10 de abril de 2012

0651- RUMIANTES DE CABANES.

REEDICIÓN.
Aquí, como en la Cochinchina, unos tienen la fama y otros cardan la lana. Espero y deseo que la juventud actual haya cambiado pero, cuarenta años atrás, cuando ciertos hijos de su madre (por no decir cosa más fea) decían blanco, poco importaba el color que hubiera en la pared ya que gracias a sus influencias franquistas, hasta el negro se convertía en blanco por arte de birlibirloque. Unos eran amigos de los maestros, otros de los Guardias Civiles, otros del cura y otros simplemente imbéciles que ya era bastante desgracia, no para ellos, sino para quienes pillaban por delante. Ahora son otros tiempos y hace falta más documentación, no para robar pero si para demostrar que se ha robado. Como mínimo harán falta testigos o la declaración de los propios afectados que, en este caso, no faltan.

Hasta no hace mucho tenía yo una "finca" (poco más de tres hanegadas) de monte bajo en la partida de "La Bomba", término municipal de Cabanes, ultima a mano izquierda subiendo por la "Costa del Quarteró", cuando ya estás arriba en la cumbre y enlazas con el camino de Mocoró. Era de la familia de mi padre -Herminio Fabregat- pero, al dedicarse a la fabricación de escobas, se la dejó a mi tío José Condill (hermano de mi madre) para que la labrase con un burro que éste tenía y sacara lo que buenamente pudiera. La finca eran (y son) poco más de tres hanegadas, cinco o seis pequeños bancales en los que había higueras y algunos almendros y algarrobos, tierra de pobres, pero entonces todo aportaba algo a la economía familiar. Aquella minúscula heredad tenía como lindantes a Juan Bautista Trilles Barrachina al norte, José Soldevila al sur, Vicente Escuriola Llansola al este y (para mi desgracia) a José García Alcácer (Pepito el de la carretera) al oeste.


Cuando mi tío José dejó de trabajar aquellas tierras, nadie más continuó y con los años se convirtieron en monte bajo. Los viejos murieron, pero las fincas no se vendieron nunca y han pasado de padres a hijos. No todas porque, al carecer de escrituras, a mí me las robaron. Así pues lo del vecino Juan Butista pasó a su hijo mayor (Juan); lo de José Soldevila a su hija Mari Carmen; lo de Vicente Escuriola a su único hijo Vicente (el metge) y lo de José García a su hijo "Pepito el de la carretera". Lo mío también a "Pepito", ahora diré por qué... 
Con esto de "los milagros de Marina D'Or" hasta incluso en tan alejado lugar se llegaron a comprar fincas al nada despreciable precio de 1200 pesetas el metro cuadrado y claro, había que poner las cosas en orden. Yo quise escriturar la parcela por si tenía la oportunidad de que alguien quisiera comprarla y me encontré con la sorpresa de que ésta ya no existía.

Profano en esto de mirar fotografías topográficas, yo le daba vueltas y más vueltas al plano catastral y ¡nada! allí no encontraba nada. Con los planos y fotografías en la mano me acerqué físicamente a la finca y vi lo que ocurría. Mi vecino "Pepito el de la carretera" había ensanchado su parcela haciendo desaparecer catastralmente la mía... ¡y parte de las de los vecinos!. Mis tierras habían sido escrituradas y registradas por el vecino "rumiante", como si de una sola finca se tratara. En la misma saca cayeron cinco hanegadas del vecino norte Juan Trilles y una de la vecina sur, Maria del Carmen Soldevila. 
Como no podía ser de otra manera fui a casa del tal "Pepito" y le pregunté si era consciente de lo sucedido. Con toda la desfachatez del mundo, su primera respuesta fue que si tenía documentación que me acreditara como dueño ya se miraría lo que fuera pero, si no era así, él no movería un solo dedo por devolverme lo que ya tenía escriturado y que tanto trabajo y dinero le había costado registrar como propio... (Robar siempre es complicado)

Ante semejante respuesta y sin documentos que acreditaran la propiedad, me fui a mi casa para pensar cuales podían ser los pasos a seguir. Lo primero fue hablar con los vecinos, alguno de los cuales me tenían como propietario desde siempre. También ellos habían visto reducida su propiedad... A Juan Trilles le faltaban (según la foto del Catastro) más de cinco hanegadas y a Mari Carmen Soldevilla una hanegada. Pero, ¡ay! -dijeron todos- "valdrá mes l'espart que l'escurà". Y de eso se valen los "rumiantes". De momento la cosa quedó ahí. 
Sin embargo parece ser que  el "descuidero" temía consecuencias y vino a decirme... (ñam, ñam, ñam) que él ignoraba que la parcela escriturada no se ajustaba a la realidad y (ñam, ñam, ñam)... que sería cuestión de verlo con un vecino y que (ñam, ñam, ñam)... El caso es que buscó a Benito Tomás Péris, vecino sur de su parcela y me invitaron a ir a comprobar las lindes. Su aparente interés de hacer las cosas bien me engañó y fui con ellos a la zona en cuestión.

Benito le mostró sus lindes y se constató que Catastro había trasladado su parcela hacia el norte, abandonando su propiedad y anexionándose la de sus vecinos. Se constató sobre el terreno que "el bendito de Pepito" se había escriturado tierras que no eran suyas y que su parcela real estaba perfectamente delimitada por las cantonadas de los bancales y la mía también. Las mías y parte de las de otros dos vecinos más habían sido registradas a su nombre, sin que nadie se hubiera enterado hasta entonces. De repente su finca dejaba de ser interior a hacer esquina con "La costa del Cuarteró". Ante su reconocimiento verbal de lo que él llamaba un error y con su promesa de arreglo, al regresar al pueblo fuimos a almorzar al Bar Branto, por ser Benito hermano de la dueña y yo, contento por el resultado de la gestión realizada y su promesa de arreglo, (cornudo y apaleado) pagué el almuerzo de todos, el del "rumiante" también. A día de hoy no se ha realizado rectificación alguna al respecto, puesto que dice que Catastro no le permite reducir la parcela. Sin embargo tampoco ha reconocido documentalmente el "error", ni ha pretendido la compra de lo "descuidado" dando punto y final al equívoco, que con toda seguridad no fue tal


Primero, quizás por miedo o vergüenza, cuando me encontraba bajaba la cabeza, pero pasados los años directamente ha dejado de saludarme y "si te he visto no me acuerdo".
Sea como fuere, mi parcela (y seis hanegadas de las de mis vecinos) están a su nombre, como a su cuenta irán también los dineros si algún día se venden. A tipos como éste les llamo yo "rumiantes" y si son de Cabanes "rumiantes Ildumnensis", en nuestra consideración de antigua villa romana. Elementos que hablan en tono bajo y masticando bien las palabras (ñam, ñam, ñam) como los curas de antes y de siempre. Gente que solo come fuera de casa cuando pagan otros o invita el Ayuntamiento en comidas populares y festivas.
Si estos son los "buenos"... ¡Atención, cuidado con los malos!.
Yo, para mí, que está esperando a que muera el vecino (de viejo) y ya no quede nadie que conozca las lindes y pueda testificar.

RAFAEL FABREGAT