21 de junio de 2010

0098- CABANES, POBLE DE GRANERERS.

Sí amigos. Aunque ya hablé de este oficio en la entrada que daba noticia de las antiguas profesiones de nuestro pueblo, me era obligado dedicar un capítulo específico "als granerers" , por ser justamente la profesión de mis antepasados y la mía propia; la que dio de comer a toda nuestra familia.

De izquierda a derecha, Herminio (mi padre); Rafael (yo mismo) y Pilar (mi madrastra) enfrente del taller, junto a la carretera de Zaragoza.

Yo, hace ya algunos años que decidí suspender la fabricación de este tipo de productos, habida cuenta que en este momento es mucho más barato importarlos de cualquier país del Este que fabricarlos en España. Dejé pues la profesión de fabricante y empecé la de distribuidor, mejor pagada y con el solo trabajo de gestionar la compra-venta de los diferentes artículos en Tarifa.
La profesión de escobero (granerero se llamaba en aquella época) era profesión de gente mediocres, gente que no podía aspirar a nada superior, pobres al fin y al cabo, pero con la inteligencia suficiente para no aceptar que nadie dirigiera sus vidas. El granerero, todos cortados con parecido patrón, no era una persona normal.

Solía ser una persona que nada tenía, pero que era incapaz de trabajar a sueldo, en nada, ni para nadie. Orgullosos, ricos sin dinero, rebeldes del destino. Como James Dean, en la película norteamericana dirigida por Nicholas Ray de 1.955, quienes ejercían esa profesión eran "rebeldes sin causa". A diferencia del asalariado que solo tenía que poner las manos, puesto que incluso las herramientas las ponía el propietario, el granerero era un empresario de élite, solo superado por el carpintero y el herrero. Era oficio que precisaba inversión y, no disponiendo de efectivo para realizarla, era oficio de pobres-valientes. Aventureros al fin y al cabo. A falta de Bancos, había que buscar un socio capitalista o un capitalista a secas que, por excepcional amistad o pertinente interés económico, porporcionara el dinero suficiente para adquirir, en época de cosecha, el material suficiente para poder trabajar todo el año.

Los proveedores, pequeños agricultores que vendían cuatro haces mal contados de palmito o de cañas, necesitaban vender a quien tuviera mejor precio y, sobre todo, a quien más rápido pagase.
Lo anterior no significa que fueran pocos los que ejercían la profesión de "granerero" ya que es muy frecuente que los oficios se extiendan por pueblos o incluso comarcas. Aventureros hay pocos, pero cuando la gente se cerciona de que lo que ha realizado otro tiene resultados positivos, los "aprovechados" crecen como hongos. No son pocos los que trabajan durante años al servicio de otro, con escasa rentabilidad para el empresario y deficientes resultados por su ignorancia que, cuando ya dominan el oficio y conocen todos los entresijos, se instalan por su cuenta. Es algo tan normal como la vida misma. Nadie nace sabiendo y todos aquellos que no tuvieron al maestro entre sus antepasados tuvieron que hacerlo de esta manera. También éstos son aventureros, pero no tanto, puesto que nadie vuela del nido hasta que no conoce lo suficiente.

Con apenas 10/12 años los muchachos, niños aún, iban a los talleres de escobas y empezaban pelando los mangos de caña y aprendiendo poco a poco el oficio. Sea como fuere, aunque yo no recuerdo tantos, simultáneamente llegó a haber en Cabanes unos diez talleres de escobas de diferente categoría, según producción. El más importante era el de "Els Macos", con seis empleados más los dos hermanos-propietarios que finalmente terminarían separándose creando dos talleres independientes, ambos situados en la carretera de Zaragoza y enfrente uno del otro, aunque cada uno a la otra parte de la riera del Rabaxol. Tan antiguo como estos era el taller del tío Ros de Corona, en el carrer d'Engalía, el de el tío Marco en el carrer Ildum, el de el tío Valent, en la carretera de la Ribera y el de Herminio el dels Muts, en el "pati de Ernesto el de la Barana" primero y en la "bodega de les Camiles" después, ambos locales en la carretera de Zaragoza. Herminio era el segundo en producción, con cuatro empleados y el matrimonio dueño del negocio.

Aparte los anteriores había escoberos (Antonio el de Gaspachero y otros más...) que, en su casa, trabajaban independientes vendiendo su producción, ya terminada, al mejor postor. Esta forma de trabajar solían ejercerla gente con fincas propias, productores de cañas y/o palma que, con el fin de tener unos jornales extra en los días que, por las inclemencias del tiempo, no se podía trabajar en el campo, evitaban la venta de materias primas y lo hacían del producto ya elaborado.
Aunque se compraba palma a lo largo de todo el año, por almacenaje y especulación de los propios recolectores, ésta se cortaba exclusivamente en verano, ya que necesitaba no menos de dos o tres semanas de sol para llegar al perfecto secado y blanqueamiento de la fibra. Esta forma de que el recolector ganara unas pesetas más, vendiendo en invierno parte del material recolectado en verano para conseguir un mejor precio, también convenía al fabricante que, de este modo, no tenía que preparar el dinero y espacio suficiente de una sola vez. No ocurría así con los mangos de caña que, obligatoriamente había que serrar y recoger en las "lunas" de Enero, Febrero, Marzo y Abril, para no exponerse a la problemática fermentación de este producto y al peligro que significa su manipulación a partir de primeros de Mayo. Los mangos quedaban recogidos para esa fecha, pero expuestos al aire y al sol para su perfecto secado, no consumiéndose hasta finales del verano cuando el peligro de la temida alergia había pasado por completo.

El otoño empezaba para los escoberos con las nuevas cosechas de palma y mangos. Los lugares de almacenaje repletos hasta los topes y los artesanos sin una sola peseta con la que comer. Se imponía el régimen de la patata nueva asada, las judías y garbanzos recolectados durante el verano y las almendras con higos secos; las primeras coles y las últimas judías. Para postre, las sandías y los melones que atados y colgados en las vigas de madera del desván, mediante clavos, garantizaban un refrescante bocado hasta próxima la Navidad. Mientras tanto las 600/1000 escobas diarias, que era la producción media de aquellos tres productores principales, iba vendiéndose no sin trabajo pues era superior la oferta que la demanda.
- Per fi tornem a tindre diners! -decia Herminio (mi padre) a su mujer.
- Ja ere hora! -replicaba Pilar (mi madrastra) satisfecha.
- Esta nit aniré a comprar una xulleta per cada u de nosaltres -sentenciaba Pilar en un despliegue de alegría y desenfreno consumista. Al lado de la chuleta muchas patatas fritas, eso sí...

RAFAEL FABREGAT

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