11 de noviembre de 2011

0540- EL HORROR DE SOMALIA.

Dos años atrás, antes de la gran sequía que asola el país, Alí tenía cincuenta vacas, veinte cabras y cinco camellos. Era con toda seguridad una de las familias más ricas de la región. Sin embargo ante la falta de agua y comida los animales fueron muriendo... Su esposo quedó en la aldea al cuidado de los escasos bienes que les quedan, ella y sus ocho hijos se unieron a una caravana de desplazados en viaje hacia Mogadiscio, la capital, donde se supone que ha de llegar la ayuda internacional. Sin embargo la ayuda, si llega, no lo hará para todos. Hoy, tras dieciséis días de camino sin apenas agua y comida, Alí se ha dado cuenta que el pequeño Farah de dos años que llevaba todo el día en sus brazos está muerto.
- Pensé que estaba dormido -dijo la mujer destrozada.

La guerra y el hambre azota Somalia. Desde la caída del dictador Mohamed Siad Barré, hace ya 30 años, el país está sin gobierno. Al principio fueron varios los que intentaron hacerse con el poder, pero la ONU favoreció la creación de un Gobierno de Transición Federal que finalizara con un estado democrático. La medida no fue del agrado de quienes perseguían el poder y, entre otros, el gobierno se vio atacado constantemente por el jeque Mohamed Ibrahim al mando del grupo extremista islámico Al Shabaad, al parecer con especiales lazos de conexión con Al Qaida, que siembra el terror entre la población e impide la llegada de ayudas. El vecino gobierno de Kenia favorece y apoya el establecimiento de un gobierno democrático en Somalia y lo hace con el envío de ayuda militar y humanitaria pero los extremistas impiden la salida de los habitantes de los poblados que controlan, a fin de evitar posibles bombardeos.

Esta foto capta la realidad en toda su crudeza. Solo los más fuertes sobreviven. El camino que hace frontera con Kenia está sembrado de cadáveres, mayormente niños, pero también la madres mueren durante el viaje. No se trata pues de madres desalmadas que dejan morir a sus hijos. Cuando los niños llegan a la situación de no poder caminar por la intensa debilidad las madres, también hambrientas y sin apenas poder arrastrar sus pies, se sienten obligadas a continuar para salvar a aquellos que aún pueden hacerlo. Ante la más absoluta inanición los más débiles se dejan caer en el camino, mientras madres y hermanos siguen hasta la extenuación esperando el milagro de una posible ayuda que nunca llega. No solo son los niños quienes pierden la vida cada día en este viaje de hambruna extrema. 

El 80% de esos desplazados son mujeres, algunas embarazadas, de las cuales un alto porcentaje también acaban muriendo.
Los hijos mayores van resistiendo como pueden, pero los más pequeños quedan extenuados, con la piel caída por la deshidratación y los labios resecos. Se dejan caer y miran como se alejan sus hermanos, con los ojos hundidos en las órbitas, sin hablar, acabados. Quienes mueren así no son enterrados, puesto que quienes allí se encuentran ni siquiera tienen energías para poder hacerlo y sirven de alimento a hienas y buitres que apenas dejan los huesos. Los demás simplemente siguen, sin mirar atrás. Arrastrando los pies, al borde del precipicio entre la vida y la muerte, continúan mientras haya un soplo de vida, un atisbo de esperanza de llegar al campamento, donde intentan salvar la vida o encontrar sepultura decente.

Algunas familias han caminado tres o cuatro semanas sin otra cosa que comer o beber que aquello que han podido encontrar en el camino. Como he dicho antes, tras varios días de viaje sin agua ni alimentos, decenas de niños quedan en el camino algunos incluso sin enterrar. Quienes consiguen llegar, no todos se salvan puesto que algunos de ellos lo hacen tan debilitados que los escasos medios de los que se dispone no son suficientes para recuperarles. Entre mayores y niños, diariamente mueren más de media docena de los acogidos al campamento, sin otra causa que la desnutrición. 

La ayuda llega en cuentagotas y el campamento ha llegado a recibir hasta mil personas en un solo día, por lo que el horror se hace imparable.
A este horror de sequía y hambruna sin precedentes, se suma la actuación del grupo extremista islámico Al Shabaad que prohibe a las organizaciones internacionales operar en los territorios por ellos controlados, lo que impide la llegada de ayudas que no puedan hacerlo por aire. Los desplazados tienen que dar un rodeo de quince kilómetros para poder esquivar a los extremistas y en un camino más duro y peligroso, plagado de delincuentes que roban las escasas pertenencias que llevan los viajeros y violan a las mujeres.

Los que consiguen llegar a Dadaab se encuentran con un campamento abarrotado de chabolas, que ya supera los 400.000 refugiados.
Once millones de personas están sufriendo la hambruna que azota el cuerno de África. Todas las asistencias están desbordadas y las ayudas, debido a la crisis que azota la economía mundial, son cada vez más escasas.
Sin embargo, la ayuda de todos es necesaria...

RAFAEL FABREGAT

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