Ya hace ya algún tiempo de esto.
Siempre he dicho que no es fácil viajar con amigos. Cada uno tiene gustos diferentes y acceder a las pretensiones de los demás siempre es un sacrificio, que pocas veces tiene contraprestación. Se dice que cada casa es un mundo, pero el asunto es mucho más complejo y la realidad es que un mundo, somos cada uno de nosotros.
Nosotros, mi mujer y yo, solo hemos viajado dos veces con amigos y siempre hemos fracasado. Es probable que los difíciles seamos nosotros, no voy a decir lo contrario, pero lo cierto es que lo que gusta a unos no gusta a los demás y solo sacrificándose alguien puede reinar la armonía. Una armonía que, desde el momento en que es forzosa, no puede ser tal. Por lo tanto, cada oveja con su pareja y punto. Aún así y por mucho que la pareja se quiera, ningún marido es como la mujer, ni viceversa.
Uno de los dos viajes que hemos realizado con una pareja de amigos, fue a Córdoba y Granada. Nosotros estábamos con el gusanillo de no conocer Granada y sí el resto de Andalucía, por lo que el viaje nos apetecía. Ellos no conocían ninguna de las capitales andaluzas y querían salir a donde fuera. Sin embargo la diferencia de criterios se vio pronto; nosotros somos de viajar en clase media y hacerlo en plan cultural (monumentos, catedrales, museos, etc.). A ellos, entonces lo supimos, nada del tema cultural les atrae y a pesar de no tener dinero, les gusta hacerlo todo a lo grande, es decir, hoteles y restaurantes de lujo como si no hubiera un mañana.
El posible viaje, se comentó tomando unas cervezas en el Bar Tony la noche del Miércoles Santo y se pretendía realizar a primera hora del día siguiente. Nosotros apenas si teníamos unas 10.000 pesetas en efectivo y ellos menos de 2.000 aunque, eso sí, tenían tarjeta de crédito. Juventud, divino tesoro, pedimos dinero (65.000 pesetas) a un amigo común y salimos hacia la aventura. ¡Semana Santa en Andalucía y sin reservas...!
A la mañana siguiente estábamos en la carretera. El viaje, llevado a cabo con nuestro coche, no empezó bien ya que antes de llevar una hora ya nos multaron por haber pisado una raya continua. Seguimos viaje y no teniendo hotel contratado el amigo, hombre de mundo y constituido en tesorero del dinero objeto de préstamo, sacó el teléfono móvil y su agenda y sin problema alguno tomó dos habitaciones dobles en uno de los mejores hoteles de Córdoba. Aunque fuera Semana Santa, en esos establecimientos siempre hay habitación. Comida a lo grande en Albacete, llegamos a Córdoba al anochecer. Tomamos habitación y salimos a dar una vuelta y a cenar. El amigo llevaba la batuta y (ji, ji, ja, ja) los demás nos dejábamos llevar. Cuando nos cansamos de vueltas y tapas volvimos al hotel, quedando en vernos en el desayuno. Mi mujer y yo, intuyendo que los amigos no madrugarían, nos levantamos a las nueve y efectivamente ellos seguían durmiendo. Decidimos esperarles para el desayuno y lo hicimos marchando a comprar algunas cosas que necesitábamos, encontrándonos con la sorpresa de que a la vuelta (más de las 10 de la mañana) ellos seguían sin haberse levantado, lo cual ya nos mosqueó porque ello limitaba y mucho las visitas pendientes.
Llamamos a su habitación y tras una buena espera, conseguimos que estuvieran en disposición de bajar a desayunar. Desayuno y visita a la mezquita y barrio de la judería, bodegas, etc. con algunas compras en la multitud de tiendas de souvenirs que allí se ubican. A todo esto, ya más de las 2 de la tarde, el amigo propuso que la comida tenía que ser en el restaurante "El caballo Rojo". Nosotros no opusimos problema alguno y allá que nos fuimos. Casi lleno, pero sin problema alguno de mesa, nos acomodaron y trajeron la carta. Por si acaso no vimos la categoría del restaurante, porque en la entrada no se vislumbra, con los precios de la carta pronto nos percatamos de donde nos habíamos metido. Aunque tanto mi mujer como yo no dijimos nada, los precios eran tan abusivos que no sabíamos qué pedir. La indecisión duró poco tiempo puesto que nuestro amigo, como si de un magnate se tratara, empezó a pedir para sí mismo todo cuanto le apetecía y lo mismo hizo su mujer. Mi mujer y yo nos miramos y, sin mirar los precios, hicimos otro tanto. Se unieron buenos vinos y con el postre los mejores cavas.
La comida costó más de 25.000 pesetas (de las de entonces) y otras 25.000 las dos noches de hotel. Con la comida del día anterior y la cena, como si fuéramos millonarios, en un solo día se había gastado la práctica totalidad del presupuesto. A la mañana siguiente, al ir a pagar las habitaciones el "tesorero" constató que no había efectivo suficiente para finalizar el viaje y optó por pagar el hotel con su tarjeta.
- No et preocupes, ja comptarem -dijo tranquilamente.
Salimos con destino Granada, también sin reserva alguna y con poco dinero. Afortunadamente todos los hoteles estaban llenos y solo pudimos encontrar, en un segundo piso sin ascensor, un Hostal con una una sola habitación disponible, pero en la que nos ofrecieron montar una cama supletoria. Decidimos aceptar y nos instalamos las dos parejas en una mísera habitación de camas amontonadas. Ocupamos el día visitando la Estación de esquí de Sierra Nevada, solo distante unos 30 Km. y la Alhambra, en la que hubo que hacer una hora de cola para el acceso y en la que nuestros amigos no quisieron participar. Tras la cena, deambulando por la noche granadina, aterrizamos en lo que parecía ser la sociedad privada de una de las cofradías. No se opusieron a nuestra entrada y, tras las oportunas consumiciones, nos sentamos junto a una tarima donde guapísimas muchachas bailaron sevillanas enfundadas en cortas y ajustadas minifaldas durante horas. El amigo y yo repetimos varias veces las consumiciones, embelesados con los tipazos de las féminas mientras nuestras mujeres, totalmente de morros y con razón, nos obligaron a marchar hacia el hotel. Poca "marcha" más hubo esa noche...
Al día siguiente, tras desayunar en un bar cercano, emprendimos el viaje de regreso. Tal como estaba previsto, había una parada más. Se trataba de comer en Alicante capital y allí que paramos pero, tras deambular un buen rato por el paseo marítimo de esa ciudad, el tesorero informó que solo quedaban unas 25 pesetas. Agotado el préstamo y el capital que llevábamos los componentes de la expedición, se imponía adquirir unos bocadillos a los que invitó mi mujer con el poco efectivo personal que le quedaba y sentados en aquel maravilloso paseo los colocamos entre pecho y espalda, tomando después el definitivo viaje de regreso. La conclusión de todo esto es que, bien administrado, el viaje empezó con dinero suficiente no para los tres días, si no para diez. Ni era necesario un hotel de super lujo en Córdoba, ni tampoco un cuchitril en Granada. Ni una comida de 25.000 pesetas en el "Caballo Rojo" de Córdoba ni un bocadillo en Alicante. Lo del bocadillo fue un castigo de mi mujer, ya que ella llevaba en la cartera más dinero del que dijo tener, pero ella dijo lo que dijo y yo, sabiéndolo, me callé. Porque los hombres... ¡de vez en cuando las dejamos mandar!. ¿O es al revés?. Sí, sí, creo que es al revés...
RAFAEL FABREGAT
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