A finales del siglo XIX, esta región boliviana y este enclave en particular, del Departamento de Potosí, fue primer taller de máquinas de tren del país. Con la inauguración de este tramo ferroviario se comunicaba Uyuni con la ciudad de Antofagasta primer puerto boliviano, actualmente chileno, donde pasajeros y minerales viajaban cómodamente del interior hacia la costa y viceversa. En sus huidas hacia Sudamérica el contrabandista Butch Cassidy sembró aquellas tierras yermas, en ríos de sangre de sus tenaces perseguidores que nunca lograron alcanzarle. Pero aquella vía férrea fue algo más que una vía de escape para aventureros al margen de la ley y el orden. Aquellos trenes cargados de pasajeros y minerales como el estaño, la plata y el oro, dejaron de pasar tras la guerra en la que Bolivia perdió su pequeña porción de mar, robada miserablemente por los chilenos a principios del siglo XX.
Todos los pactos y Tratados anteriormente establecidos fueron anulados y el gran puerto boliviano de Antofagasta ocupado por los barcos y militares chilenos. Los combates se sucedieron pero Bolivia no tenía medios suficientes para hacer frente al enemigo. Se pactó una tregua que permitía al ferrocarril seguir operando, pero Antofagasta quedó definitivamente dentro de la frontera chilena al tiempo que se le permitía a Bolivia circular libremente a través de dicho territorio, lo cual acreditaba la soberanía chilena sobre el territorio en disputa. Con estas abusivas actuaciones por parte de Chile, la nación boliviana perdió toda soberanía sobre el Océano Pacífico y quedó definitivamente con país sin salida al mar. Uyuni es la puerta de entrada al inmenso Salar,
Reserva Nacional que contiene las "lagunas de colores", interesantes géiseres y el llamado "Árbol de Piedra", una seta rocosa que la erosión del viento ha ido labrando durante milenios. Claro que nos ha llevado hoy aquí es el inmenso "cementerio de trenes" provocado por el histórico atraco que Chile le infringió a este débil país que no hacía otra cosa que ganarse el sustento con el duro sudor de su trabajo minero. Si estando sentado en un mullido sillón ya cuesta trabajo respirar, imagínense lo que debía ser en aquellos míseros tiempos trabajar día sí y otro también en una minas situadas a casi 4000 metros sobre el nivel del mar. Pues nada, hasta eso les robaron. El territorio es tan pobre que, aún así, ha multiplicado por diez su población.
De los 2.000 habitantes que había a principios del siglo XX, en la actualidad roza los 20.000 porque, curiosamente, los trenes que un día les dieron de comer a cambio de tantos esfuerzos, siguen aportando beneficios gracias al turismo. Nunca hay que perder la esperanza. Un siglo atrás para mantener a la familia aquellas gentes habían de luchar contra la tierra y los elementos. Ahora habrán de seguir luchando, claro está, pero detrás de la barra de un bar, vendiendo souvenires, etc. lo cual es muy diferente. En este momento el turismo es un pilar importante para la economía de Uyuni. Viven principalmente de la Historia ya que, además del Salar y su Cementerio de Trenes, cuentan con un importante Megaterio (restos de animales fosilizados del Periodo Terciario) e incluso con un Museo que exhibe utensilios y momias de los Chullpas, con sus torres funerarias de origen aymara y quechua.
Los chullpas del altiplano boliviano eran reinos aymaras que habitaron desde Perú hasta Bolivia y sus torres funerarias eran para proteger el cuerpo de sus mandatarios y para su recuerdo posterior. Estas construcciones perpetuaban el poder del difunto y mantenían la paz entre sus gentes. Según los restos de radiocarbono, esta civilización ocupó el altiplano desde el siglo XII hasta el siglo XVI y XVII, no viéndose afectados por la llegada de los españoles.
Como curiosidad y tipismo, en Uyuni tampoco faltan los hoteles con las paredes construidas con bloques de sal y con restaurantes que condimentan todos sus guisos con esa sal tan especial. El Salar de Uyuni es el más grande (10.582 Km2.) y el más alto del mundo (3.664 m. sobre el nivel del mar). Pero en fin, de momento todo va bien por Uyuni y su ciudad no para de crecer. Que sea por muchos años...
RAFAEL FABREGAT
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