17 de julio de 2014

1449- TIMO DE LA ESTAMPITA EN PERÚ.

Ica es ciudad importante de Perú situada en el valle del río del mismo nombre y al sur del país. Que se produjera en esta región uno de los fraudes más vergonzosos de todos los tiempos para los amantes de la Historia, no le quitó visitantes sino todo lo contrario. Los timos también venden, aunque naturalmente a un precio sustancialmente menor. En esta región se asentaron las culturas preincaicas de los Paracas y de los Nazca. Las condiciones áridas de sus desiertos han conservado hasta nuestros días fardos funerarios y las telas de colores que los envolvían. Los estudios llevados a cabo revelan que fueron los Paracas, anteriores a nuestra era, los que iniciaron la construcción de geoglifos en las laderas de los cerros.


Ica es conocida desde antiguo por los muchos hallazgos relacionados con las culturas que allí se establecieron desde 2,5 milenios atrás, pero uno de los puntos álgidos de su encumbramiento fue en la década de 1960 cuando aparecieron unas misteriosas piedras artísticamente labradas con imágenes que hablaban escenas de la vida cotidiana, pero también de animales antidiluvianos y de adelantos quirúrgicos inimaginables para aquellos tiempos. Fue el doctor Javier Cabrera el protagonista de este relato que bien podríamos titular "El caso del timador timado" pues, detrás de tanta afición, su afán de acaparamiento escondía con seguridad un interés económico. 


La eclosión masiva de estas piedras se inició en 1960 a raíz del desvío del río Ica. De repente se empezaron a descubrir en el lecho del río piedras grabadas por alguna cultura anterior que despertaron el interés de coleccionistas y aficionados. Gente llegada de fuera acudió para hacerse con ellas, alcanzando rápidamente precios desorbitados. Todo comenzó cuando un amigo del doctor Javier Cabrera le regaló a éste una de esas piedras para el día de su cumpleaños. 
  - Toma Javier, te traigo un regalo de cumpleaños -le dijo.
  - Gracias hombre. ¿Qué es? -indagó el doctor.
  - Una piedra antigua grabada -respondió.
  - Muchas gracias -dijo mirándola- la usaré de pisapapeles.


El doctor Cabrera no fue el primero en ser engañado. Antes de que él recibiera aquel regalo inesperado dos hermanos, los Soldi, ya tenían cientos de piedras almacenadas en su hacienda. Sus trabajadores, la mayoría sacados del mundo del hampa, completaban su exiguo jornal en la hacienda buscando enterramientos y piezas arqueológicas que vendían a su propio patrón, pero cuando vieron el alcance que podía tener su actividad se dispusieron a crearlas ellos mismos. Si bien las primeras piedras, escasas, simples y rudimentarias, eran sin duda auténticas, pronto el mercado de las antigüedades se vio inundado de piezas que mostraban mayor variedad y sofisticación.


De forma anónima y secreta artesanos de la comarca iniciaron el grabado de piedras y fue entonces cuando el doctor Cabrera recibió su primer ejemplar y prendió en su ánimo el hacerse con el mayor número de piedras posibles. No había problema alguno. Todo era cuestión de dinero. Ante sus manifestaciones por la temática de los dibujos al proveedor, la decoración de las piedras era casi a voluntad, alegando el proveedor tener tal cantidad y variedad que podía elegírselas sin problema. Lo que nunca permitió, con toda lógica, era ser acompañado por el doctor al "yacimiento" que decía haber descubierto. Figuras antropomorfas, animales de todo tipo y hasta trasplantes de órganos estaban labrados en la piedra para deleite del coleccionista.


La total ausencia de material orgánico impedía la datación de Carbono 14 por lo que su autenticidad era simple cuestión de fe y su temática, basada fundamentalmente en la cerámica precolombina de la zona, le daban la necesaria apariencia de ser algo antiguo, histórico y por tanto valioso. Coleccionistas especializados empezaron a sospechar cuando vieron en los grabados posteriores una modernidad que en las primeras piedras encontradas no existía. Al igual que en la cerámica antigua encontrada en la comarca, los dibujos de las piedras encontradas a raíz del desvío del río, tan solo tenían motivos de la flora y fauna local. Ninguna tenía dinosaurios, operaciones quirúrgicas o telescopios. Es por ello que en 1966 algunos coleccionistas intuyeron el fraude y dejaron de comprar. 


Aquella primera piedra regalada al doctor Cabrera era un simple pez, pero marcaría para siempre su vida. Apenas dos años después ya se había creado un círculo de ilustres compradores que acaparaban todo lo que se "encontraba". Negocio en alza para aquellos tunantes de Ica cuya producción estaba vendida de antemano y a buen precio. Basilio Uchua era uno de los principales "artistas/timadores", pillastres que se reían de las sanas ambiciones de los aficionados a la Historia. Unos años después el artista y su mecenas se conocieron. Para esa fecha Cabrera ya tenía más de 1500 piedras en su casa, pero ninguna de ellas tenía grabados dinosaurios ni adelantos técnicos, que son los que hicieron famosas a las piedras de Ica.

A partir del encuentro y amistad entre Basilio y Cabrera, los grabados con motivos fuera de lo normal estaban todos en manos del doctor Cabrera que era comprador de toda su producción. Nada era demasiado para el doctor que creía comprar piedras antiquísimas y que, en realidad, se le fabricaban siguiendo sus indicaciones. Los dibujos tradicionales, siendo los auténticos y valiosos, no despertaban el interés de los arqueólogos y pidió diseños más complejos que llegaron a sus manos sin dificultad, con el simple engaño de decirle que tenían cantidad y podían buscarle motivos diferentes. Creyendo que había una cantera con miles de piedras, pedía diversidad y la recibía sin sospechar del engaño. Se trataba simplemente que se las fabricaban a voluntad.

La avaricia rompe el saco Dr. Cabrera.
Cabrera se hizo adicto a las piedras y gastó en ellas toda su fortuna personal, reunida en toda una vida de dedicación a la medicina. El resultado una especie de museo dedicado a engrandecer la burla de la que fue objeto. Cada piedra costaba un día de trabajo y el precio era el sueldo de dos semanas. No estaba nada mal. Para Basilio el negocio fue de tal magnitud que montó una macrotienda de antigüedades y todavía hoy, cincuenta años después, sus hijos mantienen el negocio de grabación de piedras y venta a los turistas como recuerdo de su visita a Ica. Naturalmente en esa tienda de souvenirs solo ganan un margen comercial reducido, pero mejor es ganar sueldo a la sombra de una tienda, que azada en mano, bajo el desértico sol de Ica. Total, que están encantados y agradecidos a la sagacidad de su padre. No tanto el doctor Cabrera (si todavía vive) que perdió toda su fortuna reuniendo piedras sin ningún valor.

RAFAEL FABREGAT

No hay comentarios:

Publicar un comentario