7 de diciembre de 2012

0867- LAS SALINAS DE AÑANA.

Añana es un pequeño pueblo vasco, alavés para más señas y de tan solo 168 habitantes. Su término municipal no llega siquiera a los 22 Km2. y está situado a 31 Km. de Vitoria, en la comarca de Cuadrilla de Añana. En realidad la localidad está compuesta por dos pueblos (Atiega y Salinas de Añana) de los cuales el segundo es núcleo principal y el que aglutina todos los servicios de la población. Salinas de Añana es famoso por sus explotaciones salineras, actualmente abandonadas; sus habitantes tienen en Salineros su gentilicio. Este pueblo alavés ya aparece en documentos de los años 978 (Annana) y en 984 (Agnana) aunque su carta de población la concede Alfonso I en 1.126, siendo la villa más antigua de Álava por los fueros otorgados en 1.140 por Alfonso IV de Castilla.

Aunque sin certificación escrita que lo corrobore, las minas se suponen explotadas desde muchos años atrás a los documentos citados anteriormente, puesto que en ellos ya se habla de la importancia salinera de esta población. Añana no merecería especial atención, si no fuera por las extraordinarias salinas que tiene junto a las mismas puertas de la localidad. En las cercanías existen también manantiales de agua salada, con los que se forma el río Muera. Se trata de cursos subterráneos de agua que atraviesan los sedimentos de sal antes de aflorar a la superficie y que están documentados desde el año 822. Las salinas del "Valle salado de Añana" son, junto a las de la provincia de Burgos, las más importantes de toda la península Ibérica. 

El "Valle Salado" es un conjunto de eras, la mayoría en entramado de madera, que aumentaba o disminuía la producción de sal según las necesidades del momento. Aquellas gentes sabían perfectamente que recoger más producto del demandado solo equivalía a que el valor del producto mermase, por lo que se atenían a lo que se necesitaba en cada época del año. El entramado de las salinas se compone de la canalización de los manantiales que se dirigen a las diferentes eras, según su altitud y ubicación, así como los caminos de acceso a las mismas y almacenes para guardar el producto. Toda esta infraestructura ha ido cambiando con el tiempo, buscando siempre una mayor superficie y un mejor soleamiento que permitiera la más rápida producción. El manantial utilizado es el llamado de Santa Engracia puesto que es el que sale a mayor presión y temperatura, arrastrando mayor cantidad de sal. Por su alta concentración en cálcicos, sulfatos, sodio, magnesio, cloruro y carbonatos, los baños en este medio parece que son altamente aconsejados para problemas de piel y de huesos.

La explotación salinera fue abandonada a mediados del siglo XX motivo por el cual, las maderas que componen su estructura se degradaron rápidamente. 
Recientemente estas minas de sal fueron declaradas Monumento histórico y ello ha propiciado su restauración, aunque solo sea por el valor etnográfico y turístico que puedan suponer. El total de parcelas dedicadas en décadas anteriores a la explotación salinera llegó a la extraordinaria cifra de 5.000, de las cuales se han restaurado actualmente 150, para que los visitantes puedan ver in situ el desarrollo de la actividad tal como se había llevado a cabo durante siglos.

El enclave de la zona puede ser turísticamente interesante por su proximidad a la capital alavesa, el recorrido salinero y también por los monumentos propios del municipio, tales como el convento templario de San Juan de Acre, la iglesia de Santa María de Villacones (s.XIII-XV), la casa medieval palaciega de Los Ozpinas o el barroco Palacio de los Herrán. (s.XVIII) 

Por increíble que parezca, el pequeño pueblo de Añana puede dar para toda una mañana de recorrido turístico y cultural, de gran interés para niños y adultos que pueden revivir los años de esplendor de una actividad antiguamente indispensable. Eso sin contar el interés gatronómico de la zona que, para tener de todo, tiene hasta una importante producción de trufa que hace las delicias de sus vecinos y de todos aquellos que les visitan. Por si los restaurantes están escasos, las monjas del convento de San Juan de Acre también sirven comidas al visitante. 
Vayan, vayan a visitarles, que no se arrepentirán...

RAFAEL FABREGAT

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