En la España de los Austrias (siglo XVI) para un joven aristócrata de apenas 12/14 años era casi una obligación, naturalmente placentera, el tener una amante. Normalmente se seleccionaba entre las gentes de la farándula y de vida alegre que frecuentaban las grandes ciudades de la época. Aún después de casados los aristócratas seguían teniendo amantes, sin que sus mujeres vieran en ello amenaza alguna para su matrimonio. Poco importaba a muchas de aquellas damas todo cuanto hiciera el marido, siendo mantener su estatus social lo que en verdad les importaba. En cuanto a algunos maridos de más baja estofa, incluso mandaban a sus esposas a pedir dinero a sus conocidos haciendo la vista gorda si éstos buscaban cobrarse el préstamo con sexo. Uno de ellos, viviendo a expensas de las aventuras de su mujer, mató a la suya de siete puñaladas por negarse a serle infiel durante la Cuaresma.
Y es que, claro, durante la Cuaresma los maridos cornudos también habían que comer y sufragar sus vicios personales, especialmente la bebida.
El rey Felipe II tomó medidas contra estos maridos cornudos y a tal fin decretó la Pragmática de 1566 por la cual... "Se castigará a los maridos que por precio consintieren que sus mujeres sean malas de su cuerpo".
Cuando esté hecho era debidamente probado los cónyuges eran paseados por toda la ciudad montados sobre dos burros. El marido delante, adornado con dos cuernos y cascabeles; la mujer detrás azotando al marido. El verdugo cerraba la comitiva azotando a ambos. Así pues, para los plebeyos el adulterio era altamente castigado, mientras que para los nobles estaba mal visto el no practicarlo. No es que las cosas hayan cambiado tanto en nuestros tiempos, sobre todo en el terreno económico, cuando el pequeño ratero es encarcelado y el que roba millones queda libre y sin cargos.
En el siglo XVI la ley castellana facultaba al marido, que no conocía la infidelidad, a matar a la mujer adúltera e incluso también a su amante si los pillaba "in fraganti", sin que incurriera en delito de homicidio. Caso de que fuera la justicia la que descubriera la falta, los amantes eran entregados al marido para que dispusiera el castigo correspondiente, pudiendo llegar incluso a matarles públicamente sin cargo alguno. Prolongando la tradición visigoda, durante la Edad Media el adulterio solo era delito cuando lo cometía la mujer. Tras asesinar a la adúltera el marido podía solicitar a sus parientes una carta de perdón que le eximía de querellas posteriores por tal acto. Con la llegada del siglo XVII la gente se volvió más tolerante, los maridos perdonaban o se apartaban de la mujer adúltera y los homicidios por adulterio desaparecieron. No es que los cuernos desaparecieran, sino que la infidelidad se practicaba con más comedimiento...
RAFAEL FABREGAT
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