Los "quintos" del 70 (nacidos en 1.949) ya estamos alistados. El sorteo me ha favorecido y realizaré el periodo de tres meses de instrucción en el CIR-7 de Bétera (Valencia) y la "mili" en el Regimiento de Infantería Tetual 14 de Castellón de la Plana.
Estamos a principios de Diciembre y, según nos han informado, el primer reemplazo, del que yo formo parte, saldrá hacia el Campamento de Bétera el día 10 de Enero. A las 8 de la mañana de ese día debemos presentarnos en la estación de RENFE de Castellón, con el petate que nos proporcionaron unos días antes en la Caja de Reclutas conteniendo todo aquello que creamos conveniente llevar. Los mandos están dejando entrever lo que será nuestro futuro más próximo. Órdenes sin sentido, formaciones sin necesidad y algunos aspavientos y amenazas que arrugan al personal. El tren está previsto que salga a las nueve y con la puntualidad que caracterizaba a RENFE por aquel entonces, a las diez todavía no ha llegado.
Lo hace, por fin, y marchamos hacia Valencia y posteriormente con camiones a Bétera, donde nos aprovisionan de ropa, ninguna a nuestra medida.
A la llegada al CIR-7, el teniente de la compañía nos da cinco minutos para ponernos el uniforme de diario. Con él ya se vislumbra que la primera novatada está hecha y como auténticos payasos vamos formando a la voz del teniente. Viendo el vergonzoso resultado que el uniforme da a nuestro cuerpo, los mandos ordenan nueva formación en cinco minutos más, esta vez con el uniforme de "bonito", nombre que se daba al uniforme de paseo. Nuevas carcajadas primero y maldiciones después a cargo de los mandos; a unos les caía el pantalón por los suelos y los otros no podían abrochárselo, las chaquetas ni te cuento. Para evitar complicados trámites se propuso que nos intercambiáramos la ropa unos con otros hasta encontrar la talla más aproximada a nuestra necesidad, pero el resultado aún dejaba mucho que desear.
Sin embargo nuestros superiores lo dieron por bueno y cada cual, en el primer permiso, tuvo que moverse para solucionarlo.
Yo tengo verdaderas ansias de que llegue ese primer permiso, pero por causas diferentes. La primera es que en el pueblo me espera la moza más guapa del lugar. Está "como un tren" y me muero por sus huesos y por todo lo que a éstos envuelve. Pero hay una cosa más...
Dos meses atrás, al comprobarse que en el sorteo de los mozos mi destino era Castellón, mis padres que jamás me compraron ni una simple bicicleta, han decidido tirar la casa por la ventana.
Una noche y tras la lectura novelística de rigor, me dice mi padre:
- Demà ens n'anirem el dos a Castelló amb la moto -anuncia.
- A Castelló? -repondo yo extrañado.
- Sí, anirem a comprar-te un cotxe -responde mi padre.
Jamás, en mi presencia, se había hablado de ello. Yo, perplejo, había quedado sin habla al tiempo que mis padres me miraban alborozados por la impresión causada. La reacción no tardó en producirse y la alegría estalló. No podía creérmelo. ¡un coche...! La mayoría de mis amigos habían tenido prontamente bicicleta y alguno de ellos ya tenía moto pero... ¿Un coche, yo?. ¡Estaré soñando! -me dije.
Sí, sí. La compra se llevó a cabo. Un Seat-600D de segunda mano (30.000 Km.) que les costó la friolera de 40.000 Ptas. (240 €) una fortuna para los pobres y mucho dinero para los ricos. Ninguno de mis amigos tenía coche, ni lo tuvo después. Aquello era el no va más, sobre todo para hacer alguna "escapadita" con la novia, aunque solo fuera bajo una higuera.
Tras el primer permiso yo ya regresé a Bétera con el "600". Era con diferencia el que más amigos tenía, el 600 quiero decir. Rafa, vamos allí; Rafa vamos allá... y Rafa, vanidoso como todos los jóvenes, se dejaba querer y accedía a sus peticiones.
A partir de ese momento hubo de establecerse un pequeño negocio, que no era tal. Los fines de semana con permiso, las cinco plazas del 600 estaban reservadas; Villareal, Burriana y Castellón eran lugares de parada y recogida y los "afortunados" que colaboraban en el llenado del depósito, lo que era de gran interés para mi escasa economía.
Mis padres me daban 200 Ptas. para toda la semana, lo que permitía las meriendas en tabernas cercanos al campamento y el no acudir a la asquerosa cena que en el campamento se preparaba. No era yo el único que faltaba a tales bazofias, pues a las meriendas no faltaba nadie y al rancho solo acudían cuatro desgraciados.
Nuestro oficial, un teniente de mala leche y excelente preparación física, tenía como interés fundamental que los reclutas a su cargo fueran los mejores en todo y especialmente en gimnasia. Yo, como todos los pueblerinos sin estudios, jamás había visto subir a nadie por una cuerda y menos todavía ninguno de los aparatos de gimnasia que allí se prepararon: anillas, caballo, potro, plinton...
El primer día el teniente fue tolerante. El 90% de los reclutas jamás habíamos visto dichos aparatos, solo los estudiantes de enseñanzas medias o superiores, que eran pocos. Solo cuatro se atrevieron a subir por la cuerda y pocos más los que saltaron los aparatos. La inmensa mayoría saltamos quedándonos sentados sobre los mismos, pero el teniente lo dio por bueno. Pero, ¡ay! el siguiente día no fue lo mismo y el oficial se empeñó en que todos debíamos saltarlo todo. Se dispusieron los aparatos en fila y también los reclutas que, cuando fallaban un aparato quedaban aparte para repetir el salto hasta hacerlo correctamente.
La criba fue dejando para el final a una docena de miserables, entre los que me encontraba. No es difícil imaginar las risas de los que tenían el trabajo hecho y el agobio de aquellos a los que se forzaba a realizar algo para lo que no estaban preparados. Al segundo intento y presionado por las amenazas del oficial, salté todo menos el caballo y quedaban diez para potro y caballo. Salté potro y miré al caballo con preocupación; aquello era muy largo y mi preparación física era nula, pero había que pasar el suplicio como fuera y cogiendo carrerilla salté con todas mis fuerzas y sin valorar riesgo, casi con los ojos cerrados. ¡Ayyy...! Gritaron todos los presentes enmudeciendo de estupor, con las manos en la cabeza. El coxis (rabet) había pasado a milímetros de la punta del caballo y embalado me había caído de bruces sin llegar a tocar suelo puesto que dos de mis compañeros me cogieron casi "al vuelo", evitando así que me cayera de morros en la dura tierra del patio de instrucción. Aplausos de la concurrencia... ¡Los otros nueve, a pesar de las maldiciones y amenazas del teniente, no lo saltaron jamás!.
El esfuerzo físico fue de tal magnitud que al día siguiente, cuando por la mañana fui a las letrinas (placa de porcelana cuyas huellas indicaban la posición exacta donde situarse para hacer las necesidades) sucedió algo que me asustó sobremanera. ¡No podía levantarme! Los jóvenes de hoy, todos en forma, difícilmente podrán comprender esta situación, pero quizás lo logren si les digo que todo el escaso trabajo que yo había hecho en mi vida, había sido sentado y mis piernas apenas si podían trasladarme de un sitio a otro y poco más.
Los tres meses pasaron pronto y vino la Jura de Bandera y quince días de permiso tras el que debía presentarme en el Cuartel de Castellón. ¡Aquellas dos semanas si que pasaron pronto!. Sin embargo, a pesar de mis miedos, lo de Castellón fue coser y cantar.
Me hice el Pase pernocta y cada día a la una del mediodía "la mili" finalizaba para mí. Una veces marchaba hacia el pueblo y otras me queda en Castellón en la casa de mi madrina, un viejo maset que estaba junto a la Venta del Borriolenc, en lo que hoy son terrenos de la Universidad. Hasta las ocho de la mañana del día siguiente quedaba libre como un pajarito, con mi 600 en la puerta y 100 Ptas. semanales para gastos. Con el traslado a Castellón y no habiendo gastos de manutención, la paga se había reducido a la mitad, pero era suficiente.
El primer día en Castellón formaron la compañía y pidieron un voluntario con carnet y coche. Yo, siguiendo los consejos paternos, silencio absoluto. Enseguida se supo que se trataba de recoger al capitán de la Compañía por las mañanas y a cambio quedaba uno librado de todos los servicios.
- ¡Hostia, quina ocasió que m´he perdut! -pensé maldiciendo mi suerte.
Al día siguiente, en la formación mañanera, volvieron a pedir otro voluntario con coche y entonces yo levanté la mano. Se trataba, esta vez, de recoger al subteniente de las oficinas y no te rebajaba de servicio alguno salvo, por cuestión de horario, de la gimnasia matutina.
- Serà posible tant mala sort! -dije para mis adentros.
Sin embargo la cosa no fue tan mal puesto que el subteniente, agradeciendo mis servicios de recogida, me propuso trabajar en la oficina lo que acepté encantado puesto que aquello si que me relevaba de cualquier servicio, incluso de la instrucción reglamentaria. Con el tiempo incluso llegué a extenderme pases especiales para salir del Cuartel antes del horario habitual.
La ventajosa situación apenas duró tres o cuatro meses. Como era costumbre en aquellos tiempos pronto llegó a la Compañía la relación de hijos de republicanos manifiestos. "Lista de sospechosos" se llamaba y por estar trabajando en las oficinas pronto vi que yo estaba incluido en ella. Al final de aquella relación se indicaba con claridad que todos los incluidos en ella no podían tener destino alguno. Dos días después el subteniente me dijo que lo sentía muchísimo pero tenía que dejar el destino de oficinas y volver a la rutina de la tropa. No tenía que preguntar el por qué, puesto que conocía el tema y me despedí quedando a su disposición para cuanto necesitara.
Ya en pleno verano un sorteo determinó que nuestra Compañía fuera destinada durante quince días a Peñíscola, donde se representaba la Historia y Leyendas del Papa Luna y para la que hacían falta un centenar de extras, justamente todos los soldados de una Compañía.
Para la representación, a cargo de la compañía de "Festivales de España", hacían falta soldados sobre todo, pero también criados y personal de la Curia. Yo, más gordito de lo normal, fui elegido para Obispo, claro que para eso tuve que quitarme el bigote, pero esto está relatado en la entrada que lleva como título el de la obra en cuestión. Si eres amante de la historia y especialmente de la vida y obra de Benedicto XIII léela; fue un personaje cuya historia merece la pena conocer. Es un poco extensa para quien no esté interesado en esta clase de temas y puede hacerse un poco pesado, pero resumir su historia en cinco o seis folios no es nada fácil.
Con esta entrada (0001- BLOG DEL ÚLTIMO CONDILL) inauguré el presente Blog y estoy francamente contento por la intensa recopilación de datos que me supuso y la síntesis que hice de tal cantidad de material. Pero, sigamos...
A finales de Noviembre, fiesta de la Inmaculada Concepción patrona de Infantería, nos visitaría el general de División de Valencia y en su honor se realizaría un desfile de carrozas. Cada Compañía tenía que aportar una y yo fui elegido para realizarla, dándome toda clase de ayudas materiales y humanas. Mosqueados por las presiones de un sargento que siempre quería que fuéramos rapados al cero, como era costumbre en él, pero habiéndose pasado éste a otra compañía, se me ocurrió que la carroza podía ser la barbería de nuestra Compañía, vacía y llena de telarañas y la de la otra compañía a la que este sargento se había trasladado, perfectamente limpia y con larga cola de soldados esperando para pelarse.
A pesar de las estrictas normas que entonces había, el capitán no prohibió la construcción de la carroza y ésta desfiló ante los ojos perplejos del General que preguntó el significado de la parodia. No haría falta decir que, clasificándonos en último lugar, no obtuvimos premio alguno. Tampoco hubo represalias, es más, cercana ya la Navidad fui llamado nuevamente por el capitán para construir el Belén de la Compañía, que también entraba en concurso y lo ganamos. La construcción fue un tanto peculiar.
Arrimado un gran "tablao" a una esquina del dormitorio de la Compañia y como si del alocado Dalí se tratara, me puse de espaldas a la tarima con un montón de botes de pintura de 20 kilos (naturalmente vacíos) y empecé a tirarlos de espaldas y sin mirar como y donde caían. Terminado el montón de botes, no menos de treinta, con un gran rollo de papel de envolver empecé a tapar toda la superficie de la tarima, exageradamente irregular por la cantidad de botes amontonados.
Pintado posteriormente el papel, la tarima quedó convertida en valles y montañas, donde las ovejas pacieron y por la vereda de cuyos ríos llegaron los Reyes Magos a la modesta cabaña donde Jesús había nacido.
Ingentes cantidades de musgo y cortezas de pino de la Pobla Tornesa que iba bajando cada mañana dieron mayor realismo y vistosidad al conjunto y, como he dicho antes, ganamos el primer premio para satisfacción y orgullo de mandos y "artistas".
Tras las fiestas navideñas, a mi Compañía le tocaba el servicio de dos meses rotativos en el Campamento de Montaña Negra, a unos 2 km. de distancia del cuartel. Dos meses en los que el Capitán de la Compañía lo era también de Intendencia. En nuestro caso hubo suerte puesto que era una bellísima persona y todo cuanto recibía era trasladado al disfrute de la tropa. Lo habitual era que se gastase la mitad del presupuesto o poco más y que el resto se lo embolsara el jefe de turno, pero no fue así en aquellos dos meses en que la comida fue excelente y hasta se tomaba café y copa.
Sin embargo las excelencias del capitán hicieron que nos relajáramos en demasía y un fin de semana que me tocaba servicio de cocina, tras la comida de mediodía del domingo, pacté con un compañero que no era pernocta que me hiciera el servicio de cena y marché hacia Cabanes para ver a la novia, regresando a la mañana del lunes. Apenas llegué ya me dijeron que el sargento había pasado revista la noche del domingo viendo que yo y algunos más habíamos marchado a casa abandonando el servicio. El pase pernocta me fue retirado durante ocho días y allí estuve recluido sin poder ir al pueblo, pero mi venganza estaba
maquinándose. El lunes de la semana siguiente, cuando ya pude marchar al pueblo tras el servicio matinal, mi primera visita (claro está) fue para la novia, pero el segundo me llevó a comprar pan, latas de conserva de diferentes tipos y unas garrafas de vino en la Bodega Cooperativa de Cabanes.
Yo ya tenía a mis compañeros avisados y aquel día cuando, tras la instrucción matinal llegó la hora del almuerzo, pocos fueron los que compraron el bocadillo a la cantina que explotaba el sargento de la Compañía. Todos nos encaminamos a mi 600, que tenía aparcado bajo uno de los algarrobos que allí abundaban y abrí el capó sacando las garrafas de vino, el pan y las conservas. Si en la cantina el bocadillo valía 7 Ptas., yo lo vendía a 5 y regalaba un vaso de vino. El primer día acudieron un 40% de los soldados a mi "cantina", el segundo el 80% y a partir del tercer día todos. Al sargento le sentaría aquello como un tiro, pero siendo libre el comprar o no el almuerzo en su cantina no hubo represalia alguna, aunque si malas caras. Pocos días después de aquel episodio y allí mismo en Montaña Negra nos licenciaron y allí quedó el susodicho sargento echando pestes y sin poder vengarse de la afrenta. No le dio tiempo.
Es que los Condill no somos malos, pero sí "molt cabuts".
RAFAEL FABREGAT
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