23 de mayo de 2012

0688- EL CASTRO DE BAROÑA.

Me sorprende, con todo lo que se conoce y lo que se añade en especulaciones a cualquier entorno histórico, que nadie ose darle al Castro de Baroña la más mínima identificación sobre sus posibles pobladores. Naturalmente no soy partidario de dar calificaciones sin ton ni son pero está claro que, conociéndose la época más o menos definida de población de estas defensas, no sería ninguna locura dar una orientación sobre los pueblos que la habitaron. Los arqueólogos dan por bueno, en su inmensa mayoría, que la cultura castreña viene a instalarse en nuestro noroeste peninsular alrededor del siglo VI a.C. y hasta el siglo II de nuestra era.  En estos castros se han encontrado vestigios que corroboran la duración aproximada de esta forma de vida y de la construcción de sus núcleos poblacionales. Se sabe igualmente que, en esos tiempos, el noroeste peninsular estaba habitado por celtas o celtíberos, pero todos callan por miedo a errar. No parece haber suficientes datos. 

No se puede negar el origen celta de aquellos primeros castros, pero está claro que aquellas tribus primitivas acabaron adaptándose al entorno y uniéndose a los pueblos anteriores a ellos, formando una nueva civilización. Entre el siglo II y III de nuestra era, con la invasión romana vino la decadencia y hasta la desaparición de esta civilización castreña o, mejor dicho, de su forma de vida. Teniendo en cuenta que no hay noticia alguna sobre su forzada desaparición, debemos entender que la llegada de una nueva y más moderna civilización sería la que "obligaría" a estos antiguos pobladores a abandonar estos precarios poblados sin comodidad alguna. Normalmente sin pozos ni aljibes en el interior del castro, hasta incluso el agua debía buscarse fuera del perímetro protegido. Siendo así, me pregunto yo en mi ignorancia de qué les protegían sus murallas. Una fortificación no se entiende, si no contiene los alimentos y agua necesarios para resistir un posible asedio. Sin embargo así vivió esa cultura durante casi mil años. Los castros no son un hecho esporádico o puntual, sino una realidad a la que algunos estudiosos le dan una duración de entre ocho y diez siglos.


El Castro de Baroña, es un hecho que reafirma lo dicho anteriormente. Se construye sobre una pequeña península, protegida en la parte marítima por su consiguiente acantilado y dos murallas defensivas en el istmo que la une con tierra firme, más un importante foso. Mi pregunta sigue en el aire... ¿De qué les protegía todo esto ni no tenían agua en el interior del castro?.  Uno se los puede imaginar cogiendo moluscos entre las rocas, pescando con rudimentarias embarcaciones por las costas próximas y hasta incluso asando algún cordero que criarían en los pastos de las inmediaciones, en una vida de eterna ensoñación ante los bellísimos amaneceres y las idílicas puestas de sol pero, ¿qué pasaba cuando algún enemigo ponía cerco a su poblado?. 
No podemos saberlo puesto que arqueólogos y administración parecen poco interesados en esta cultura específica, en la que la información brilla por su ausencia.

Si no hay piedras labradas y profusamente decoradas parece ser que el interés desaparece. Se ve a la legua que uno no tiene cultura alguna al respecto, puesto que a un servidor le interesa hasta el más mínimo agujero, si me dicen que allí vivieron personas. El gran don que fomenta mi natural curiosidad sobre lo antiguo, es la facilidad que tengo para imaginarme a aquellos primitivos pobladores de un entorno determinado. Claro que para eso los historiadores y los arqueólogos deben poner su granito de arena, ¡que para eso les pagan!. En cuanto a la Administración... ¡Vergüenza debería darles que no haya en la carretera ni un solo cartel que informe al viajero de que a cuatro pasos de la misma exista un tesoro milenario de tal envergadura!. Más de cuatro viajamos miles de kilómetros para ver cosas que no meren tanta atención como el Castro de Baroña y sin embargo si pasas por la carretera y no eres conocedor de su emplazamiento exacto, es imposible localizarlo.


Tanta publicidad mil veces repetida sobre los tesoros eclesiásticos provinciales y sobre las excelencias gastronómicas y ni la más mínima referencia a la historia de los antiguos pobladores de una región tan rica en culturas prerromanas. Parece ser que los gobernantes de esa comunidad van más en busca del dinero que de la cultura. 

Si el viajero sabe por donde van los tiros, junto a la carretera verá un Bar y un minúsculo letrero que pone Garoña. Tras el bar un breve sendero abierto por los curiosos precedentes te lleva hacia la costa y a los cinco minutos ya aparece la silueta del castro. El corazón palpita con mayor intensidad a medida que avanzamos y especialmente cuando franqueamos las murallas. La decepción es que en su interior no hay la más mínima información. Ni un solo cartel que cuente al viajero nada que haga referencia a lo que allí se contempla. Menos mal que la belleza del enclave y nuestra imaginación son suficientes para disfrutar de lo que hay frente a nuestros ojos. ¡Que basura de políticos nos gobiernan!.

La primera defensa era un foso de cuatro metros de ancho por tres de profundidad. A la entrada amurallada el paso se estrecha en lo que se supone era un impedimento para la entrada de carros. Avanzamos entre las antiguas viviendas al tiempo que intentamos retroceder dos mil años atrás, cuando aquellas gentes poblaban el recinto. Una antigua herrería, un local de reunión y no menos de 20 círculos que acreditan otras tantas viviendas. Un sendero nos lleva a la parte más alta del poblado que también tiene construcciones. No es difícil adivinar que, en momentos difíciles, allí se apostarían los guardianes de turno. 
En el mes de Mayo de 2.012 arrancaron ¡por fin! las obras de rehabilitación de este castro, considerado el mejor conservado de la península. Tiene cierta lógica puesto que no es de los más antiguos. Su ocupación está datada entre el siglo I a.C. y el I de nuestra era. 
Después de tantas emociones se ha hecho hora de comer y claro, en Galicia los restaurantes no faltan. Y lo que es mejor... ¡No hay ninguno malo!.

RAFAEL FABREGAT