16 de junio de 2012

0713- BARCOS DE LUJO, OXIDADOS.

REEDICIÓN
Yo, es que más bien soy de secano. Bañándome toda mi niñez en balsas de riego sin limpiar y por lo tanto llenas de algas, ranas y alguna que otra serpiente de agua, poco puedo saber de barcos de lujo. De crucero tampoco he ido y un viaje de ida y vuelta a Ibiza, en uno de los barcos de la Compañía Transmediterránea, es todo mi bagaje marinero. Sin embargo dicen que más hace quien quiere que quien puede y aquí estamos para explayarnos un poquito con el tema que nos ocupa en el día de hoy. Para quien no lo sepa las balsas rústicas de riego eran (y son) depósitos de obra, construidos muchas veces por el propio agricultor, que indican un manantial escaso y que sirven para almacenar el preciado elemento, lo que permite ampliar la zona de riego.

Extraída
 el agua mediante una noria girada por burros o mulos, el caudal era bajo para el riego directo y la reserva embalsada colaboraba a aumentar el caudal de la acequia que regaba la huerta. Los niños, con permiso o sin él acudíamos en verano a esas balsas y nos bañábamos entre bichos de todas clases y en medio de una maraña de algas o "llimacs". La gente de entonces no tenía los adelantos de hoy en día pero, justamente por eso, era necesario poner a trabajar la imaginación para suplir las deficiencias. Con una cierta frecuencia, según la pillería del animal, el burro se paraba y la extracción de agua del pozo cesaba provocando las blasfemias del agricultor que cogía una piedra y la lanzaba hacia la bestia a fin de que siguiera rodando.

Ya sé que el título dice que hemos de hablar de vacaciones y barcos de lujo así que, dejémonos de norias y de burros y sin hacer siquiera las maletas, nos podemos ir a... No sé, ¿quizás a Capri?. Porque para ir a Mónaco no somos bastante pijos... Yo no soy de viajar muy lejos, puesto que los destinos próximos también tienen mucho que ver y no hay que invertir tanto tiempo, esfuerzo y dinero para llegar. Capri no está mal y lo tenemos a tiro de piedra. Como todos saben, Capri es una isla italiana, situada en el mar Tirreno, al sur del Golfo de Nápoles y frente a la península torrentina. Barata no es pues, siendo destino de ricos, el amarre cuesta 2.500 euros la noche pero eso poco importa a quienes allí amarran sus barcos, siendo destino de magnates y famosos artistas. 

Nosotros, solo vamos a mirar así que con tener buena vista...
Con esos precios, ni los dueños ni los barcos que allí atracan pueden ser de poca categoría ya que si así fuera, tras las vacaciones, el barco podría quedar como pago de la estancia en puerto y quizás no tuvieran bastante. 
Capri no es un destino de cantidad, sino de exclusividad. 
La isla, de apenas 10 Km2., ha sido siempre lugar de descanso y placer exclusivo. 
Frecuentada por Julio César y lugar de residencia y grandes bacanales del emperador Tiberio. 
No es un destino turístico al que pueda acudir cualquiera, salvo para mirar de lejos, porque allí todo es privado y nada barato. 

Si vas de alquiler, es imposible encontrar casa por menos de 7.000 euros semanales claro que, quien llega con esos barcos, no tiene que buscar habitación. Y es que en tema de barcos... ¿que les puedo decir, que ustedes no sepan?. Porque lo que ven en la foto adjunta no es el hall del hotel más exclusivo de París, ni la habitación pertenece a la suite más lujosa del mismo. La foto es una simple muestra de lo que puede encontrarse en algunos de los yates que surcan cada día los mares del mundo. Porque en este planeta riqueza hay mucha, lo que ocurre es que está mal repartida. Bueno, eso dicen algunos, porque al rico no le parece tener demasiado... 

Yo creo que cada cual tiene lo que se merece, lo que pasa es que hay quien tiene mucho más, por merecimiento de quienes hay en su entorno más inmediato. La suerte es caprichosa y después de miles de años de miseria y calores infernales, el petróleo a hecho ricos a los descendientes de aquellos que, durante miles de años, tantos infortunios pasaron a lo largo y ancho de los inhóspitos desiertos. Aún así no solo la suerte es la que les ha llevado la riqueza, sino que también les ha ayudado la ambición de los occidentales y la valentía de los autóctonos para pararles los pies y hacerles volver a sus países cuando se vieron con posibilidades de hacer el trabajo ellos mismos.

Exceptuando algún mafioso traficante de drogas, que también los hay, los reyes del petróleo son en estos momentos los que habitan tan lujosos yates. Porque yates hay muchos, cientos de miles, millones quizás, pero pocos son los que lucen los camarotes de las fotos que hemos visto. Está el del millonario de a pie, si es que hay algún millonario que pueda llamarse de ese modo. De la misma manera que está también
 el de los artistas de la música o del celuloide a los que algunos mentecatos llaman "reyes de la cultura", y que han conseguido reunir una interesante fortuna. Y no olvidemos tampoco al nuevo rico simplón, por casualidades de la Diosa Fortuna, en forma de boleto de Quiniela, Primitiva, etc. 

A finales del siglo XX y principios del XXI, con aquello del boom inmobiliario, la cosa estaba llegando a extremos casi cómicos. Más grande o más pequeño, cualquier empresario vinculado con la construcción tenía su yate (o lancha Zodiach). ¡Ay que risa!. Los fabricantes de escobas no, porque no sabíamos nadar... ¡Que si no, también!. Albañiles, carpinteros, herreros, electricistas y hasta fontaneros tenían barco y amarre propio. No había puertos ni amarres suficientes en nuestra querida España. ¡Quina festa, quin ambient...!
Sin embargo la riqueza para todos no es posible y de vez en cuando tiene que surgir algún periodo de crisis para poner a cada cual en su sitio. No era lógico que sin apenas estudios y con mucho coraje cualquiera se pudiera hacer rico, como tampoco es normal que familias con grandes haciendas y ricas durante generaciones, estén actualmente malviviendo porque los productos agrícolas no se paguen lo suficiente. Aquellos empresarios de tramoya, que aquellos años se comían el mundo, hoy no pueden pagar ni siquiera el mantenimiento de aquellas embarcaciones para las que tampoco encuentran comprador. 

El moho, el óxido y el salitre pudren los cascos y carcomen los motores o las velas de aquellas embarcaciones que daban estatus a simples profesionales que hoy no pueden pagar ni los impuestos de aquellos amarres. 
Y es que más pronto o más tarde las aguas vuelven a su cauce y unos van en yate y otros en barca de remos. Estoy cansado de decirlo, yo no sé si habrá o no Dios, pero Demonio seguro que sí. ¡A las pruebas me remito...!
RAFAEL FABREGAT

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