2 de septiembre de 2011

0478- LO IMPREVISIBLE DE UN VOLCÁN.

En comparación con la edad del planeta, unos siglos no son nada. Hablar de erupciones volcánicas ocurridas en los últimos 1.000 años, viene a ser lo mismo que si habláramos de lo ocurrido la semana anterior en política. Digo esto porque a la hora de catalogar la peligrosidad de los diferentes volcanes de la Tierra, unos se dejan guiar por la estadística que nos ofrece el último siglo y otros hablan de mil o dos mil años antes. Soy de los que piensan que este tema puede tratarse perfectamente dentro de cualquier plazo puesto que, para nuestro planeta, mil años son un pequeño instante de su larga evolución.

Krakatoa, Sumatra.Citaremos algunos de aquellos que han producido mayor número de víctimas...
-Tambora, Indonesia (1815) con 80.000 muertos,
-Laki, Islandia (1783) con 39.000 muertos,
-Krakatoa, isla de Java (1883) con 36.000 muertos y
-Peleé, isla Martinica (1902) con 30.000 muertos.

La lista podría ser interminable pero tan solo se han señalado cifras de víctimas directas y en una historia relativamente reciente. Hay también otras víctimas indirectas; otros muchos pueden perder la vida por culpa de una erupción ocurrida en lugar remoto. De hecho tenemos el ejemplo del volcán Laki (Islandia) que en 1.783 tuvo 10 erupciones en apenas siete meses, alterando la atmósfera del hemisferio norte y el régimen de temperaturas y precipitaciones, que afectaron a territorios más allá del delta del Nilo, causando alrededor de 6 millones de muertos por hambruna.

Volcanes activos o durmientes hay cientos en todo el planeta. Lo lamentable es que lo imprevisible de su potencia y duración hace que no haya seguridad alguna sobre las consecuencias que cualquiera de ellos pueda producir en un momento determinado. Ahí tenemos el caso reciente del volcán Eijafjallajökull (Islandia) que en 2.010 cubrió media Europa bajo una inmensa nube volcánica que colapsó todo el tráfico aéreo mundial.

En 1.815, en Indonesia nació la isla de Sondawa. Allí donde solo había agua hay ahora una montaña
-volcán Tambora- de 60 Km. de diámetro y 3.000 metros de altura, con un cráter de 8 Km. de ancho.
Sin embargo el peligro letal de un volcán es lo imprevisible de su despertar, especialmente cuando hay un importante número de habitantes en sus inmediaciones.

Tal es el caso del Vesubio, en Italia, que el 24 de Agosto del año 79 sepultó las ciudades de Pompeya y Herculano, con tal rapidez que sus gentes fueron atrapadas bajo sus cenizas de forma instantánea. Tanto fue así que muchos de sus habitantes quedaron petrificados en la posición exacta que tenían en aquel momento. La avalancha de lava y cenizas incandescentes bajó por la ladera de la montaña a tal velocidad que cubrió en un instante la ciudad y a sus gentes que posiblemente dormidas no tuvieron tiempo de reaccionar. Aquellos tiempos no eran los que actualmente disfrutamos y Pompeya quedó allí enterrada, casi en el olvido, cerca de dos mil años...

Ya dentro del siglo XXI de nuestra era, escudriñadas las profundidades marinas y los confines del espacio, nadie es capaz de vaticinar con anticipación y fiabilidad una inminente erupción volcánica. Ya no con el tiempo suficiente para salvaguardar intereses materiales, si no incluso las horas necesarias para poner a salvo a las gentes que habiten la región próxima a la zona de influencia de ese hipotético volcán. Muchos son los adelantos técnicos de la humanidad, pero la naturaleza siempre irá unos pasos por delante...

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