1 de noviembre de 2021

3085- SANTIDAD DE LUIS IX DE FRANCIA.

San Luis IX
fue rey de Francia desde el año 1.226 hasta su muerte en 1.270. Era hijo de Luis VIII y de la Infanta Blanca de Castilla. Primo hermano, por tanto, del rey castellano Fernando III el Santo. 
Fue proclamado rey a la edad de 12 años por fallecimiento de su padre, aunque los primeros años estuvo bajo la regencia de su madre, que le imprimió una gran devoción y respeto a las enseñanzas de la Iglesia Católica de Roma. 
Su proceder era en algunas ocasiones el de un anacoreta, hasta el punto de llevar a cabo prácticas de mortificación, como la de hacerse azotar la espalda con cadenillas de hierro, sentar a su mesa leprosos y lavar los pies a los mendigos.
Perteneció a la Orden Franciscana y a la Trinitaria. Fundó multitud de monasterios y construyó la Santa Capilla de París como albergue de su colección de reliquias del cristianismo, entre ellas la "corona de espinas" ¿de Jesús de Nazaret?. 
Asistió al Concilio de Lyón, donde se excomulgó a Federico I, rey de Sicilia y Jerusalén y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. En dicho concilio convocó la VII Cruzada (1248-1254) quedando al mando de la misma. No contento con el nefasto resultado, de caer prisionero de los musulmanes y tener que pagar un gran rescate para recuperar la libertad, en 1270 convocó la VIII Cruzada que lo llevó a Túnez y donde, como gran número de sus soldados, murió de disentería sin alcanzar su objetivo.

Con su muerte, se puso punto y final a una expedición carente de toda lógica militar, política y religiosa, salvo favorecer los intereses de su hermano menor Carlos I de Anjou, rey de Nápoles y Sicilia, además de numerosos beneficios en Italia vinculados con el papado de Roma, por la competencia de los mercaderes tunecinos del Mediterráneo. Tras este cúmulo de desastres las Cruzadas fueron extinguidas. La consolidación de las monarquías y el desarrollo cultural alejaron para siempre las preocupaciones político-religiosas de aquellos tiempos.
Había muerto el más santo de todos los reyes de Francia, aquel que combinó sus tareas de gobierno con su benevolencia a las indicaciones papales y cuyo reinado gozó del mayor prestigio en toda la cristiandad y por el que fue canonizado por el papa Bonifacio VIII en 1297. Aprobó las leyes que castigaban la blasfemia con la mutilación de la lengua y los labios y ordenó quemar todos los libros judíos que hubieran en Francia, entre ellos 12.000 ejemplares del Talmud.

También prohibió la Ordalía o Juicio Divino, la justicia más primitiva y de todo punto injusta pero, conforme al derecho romano, fue sustituida por la tortura, con lo cual era peor el remedio que la enfermedad.
Dichas torturas estaban relacionadas siempre con el fuego y el agua.
En el caso de que la prueba fuera de fuego, el acusado era obligado a sujetar hierros candentes, introducir sus manos en una hoguera o en una caldera de aceite hirviendo; si la prueba era de agua, se le mantenía determinado tiempo sumergido en agua helada. El que sobrevivía o no resultaba demasiado dañado, se entendía que Dios lo consideraba inocente y por lo tanto no debía soportar ningún otro castigo adicional, siendo nombrado inocente de todos sus cargos.
En cuanto a las torturas tradicionales, justamente por ser todas sus variantes demasiado conocidas, no vamos siquiera a enumerarlas.
Personalmente soy de la opinión que muchos santos que ocupan un lugar en los altares de las iglesias católicas, no merecen tal distinción.

RAFAEL FABREGAT

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