No sé con seguridad si el título es correcto o no, pero de lo que quiero hablar en el día de hoy es del potencial que tenía nuestro pueblo (Cabanes) en el sector de la fabricación de carros agrícolas en las décadas de los 40 y 50. Tiempo de miseria pero también de gran necesidad en el sector del transporte agrícola con mulos. Difícil compaginar la falta de recursos y la inversión, pero así eran las cosas entonces.
Cabanes, con todos los hombres en el frente de batalla y los campos abandonados a su suerte, veía posteriormente regresar a los supervivientes de la Guerra Civil en unas condiciones lamentables de cansancio y hambruna, cuando no heridos o mutilados. Tampoco el pueblo en sí tenía mejor aspecto. Un fuerte bombardeo y la falta de brazos para llevar a cabo las labores de desescombro y reparación, daban al pueblo una imagen de abandono y desánimo. Pero había que seguir luchando para sobrevivir, ahora contra el hambre.
Había que dejarse de lamentaciones, que no conducían a sitio alguno y luchar nuevamente por la supervivencia. Ya los obuses habían sido silenciados y las balas no cruzaban silbando el aire; los aviones, por fin, habían quedado aparcados en los hangares de los maltrechos aeródromos y la lucha actual era otra. La falta de recursos, principalmente la comida, eran el peor enemigo.
El gobierno tomó rápidamente cartas en el asunto e instauró un racionamiento severo de los alimentos disponibles, al tiempo que se facilitaba a la gente del campo semillas y abonos para una rápida reactivación de las cosechas. Los primeros tractores aparecieron para roturar las maltrechas tierras y tras ellos los mulos se pusieron al trabajo. Sin embargo los buenos carros habían sido requisados y destrozados o desaparecidos en la contienda; apenas cuatro carretas inservibles habían quedado en la localidad.
Ya desde muchos años atrás, Cabanes tuvo importantes talleres dedicados a la fabricación y reparación de carros y carruajes, pero con la llegada de la Guerra Civil la actividad había cesado. Dueños y operarios fueron llevados al frente y los talleres expoliados. La escasez de recursos tampoco favorecía la reapertura posterior del negocio, pero el futuro parecía alentador y los antiguos oficiales se pusieron manos a la obra. Lo más dificultoso era conseguir la maquinaria suficiente para poder trabajar, pero nada es imposible cuando hay tesón y ganas de progreso. Lo encontrado en el mercado de ocasión fueron máquinas viejas, oxidadas, alguna quizás robada anteriormente de sus mismos talleres, pero las compraron nuevamente y abrieron. Encontrar la dura madera de encina fue menos problemático y en unos meses todo estaba otra vez en marcha.
Aparte los talleres normales de carpintería o herrería, que también podían dar solución a la rotura de algún pertrecho puntual, tres eran en Cabanes los oficiales especializados en la fabricación integral de carros agrícolas:
Álvaro Porcar, Daniel "del carrer de la Font" y Micalet "el carreté", aunque finalmente el primero y el último se asociaron formando un único y completo taller.
Prontamente, en el número 85 de la calle "de la Font, el "tío Daniel el Carreté" reabrió su antiguo negocio de construcción y reparación de carros, así como herrería tradicional, pero eso no había hecho más que empezar. Como se ha dicho antes, dos de los principales oficiales carreteros de Cabanes se asociaron y construyeron un grandioso local de nueva planta en el número 95 del "carrer de Castelló".
La sociedad de Micalet el carreté y Álvaro Porcar, máximos especialistas de la comarca en la construcción de carros, pronto dio sus frutos y numerosos encargos de la localidad y pueblos limítrofes convirtieron su grandioso taller en lugar de peregrinaje de los más importantes terratenientes y de aquellos otros que, sin serlo, también necesitaban un carro en el que acarrear pertrechos, estiércol, cosechas, etc.
El campo, ya se sabe, era duro trabajo para el que se precisaba un buen carro y valientes animales. Trabajos puntuales de sacar piedra del campo recién roturado con tractor y también el de sacar "malea" de difíciles zonas de montaña y posterior acarreo hasta las azulejeras de Onda y Vilareal, cuyos hornos funcionaban con la combustión de las leñas bajas de nuestros montes, era una forma frecuente de ganarse la vida en aquellos tiempos.
Los más pobres, como siempre ha ocurrido a lo largo de la historia, se apañaban como podían...
Matxo "a pèl, i al damunt la saria, el forcat i les barres, així com menjar per al matxo i saquet de berena i canteret d'aigua fresca per al llaurador".
En camisas y pantalones, los parches eran tantos que resultaba difícil adivinar cual era la tela original de la pieza en cuestión. Sin embargo, justamente por ir todos iguales, nadie llamaba la atención y todos animados salían hacia el campo, liando el primer cigarrillo del día, en animada tertulia que difícilmente dejaba adivinar la mucha hambre que todos ellos pasaban.
A mediados de los 50, por su edad, falta de salud o cuestiones ajenas a mi conocimiento, Álvaro el carreté ábandonó la sociedad y el tío Micalet siguió su labor, en solitario, unos años más. No muchos ya que, la edad y la falta de demanda, hizo que a finales de la década de los 50 el taller de la calle Delegado Valera fuera cerrado. En la década de los 60, por comodidad y aún sin necesitarlo, se cambiaron la práctica totalidad de las ruedas de los viejos carros por novedosas ruedas de goma que salieron al mercado. Los animales lo agradecieron y los caminos también. Las profundas rodadas siempre llenas de piedras y barro, dieron paso a llanos caminos por los que se transitaba de forma más cómoda.
Fue el descabello de la profesión de "carreter". Las ruedas eran justamente las piezas que hacían insustituibles a estos profesionales y para colmo de males los acoplamientos metálicos de las nuevas ruedas los hacían los herreros de siempre.
También la carretería del carrer de la Font, ya en manos de su hijo (Danielet el carreté), apenas tenía trabajo y lo compaginaba con la compraventa de toda clase de materiales reciclables: latas, hierro viejo, papel y cartón, pieles y hasta huesos, que almacenaba en un patio trasero. Pero Cabanes no tenía población suficiente para ganar dinero con esta actividad y a mediados de los 60 cerró y lo vendió todo, marchando del pueblo para dedicarse a la venta de cafeteras para bares. El llamado "Danielet el carreté" (hijo) nunca fue un verdadero profesional del sector puesto que no llegó a fabricar carros nuevos, limitándose a realizar solamente trabajos de reparación y herrería.
En Cabanes, la profesión de "carreter", acabó el día en que el tío Micalet cerró el taller del carrer de Castelló. Ese y no otro fue realmente el último "carreter" cabanense y uno de los mejores de la comarca.
Su taller lo heredó su sobrina Teresa Amer que, casada con Federico Bellés, herrero asalariado en Vall d'Alba, abrió negocio por su cuenta en ese mismo local. La antigua carretería del tío Micalet, volvía a estar nuevamente al servicio del campo, esta vez de la mano de uno de los mejores constructores comarcales de aperos agrícolas y así continuó hasta que el boom de la construcción provocó una oferta irrechazable que hizo que pasara a manos de un promotor de viviendas. De todas formas su hijo mayor, también llamado Federico, ha trasladado la actividad a un cercano polígono industrial y allí siguen al servicio del campo y de la comarca, cuando no a las nuevas tecnologías, que también precisan de buenos profesionales en el campo de la herrería y sus especialidades.
RAFAEL FABREGAT
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ResponderEliminarSí señor!
Un saludo desde el norte de Córdoba.
Muchas gracias José. Siempre a tu disposición.
ResponderEliminarUn abrazo.