1 de marzo de 2012

0619- APAMEA, LA CIUDAD ENTERRADA.

Seleuco I funda, alrededor del año 300 a.C. y sobre el emplazamiento persa de Pella, la ciudad de Apamea, un centro del saber que llegó a tener, en la época helenística, más de 500.000 habitantes. 
Se dice que Seleuco, le puso a la ciudad el nombre de su esposa: Afamia.
Después, por una u otra causa, los hierbajos empiezan a crecer entre las piedras socavando cimientos y derribando casas y monumentos otrora florecientes. 
Así es de fría la historia. 
Poco a poco la gran ciudad se aplana y las calles se difuminan en la destrucción más absoluta. 
En el caso de Apamea su verdadero final fue más rápido. Cuando construyes tu casa crees que es para siempre, pero no es así. Hoy algunos turistas pasean por su cardo máximo, única zona excavada y mínimamente restaurada por cuestiones de presupuesto.






















A derecha e izquierda de esa calle principal, antiguamente bulliciosa y hoy dormida en el sueño eterno, asoman en silencio las ruinas de la primera capital de los Seleúcidas. Y digo asoman porque todo lo ahora visible data de la época romana y bizantina. Apamea está... pero un poco más abajo. ¡Y todavía nos extraña que algunas aldeas y pueblos insignificantes se abandonen...! 

Ante la gran cantidad de serpientes y escorpiones que se crían por la zona, los guías aconsejan no salirse de la calle principal.
Seleuco había sido uno de los generales de Alejandro Magno cuyo imperio se repartieron al morir sin sucesor adulto. 
Con diferencia, Seleuco fue uno de los más ambiciosos y colaboró en el asesinato del Pérdicas, que era el regente nombrado por Alejandro. 
Rápidamente se hizo con el control de Babilonia y de toda la parte oriental del imperio alejandrino. 
Siempre al acecho de las naciones vecinas, se apropió de Mesopotamia, Armenia, Capadocia, Persis, Partia, Bactrania, Arabia, Tapuria, Sogdiana, Aracosia, Hircania y pueblos adyacentes hasta llegar al río Indo, en India y Pakistán. 
Posteriormente, viendo las dificultades en controlar un territorio tan extenso, cambió los territorios orientales y a una de sus hijas por 500 elefantes de guerra que le fueron decisivos en otras batallas.

El Imperio Seleúcida acabó el año 63 a.C. tras interminables guerras civiles y decenas de reyes coronados y asesinados, que llevaron a Roma a convertir a Siria en una provincia romana, por el exclusivo interés de pacificar la región. 
Dos siglos antes del final de este Imperio, también Seleuco su fundador había muerto asesinado. 
Era el destino de las gentes destacadas de aquellos tiempos que, o morían en el campo de batalla o lo hacían asesinados.
Sin embargo, el silencio de Apamea llegaría mucho después. 
Le quedaban todavía muchos capítulos de su historia por escribir puesto que fue en época cristiana cuando esta ciudad llegaría a su máximo esplendor, al convertirse en un importante centro de conocimientos y momento en que rebasó el medio millón de habitantes. 
Allí desarrollaría toda su sapiencia Posidonio de Apamea, filósofo y astrónomo muy famoso en su tiempo y primero que midió la circunferencia de la Tierra.
No sabemos como la haría, pero lo hizo y con mucha exactitud para la época.

Dos filas de columnas orillan el gris empedrado del cardo máximo que con casi 2 Km. de longitud lo convierten en la vía columnata más larga del mundo antiguo. 
Al caminar sobre la empedrada vía, tantas veces pisada por los carros griegos y romanos, tienta dar unos pasos por dentro del surco que éstos dejaron marcado para la posteridad. 
No es difícil en absoluto trasladar en ese momento la mente a aquellos remotos tiempos y "ver" el trasiego, el ir y venir de sus gentes, de sus soldados, de sus comerciantes. 
Solo quienes tienen el poder de trasladar su mente a tiempos pasados será amante de la Historia.

Tras el terremoto del año 115 d.C. Apamea se reconstruyó con la grandiosidad correspondiente a una ciudad de su importancia. Pero el año 1.157 la tierra tembló de nuevo. 
Cientos de columnas se desplomaron, al igual que los templos de Tike y de Zeus Belos; las puertas de Emesa y Antioquía fueron derribadas. 
Las casas y las tiendas desaparecieron tragadas por la tierra y miles de personas murieron bajo los escombros. Después el silencio. Las tormentas de arena fueron cubriendo aquella grandiosa ciudad que con el tiempo fue quedando en el olvido. Alguien, quizás con gran acierto, llamó a Apamea la ciudad enterrada. Y es que, justamente lo que no se ve... ¡es Apamea!.

RAFAEL FABREGAT

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