
Descendió Selene del cielo y al verle se enamoró inmediatamente del joven que dormía plácidamente. Loca de pasión despertó al apuesto pastor, al posar sus labios sobre los suyos.
La luz plateada de Selene iluminaba toda la gruta y ante tan brillante diosa también Edimión se enamoró perdidamente de ella. Se desató la pasión entre ambos y no queriendo separarse de su amado, Selene subió posteriormente al Olimpo y rogó a Zeus que le concediera a Edimión un deseo. Aceptó Zeus otorgarlo y, tras meditarlo, el muchacho le pidió el don de la eterna juventud y un sueño perpétuo del que solo despertara para hacer feliz a Selene. A partir de aquel momento la diosa visitó todas las noches la cueva de Edimión, naciendo de este amor cincuenta hijas.
RAFAEL FABREGAT