, llegados a un cierto grado de bienestar el ser humano pide más y más, buscando metas inalcanzables. En este mundo siempre ha habido ricos, pero para que éstos alcanzaran ese bienestar superlativo hace falta el trabajo de cientos de pobres. El bienestar general se consigue nivelando el poder adquisitivo de las clases sociales, pero eso es difícil de conseguir y de resultados pasajeros. El orgullo no es patrimonio de los ricos y es por esto que cuando el pobre alcanza un cierto grado de bienestar cae en la tentación de romper las reglas de juego.

El mundo occidental vive en una economía de mercado. Tanto tienes tanto vales, pero en base a lo que los demás necesiten de ti. Aunque todo vaya unido, se trata más del poder que del dinero. Los populismos ansían el poder que nunca han tenido, mientras que los independentismos buscan ampliar ese poder; desarraigarse del poder central para constituirse ellos en dueños y señores de ese mismo poder en sus regiones. Gobernar a sus anchas sin tener que dar explicaciones a nadie. Para conseguir estos objetivos vale cualquier cosa y muy especialmente todo aquello que movilice al pueblo en su favor. Con este objetivo se dicen mentiras y se exageran verdades, al mismo tiempo que se esconde todo aquello que pueda desprestigiarles. El pueblo llano tiene poca información real de acontecimientos pasados y menos aún de los presentes; todo se tergiversa en aras de conseguir una opinión favorable a los hechos que se persiguen.

Cansados de todo y de todos, los votantes apenas saben lo que verdaderamente les conviene y emiten su voto teniendo en cuenta promesas que nunca verán la luz, objetivos de todo punto imposibles y nunca antes probados. Lo único que el pueblo tiene claro es que ya no está satisfecho con lo que tiene. Quiere más y está dispuesto a apoyar a quien le prometa convertir sus sueños en realidad. Siendo imposible satisfacer sus demandas el resultado es la inestabilidad y la decadencia. Solo el trabajo es capaz de traernos bienestar, aún a sabiendas de que parte del beneficio producido se nos escapará entre los dedos, para caer en manos de multinacionales y políticos de turno. Siendo esto inevitable, nuestro único objetivo debería ser vigilar que aquello que se nos arrebata por medio de los impuestos, sea en su justa medida y que una parte importante nos sea devuelto con mejores servicios públicos y mayor bienestar general.

RAFAEL FABREGAT

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