No hace tanto tiempo, situaciones como la que actualmente estamos atravesando se solucionaban a golpe de puño sobre la mesa y cargándose a los cuatro desalmados que con su egoísmo arrebataban la comida de los demás. No siempre a los verdaderos culpables del problema, pero la cabeza de unos daba que pensar a otros y las aguas -aunque solo fuera por miedo- volvían a su cauce. Antes los sabios escaseaban y por lo tanto no les era difícil abusar de la inmensa mayoría de ignorantes. Los tiempos han cambiado mucho en estas últimas décadas y la "bola de nieve" se ha hecho inmensa, hasta el punto de que un golpe sobre la mesa y el rodar de cuatro cabezas se ha hecho insuficiente e impracticable. Tanto es así que ni siquiera esas cabezas, culpables del desaguisado del mundo actual, han sido cortadas. Yo ya soy viejo, pero mucho me temo que la solución es difícil y solo podrá hacerse realidad por el camino de algo muy gordo.
Ojalá me equivoque, pero en el mundo actual en el que todos parecen saber demasiado, la solución no puede llegar por los cauces que hasta ahora han sido suficientes. El problema actual es simplemente que hay demasiados "listos". Cuando los listos eran cuatro, los otros noventa y seis trabajaban sin descanso para nivelar la balanza y todo salía adelante, pero en la actualidad los "listos" son noventa y seis y solo cuatro los que trabajan. ¿Como se puede solucionar esto?. A noventa y seis les era muy fácil cortar la cabeza de cuatro pero, ¿podrán entre cuatro cortar la cabeza a noventa y seis?. Está claro que no. Sin duda alguna solo el hambre, la revolución y una guerra descomunal será capaz de acabar con el problema. ¡Para acabar con noventa y seis tendrá que pasar algo muy gordo...! No es cuestión de una guerra civil, no. Para la horrible "carcoma" que nos está atacando eso es una simple aspirina.
La peste negra que azotó el continente europeo en el siglo XIV, cargándose a más de 25 millones de personas, fue un simple resfriado para lo que nos aguarda. Nadie sabe cual es la solución a nuestro problema, ni cuantos habrán de quedar en la cuneta para que esto se acabe y podamos empezar de nuevo. ¡El estado del bienestar...! ¡Vaya trola!. Una utopía, sin duda. Miles, millones de extranjeros de todas las procedencias se apuntaron a esa promesa occidental acudiendo en masa al "banquete de la abundancia". A esa promesa hecha por políticos sin escrúpulos en tiempos de bonanza económica. ¡Y aquí los tienes!. Después de cinco años de miseria absoluta nadie quiere volver a su tierra, pensando que esto es pasajero. ¿Pasajero?. ¡Y una leche!. ¡Hasta aquí hemos llegado!. Los cuatro tontos se han cansado de trabajar para los noventa y seis listos. ¿Y ahora qué? -se preguntarán algunos. Pues nada, a esperar... Más tarde o más temprano, las aguas volverán a su cauce, aunque sea a garrotazos.
Nadie se extrañará si digo que la "despensa" está vaciándose a marchas forzadas. Que el chorizo se acabó hace tiempo lo sabe todo el mundo y que apenas si quedan cuatro hogazas de pan, duras y mal contadas, también. Porque, contrariamente a lo que muchos creen, los chorizos no son los cuatro que siempre han estado ahí, que sin duda lo son. Como un mal inevitable, con esos ya hemos contado siempre... El problema es que en este momento los chorizos son noventa y seis y entre cuatro no pueden conseguir comida para todos. Ante su indefensión los currantes de turno han decidido que ellos tampoco trabajan. ¡Hala!. ¡Que se vaya todo a la mierda!.
- ¡Antes muerta que sencilla! -decía la cantante María Isabel.
Y es que cuando la enfermedad llega a este punto sin retorno, ya da lo mismo vivir que morirse. Especialmente si vivir solo sirve para ser esclavo de los demás. De cuatro chulos, muchos de ellos llegados de no se sabe donde, pero que no hay Dios que les haga trabajar y solo hacen que chupar la sangre de los demás.
La destrucción de empleo continúa a marchas forzadas mientras las autoridades norteamericanas y las europeas lamen el culo de los chinos, para que nos compren unas migajas de pan a cambio de inundar diariamente nuestros puertos con miles de contenedores de toda clase de mercancías. ¡Viva la globalización!. Los ajustes de la ciudadanía, que no los suyos, llegan ya a todos los sectores de la población sin que nadie escape a sus efectos. (Enseñanza, sanidad, policía, jueces, funcionarios...). Pero, ¿a donde pretenden llegar?. Parece que, de repente, se han vuelto todos tontos y, nadie sabe el por qué, no hay pan para nadie cuando, apenas un tiempo atrás, había carne para todos. ¿Acaso no somos los mismos?. Pues no. No lo somos porque, al igual que hiciéramos nosotros con los ignorantes indios de los países que conquistábamos en el medievo, con unas cuentas de colores se llevan nuestro pan y nuestra sangre.
Como hicieran aquellos indios salvajes en su momento, para recuperar el pan y la sal que hasta pocos años atrás nos sobraba, habrá que echar a los invasores al mar. Habrán de construirse muros que nos protejan de las garras de los buitres económicos mundiales y murallas como las del Imperio Qin que impidan el paso de los "chupasangres" que actualmente nos abocan a la anemia más absoluta. La globalización solo sirve para que los grandes sean más grandes y los pequeños más pequeños. Si esto es así, ¡que se jodan!. Personalmente no hay expresión que me guste tanto como la palabra libertad. Pero, pensándolo bien, resulta que... ¡Quien más se beneficia de la libertad son los golfos, los mangantes, los holgazanes, los sinvergüenzas...!
- ¡Cojones! -me pregunto asustado al verme escribiendo estas palabras- ¿Me habré convertido en un dictador...? Indudablemente no, pero si en un viejo chocho.
RAFAEL FABREGAT
Ojalá me equivoque, pero en el mundo actual en el que todos parecen saber demasiado, la solución no puede llegar por los cauces que hasta ahora han sido suficientes. El problema actual es simplemente que hay demasiados "listos". Cuando los listos eran cuatro, los otros noventa y seis trabajaban sin descanso para nivelar la balanza y todo salía adelante, pero en la actualidad los "listos" son noventa y seis y solo cuatro los que trabajan. ¿Como se puede solucionar esto?. A noventa y seis les era muy fácil cortar la cabeza de cuatro pero, ¿podrán entre cuatro cortar la cabeza a noventa y seis?. Está claro que no. Sin duda alguna solo el hambre, la revolución y una guerra descomunal será capaz de acabar con el problema. ¡Para acabar con noventa y seis tendrá que pasar algo muy gordo...! No es cuestión de una guerra civil, no. Para la horrible "carcoma" que nos está atacando eso es una simple aspirina.
La peste negra que azotó el continente europeo en el siglo XIV, cargándose a más de 25 millones de personas, fue un simple resfriado para lo que nos aguarda. Nadie sabe cual es la solución a nuestro problema, ni cuantos habrán de quedar en la cuneta para que esto se acabe y podamos empezar de nuevo. ¡El estado del bienestar...! ¡Vaya trola!. Una utopía, sin duda. Miles, millones de extranjeros de todas las procedencias se apuntaron a esa promesa occidental acudiendo en masa al "banquete de la abundancia". A esa promesa hecha por políticos sin escrúpulos en tiempos de bonanza económica. ¡Y aquí los tienes!. Después de cinco años de miseria absoluta nadie quiere volver a su tierra, pensando que esto es pasajero. ¿Pasajero?. ¡Y una leche!. ¡Hasta aquí hemos llegado!. Los cuatro tontos se han cansado de trabajar para los noventa y seis listos. ¿Y ahora qué? -se preguntarán algunos. Pues nada, a esperar... Más tarde o más temprano, las aguas volverán a su cauce, aunque sea a garrotazos.
Nadie se extrañará si digo que la "despensa" está vaciándose a marchas forzadas. Que el chorizo se acabó hace tiempo lo sabe todo el mundo y que apenas si quedan cuatro hogazas de pan, duras y mal contadas, también. Porque, contrariamente a lo que muchos creen, los chorizos no son los cuatro que siempre han estado ahí, que sin duda lo son. Como un mal inevitable, con esos ya hemos contado siempre... El problema es que en este momento los chorizos son noventa y seis y entre cuatro no pueden conseguir comida para todos. Ante su indefensión los currantes de turno han decidido que ellos tampoco trabajan. ¡Hala!. ¡Que se vaya todo a la mierda!.
- ¡Antes muerta que sencilla! -decía la cantante María Isabel.
Y es que cuando la enfermedad llega a este punto sin retorno, ya da lo mismo vivir que morirse. Especialmente si vivir solo sirve para ser esclavo de los demás. De cuatro chulos, muchos de ellos llegados de no se sabe donde, pero que no hay Dios que les haga trabajar y solo hacen que chupar la sangre de los demás.
La destrucción de empleo continúa a marchas forzadas mientras las autoridades norteamericanas y las europeas lamen el culo de los chinos, para que nos compren unas migajas de pan a cambio de inundar diariamente nuestros puertos con miles de contenedores de toda clase de mercancías. ¡Viva la globalización!. Los ajustes de la ciudadanía, que no los suyos, llegan ya a todos los sectores de la población sin que nadie escape a sus efectos. (Enseñanza, sanidad, policía, jueces, funcionarios...). Pero, ¿a donde pretenden llegar?. Parece que, de repente, se han vuelto todos tontos y, nadie sabe el por qué, no hay pan para nadie cuando, apenas un tiempo atrás, había carne para todos. ¿Acaso no somos los mismos?. Pues no. No lo somos porque, al igual que hiciéramos nosotros con los ignorantes indios de los países que conquistábamos en el medievo, con unas cuentas de colores se llevan nuestro pan y nuestra sangre.
Como hicieran aquellos indios salvajes en su momento, para recuperar el pan y la sal que hasta pocos años atrás nos sobraba, habrá que echar a los invasores al mar. Habrán de construirse muros que nos protejan de las garras de los buitres económicos mundiales y murallas como las del Imperio Qin que impidan el paso de los "chupasangres" que actualmente nos abocan a la anemia más absoluta. La globalización solo sirve para que los grandes sean más grandes y los pequeños más pequeños. Si esto es así, ¡que se jodan!. Personalmente no hay expresión que me guste tanto como la palabra libertad. Pero, pensándolo bien, resulta que... ¡Quien más se beneficia de la libertad son los golfos, los mangantes, los holgazanes, los sinvergüenzas...!
- ¡Cojones! -me pregunto asustado al verme escribiendo estas palabras- ¿Me habré convertido en un dictador...? Indudablemente no, pero si en un viejo chocho.
RAFAEL FABREGAT