2 de septiembre de 2015

1872- CALLE AYALA, 124 - MADRID.

Edificio de élite y para la élite en uno de los barrios, el de Salamanca, más emblemáticos de la capital de España que, en la década de 1980, fue abandonado por sus vecinos debido a los inexplicables y fantasmales ruidos que se oían cada noche por el inmueble. Explicación, ninguna. Ante tales sucesos catalogados por todos como paranormales, sus habitantes optaron por marchar, abandonando vivienda tan exclusiva. La salud ante todo. En la actualidad todo el edificio es utilizado como oficinas. Terminado el trabajo todos marchan hacia sus casas y al llegar la noche ya no se oyen ruidos, por la sencilla razón de que allí no queda nadie para escucharlos.


La proximidad de las fechas que se barajan, otorga una cierta credibilidad a esta leyenda que para muchos tiene una base bien real. La leyenda (ya se ha contado en parte) son los gritos y arrastre de muebles que se suceden noche tras noche en este inmueble desde la citada fecha y que con el tiempo a obligado a los vecinos a abandonar asustados la finca en cuestión y la colindante que es la nº 126. La creencia popular es que se trata del espíritu de un cura que murió allí mismo en lo que era una "casa de citas" (prostíbulo) en esa época. La vida licenciosa de un supuesto servidor de Dios ha impedido a estos propietarios disfrutar de sus viviendas, pues hubieron de abandonarlas espantados por una supuesta situación paranormal que amenazaba matarles de un susto.


Este inmueble llegó a pertenecer al gran torero Manolete, fallecido en 1947 al ser corneado en la plaza de toros de Linares por un miura llamado Islero. A la muerte del torero sus herederos vendieron la propiedad y se le dieron los demás usos lúdico-festivos, con las consecuencias anteriormente citadas. Así de fácil puede cambiar la historia. Como podemos comprobar, los barrios de la gente pudiente no están tampoco exentos de problemáticas casi siempre achacadas a las zonas humildes. Claro que un servidor no cree en espíritus ni en cuestiones paranormales, lo que no es impedimento para que otros lo crean y se vean perjudicados por ello. La cuestión es que tras la muerte de Manolete el inmueble fue dedicado a prostíbulo de la élite madrileña, del que el obispo era cliente habitual.


Allí, como el que no quiere la cosa, en la década de los 80 todo un señor obispo entraba en éxtasis día sí y otro también y no porque allí estuviera Dios (que sin duda lo estaba) ni tampoco porque se le apareciera la Virgen puesto que allí mujeres había muchas pero ninguna era virgen, ni se llamaba María. La cuestión es que el hombre, de carne y hueso como todos nosotros, se murió en plena faena de tan bien que las "no vírgenes" le hacían el trabajo. Bendito éxtasis... El cadáver se retiró de forma discreta, pero pronto empezaron los ruidos y sobresaltos, porque Dios ama a las putas, pero no a los obispos puteros. La prensa escrita, radio y televisión acudieron al lugar e hicieron todo tipo de investigaciones y pesquisas pero nada claro salió a la luz.

Solo una cosa fue imposible de acallar y es que el citado obispo había muerto en aquellas dependencias y de la forma más placentera que un ser humano puede abandonar este mundo miserable. La muerte del citado obispo, como es lógico, se achacó a "causas naturales". ¡Y tan naturales... ya firmarían más de cuatro!. Claro que, en este mundo de penas, para que unos disfruten otros tienen que sufrir las consecuencias. Es el más puro esperpento de la fusión entre lo carnal y lo divino. Esperemos que efectivamente Dios imparta justicia porque, mientras unos mueren de placer en pleno acto sexual habiendo jurado celibato, otros tienen que abandonar sus casas pagando por el pecado de los demás...

RAFAEL FABREGAT

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