En 1.527 se casó con Marina Ortiz de Gaete y ocho años después partió hacia el Nuevo Mundo, no volviendo a ver jamás a su esposa.
En 1.535, ya en el continente americano, participó en la conquista de Venezuela y tres años después pasó a Perú, alistándose al servicio de Francisco Pizarro para el que trabajó como Maestre de Campo.
Agradecido por sus servicios éste le recompensó con minas y tierras, nombrándole también vicegobernador del territorio de Chile.
Tras el control de numerosas resistencias indígenas y algunas conspiraciones, en 1.548 Pedro de Valdivia regresó al Virreinato del Perú donde el Presidente de la Audiencia de Lima y Gobernador del Perú, Pedro de Lagasca, le confirmó el título.
Nuevamente en Chile mantuvo sus luchas contra los diferentes pueblos indígenas hasta que finalmente murió en Tucapel el 1.553.
A medida que bajaban hacia Chile se les unieron otros conquistadores hasta sumar algo más de una veintena de castellanos. La noticia de su marcha hacia las tierras bañadas por el Pacífico se habían difundido por el altiplano y otros más se sumaron a la expedición hasta sumar 110 españoles, número que fue creciendo a medida que avanzaban. A su llegada a Atacama la Chica, Pedro de Valdivia llevaba todo un ejército compuesto por ciento cincuenta y tres hombres y dos clérigos, además de un millar de indios de servicio que ya empezaban a ralentizar la marcha de la expedición. Al entrar en el Desierto de Atacama Valdibia decidió dividir la expedición en cuatro grupos separados por una jornada, con el fin de que los pobres pozos de agua pudieran recuperarse mientras llegaran los grupos siguientes. Continuamente encontraban los restos de hombres y animales que les precedieron, algunos apoyados yertos a la peña que pensaban les protegería de aquel duro final. Afligidos por el macabro paisaje muchos se arrepintieron de su audaz aventura pero aquellos que osaron amotinarse fueron ahorcados por traición y el resto continuó la marcha sin volver atrás sus cabezas.
Tras dos meses de marcha, el desierto más seco del planeta dejó de mostrar manantial alguno y el ejército creyó su vida acabada. Desesperados cavaron un pequeño pozo allí donde descansaban y como si de un milagro se tratara el agua manó en abundancia antes de llegar a los dos metros de profundidad. Aunque más parece leyenda que realidad, lo cierto es que el lugar se mantiene vigente con el nombre de Aguada de Doña Inés, nombre de la plasenciana Inés Suárez que, aunque para disimular se hacía pasar por criada, era realmente la amante de Pedro de Valdibia. A partir de ese punto comenzaba su jurisdicción por lo que en honor a su tierra natal lo llamó Nueva Extremadura. Formó la tropa y los sacerdotes entonaron un Te Deum. El conquistador, dando unos pasos a caballo con la espada desnuda en mano ordenó que se denominase a la zona "Valle de la Posesión". A pesar del júbilo reinante un detalle no pasó desapercibido para todos y es que Valdibia tomó posesión en nombre del rey y no de Pizarro que es quien ordenó la expedición, lo que daba a entender que se consideraba gobernador.
El 15 de Junio de 1.541 el cabildo de Santiago de Chile nombró a Valdivia gobernador y Capitán General Interino en nombre del rey mientras el vicegobernador, nombrado por Pizarro, astuto, renunció al cargo. La pobreza de aquellas tierras era extrema. La colonia se construyó con maderos revocados con barro y techos de paja, con una plaza central que era todo un pedregal yermo. Una breve acequia atravesaba el poblado y cercano el rancho de Valdibia, la pequeña iglesia y la cárcel. Los ciento cincuenta aventureros que le acompañaban esperaban que la reputación de haber oro en las inmediaciones fuera cierta, pero algunos ya empezaban a impacientarse. Una exploración por los valles próximos, en busca del preciado metal, les llevó al Valle de Aconcagua donde les espera su cacique para derrotarles. Tras varias horas de lucha y muertos muchos indios, su jefe Michimalonco fue aprehendido y a cambio de su libertad acompañó a los españoles a los lavaderos donde obtenían el oro, con gran júbilo de los conquistadores. Dos españoles con experiencia minera dirigían a más de mil indios que el cacique había facilitado para la extracción de oro, al tiempo que otros veinticinco trabajaban junto al río Aconcagua en la construcción de un barco que llevara el oro al Perú y trajera suministros de todo tipo.
A los pocos meses Valdivia fue avisado de que se preparaba una conspiración para asesinarle pero una catástrofe impidió que se llevara a cabo. Liberado el cacique Michimalonco los indios de los lavaderos y del astillero se habían sublevado. Atrajeron a los soldados con una olla repleta de oro y les mataron en la emboscada, arrasando posteriormente ambos proyectos. Aquello era solo el comienzo puesto que los insurgentes estaban preparando el ataque definitivo a los invasores españoles. Alguno de aquellos que pensaban traicionar a Valdivia se alegró de tan nefastos acontecimientos por lo que éste mandó apresar a los cabecillas y disimuló con los demás pues necesitaba de todos para poder defenderse de los indígenas. Los cinco confesos principales fueron ahorcados tras el breve proceso. Para escarmiento de que algún otro quisiera rebelarse, los cuerpos fueron dejados colgados ondeando al viento durante semanas.
Mientras tanto Michimalonco había convocado a todos los jefes del valle y miles de indios se prepararon para la rebelión, tomando como primera medida el no suministrar víveres a los invasores. Viendo en la falta de alimentos una insurrección inminente, Valdivia cogió presos a siete caciques de otras tantas tribus y les dijo que aceptaran vivir en paz con ellos o les declararían definitivamente la guerra, conminándoles a que acabara de una vez por todas aquella situación y ordenándoles que se trajeran provisiones o los jefes no serían liberados. Inteligentes, los indios no trajeron los víveres demandados pues sabían que el tiempo jugaba a su favor. Los exploradores vieron entonces que estaban reuniéndose en el valle dos concentraciones de hasta 5.000 hombres o más. Valdivia cogió a noventa de sus soldados para atacar la mayor de esas concentraciones, en la confianza de que si derrotaran a una de ellas el resto desistirían, al tiempo que aprovecharían para abastecerse de víveres. La otra concentración ya había sido derrotada por ellos en anterior ocasión por lo que confiaba que el resto del contingente (32 jinetes y 18 infantes, más unos 200 yanaconas) pudieran resistir bien guarecidos en Santiago.
No hubo tiempo para llevar a cabo la estratagema. Michimalonco se había acercado sigilosamente con sus hombres a las proximidades del pueblo y los españoles se prepararon para la embestida.
El domingo 11 de Septiembre de 1.541, tres horas antes del amanecer, el grito atronador de los indios de Aconcagua y Mapocho dieron inicio a un asalto inesperado: ollas de fuego que arrojaban en las cercas de carrizo y que prendían rápidamente en las frágiles casas de madera y paja. Salió la caballería lanceando en la penumbra a los indios, pero en la oscuridad éstos se rehacían rápidamente y a la llegada de los primeros rayos de sol la aldea ardía por los cuatro costados. La criada y amante de Valdivia, Inés Suárez, viendo que los indios penetraban en el poblado sin que los españoles pudieran contenerlos marchó a la habitación donde estaban presos los jefes indios y mandó a los guardias que los matasen antes de ser rescatados.
El domingo 11 de Septiembre de 1.541, tres horas antes del amanecer, el grito atronador de los indios de Aconcagua y Mapocho dieron inicio a un asalto inesperado: ollas de fuego que arrojaban en las cercas de carrizo y que prendían rápidamente en las frágiles casas de madera y paja. Salió la caballería lanceando en la penumbra a los indios, pero en la oscuridad éstos se rehacían rápidamente y a la llegada de los primeros rayos de sol la aldea ardía por los cuatro costados. La criada y amante de Valdivia, Inés Suárez, viendo que los indios penetraban en el poblado sin que los españoles pudieran contenerlos marchó a la habitación donde estaban presos los jefes indios y mandó a los guardias que los matasen antes de ser rescatados.
Más aterrorizados que predispuestos a la matanza los guardias le preguntaron como debían matarles por lo que cogiendo Inés Suárez una espada respondió: ¡D'esta manera!. Y ella misma los decapitó a todos.
Cogiendo las cabezas salieron a la plaza y los indios al ver las cabezas de sus capitanes dejaron de pelear y se retiraron, cuando en realidad tenían la batalla prácticamente ganada. Una última carga de caballería, al final de la tarde, selló la inesperada victoria de los españoles que hicieron retroceder a los últimos indios que se resistían a abandonar el campo de batalla. Habían muerto veintitrés caballos, cuatro cristianos y más de cien yanaconas. Toda la colonia, pertenencias y escasos víveres habían sido quemados. Entre españoles y yanaconas sobrevivieron unas ochocientas personas para las que no había otro alimento más que tres cochinos, dos pollos y tres medidas de trigo.
Cogiendo las cabezas salieron a la plaza y los indios al ver las cabezas de sus capitanes dejaron de pelear y se retiraron, cuando en realidad tenían la batalla prácticamente ganada. Una última carga de caballería, al final de la tarde, selló la inesperada victoria de los españoles que hicieron retroceder a los últimos indios que se resistían a abandonar el campo de batalla. Habían muerto veintitrés caballos, cuatro cristianos y más de cien yanaconas. Toda la colonia, pertenencias y escasos víveres habían sido quemados. Entre españoles y yanaconas sobrevivieron unas ochocientas personas para las que no había otro alimento más que tres cochinos, dos pollos y tres medidas de trigo.
Empecinados en permanecer en aquellas duras tierras se enfrentaron a la pobreza y aquellos puñados de trigo fueron guardados para su siembra.
Se reedificaron las casas, esta vez con adobe, se araron los campos, se confeccionaron prendas con pieles de perro y se construyó una muralla defensiva.
En 1.543 llegó a la bahía de Valparaíso un barco del rey con el anhelado socorro y una columna de apoyo con setenta jinetes. En agradecimiento se levantó una ermita en la que se depositó una pequeña virgen que Valdivia había traído de España y que siempre llevaba en su montura, a la que a partir de entonces dio el nombre de Virgen del Socorro. Con el tiempo esta pequeña ermita se convertiría en la iglesia de San Francisco, que aún perdura en el Santiago actual y cuya virgen preside el altar mayor, como último vestigio que perdura de aquella época embrionaria de Chile. Repuesta la colonia, Valdivia siguió sus planes de conquista y hasta consiguió aliarse con su antiguo enemigo Michimalonco que no volvió a hostilizarle. Incluso llegaron a establecerse algunos intercambios comerciales entre indígenas y españoles. Por exigencias de la Corona y el apoyo de la Iglesia, se hizo necesario establecer una encomienda por la que los indígenas debían tributar en trabajo o especie siendo los conquistadores los encargados de hacer llegar a España esos frutos, lo cual llevó a las rebeliones continuadas de aquellas gentes. Muchas fueron las ciudades creadas, pero muchas también las vidas que costaron. Valdivia llega al Seno de Reloncaví y divisa a lo lejos la isla de Chiloé, máximo punto en pos del Estrecho de Magallanes y no registrándose más escaramuzas cree que la región está por fin pacificada, aunque la aparente tranquilidad mapuche obedece a otras causas bien diferentes...
En 1.553 se entreven los primeros síntomas de rebelión general y sus capitanes le advierten del inminente alzamiento indígena. Los años de represión han enseñado a los indígenas las artes españolas de la guerra y uno tras otro fuertes y ciudades van siendo destruidos. Valdivia asume personalmente el mando de un destacamento con 50 jinetes y llega a Tucapel donde el silencio de la destrucción flota en el ambiente. Establecido el campamento entre las ruinas, el bosque bulle de pronto con gritos de guerra al tiempo que una masa de indígenas se precipita hacia la posición española. Contenido el primer ataque, un nuevo contingente armado con mazas y boleadoras se lanza sobre ellos y cuando la mitad de los españoles yacían en el suelo, los indígenas se retiran presentándose de inmediato un nuevo escuadrón de refresco. Viéndolo todo perdido Valdivia ordena la retirada, pero es tarde. Solo el clérigo Pozo y él mismo pudieron salir a lomos de sus caballos pero cruzando unas ciénagas quedaron empantanados y fueron rápidamente apresados. Todos los españoles, excepto Valdivia, fueron decapitados y sus cabezas puestas en picas y paseadas por la región.
El gobernador fue llevado a presencia del toqui Lautaro que mandó atarlo en un poste clavado en el suelo, próximo a una gran hoguera. Tres días duró una tortura que llegó a conocimiento de los historiadores a través de relatos orales, siempre coincidentes en que (sin matarle) le fue cortada la carne de brazos y piernas empleando conchas afiladas y atándole previamente sus miembros para que no se desangrase. Asaron su carne en la hoguera y se la comieron ante sus ojos. Finalmente le hicieron un corte en el pecho y extrajeron su corazón en carne viva, tras lo cual le cortaron la cabeza y sacaron la parte superior del cráneo para poder llevar a cabo el último ceremonial que consistió en beberse la chicha en aquel cuenco humano, tras haberse comido asado el resto de su cuerpo. Según relatan las crónicas de aquellos tiempos, el odio de los araucanos hacia Valdivia era de tales dimensiones que el cráneo del conquistador español sirvió para celebrar la victoria en cada una de las ciudades fundadas por Valdivia y arrasadas por los indígenas. Sin embargo la simiente conquistadora de Valdivia estaba echada y nuevos gobernadores del Virreinato del Perú ocuparían su lugar en tiempo breve. La independencia definitiva de Chile no llegaría hasta el día 12 de Febrero de 1.818, tras la victoria de los patriotas contra los realistas en la Batalla de Chacabuco.
RAFAEL FABREGAT
ResponderEliminarque bién se defendierón
Así es amigo, así es. Aquellos tiempos eran muy diferentes...
EliminarUn cordial saludo.