Un servidor es "quinto del 70", un vejestorio ya. El año 1.948, con un frío invernal del carajo, todas las mujeres de Cabanes en edad de procrear quedaron embarazadas. Nada extraño en una época en la que no había televisión, ni calefacción en las casas, ni puertas en las habitaciones. Tampoco la leña abundaba puesto que la escasa cantidad, recogida de la poda de los árboles de las exiguas propiedades, era el único combustible con el que guisar a lo largo de todo el año.
Porque entonces tampoco había cocinas eléctricas, ni de gas; apenas dos docenas de fogones de petróleo en las casas más pudientes de Cabanes y pare Ud. de contar, el resto guisaba con leña todas las comidas del día, todos los días del año... Buffff. Para mear y no echar gota. Durante el largo invierno y tras la preparación de la cena, solo un par de leños más podían ponerse en la chimenea.
- Tasca, en acabar-se a dormir -decía mi padre.
Tras la frugal cena, normalmente unas patatas hervidas con un trozo de repollo o unas acelgas y sin haber oído nunca hablar de lo que hoy se llama segundo plato, a falta del más elemental aparato de radio, mi madrastra sacaba una enorme caja de cartón que contenía una de aquellas novelas, de dos mil páginas o más, que unas décadas atrás estuvo de moda adquirir por fascículos de doce páginas cada uno. Las familias "bien" al acabar la colección los había encuadernado y tenía una magnífica novela de tres o cuatro volúmenes, pero ella (menos "bien") guardaba las más de dos mil páginas en aquella vieja caja de cartón, ya carcomida por las polillas. Las tres sillas se colocaban alrededor del fuego y, ante la falta de puertas antes referida, colocábamos una manta por encima de los respaldos de las sillas que, a modo de tabique, nos protegía las espaldas del frío reinante en la propia casa. De no llevar a cabo aquella simple operación, te quemabas por delante y te helabas por detrás. Y con aquel "invento" también...
Mi "tía" o yo éramos los lectores puesto que mi padre era prácticamente analfabeto. Uno leía en voz alta y los otros dos escuchaban la narración como la mejor de las radionovelas, entonces ya de moda para quien tenía aparato de radio. En muchas de aquellas veladas, de algo más de una hora de duración, eran frecuentes los apagones eléctricos, en cuyo caso todo estaba ya preparado. La duración exacta de la narración la imponía entonces el candil de aceite que teníamos como alternativa. Cuando se acababa el aceite que cabía en el pequeño receptáculo acababa la lectura y cada "mochuelo" marchaba hacia su "olivo", anexo a la cocina, comedor, salón y aseo... Je, je.
Por lo visto era entonces cuando se "fabricaban" los niños y en un invierno tan crudo como el de 1.948 antes referido, independientemente de los apagones que se produjeran, muchas de las fábricas se pusieron en marcha. A finales de la primavera ya todas las mujeres del pueblo lucían su flamante barriguita y todo eran comentarios al respecto. Al parecer mi padre tenía algo más de leña en el corral y empezó a fabricar algo más tarde, la prueba de ello es que antes de finalizar el año todas las mujeres habían ya parido; todas excepto mi madre y media docena más. Con esta coyuntura, a finales del año 1.948 hubo en Cabanes más de cincuenta nacimientos varones y en 1.949 solo siete que, naturalmente, se vieron doblados con otras tantas niñas.
El resultado de esta problemática se reflejó unos veinte años más tarde al realizarse la medición y reclutamiento de los mozos, para el Servicio Militar obligatorio. Siendo la recaudación conseguida la misma, los "quintos" del 69 (nacidos en 1.948) apenas tuvieron suficiente para festejar un día el reclutamiento, mientras que los del 70 (la mía) tuvimos para tres días y aún nos sobró dinero y comida.
El día de la citación acudimos a primera hora al Ayuntamiento para efectuar la medición, peso, talla, etc. y finalizados estos y otros requisitos nos fuimos todos los quintos a almorzar al bar...
- Rafael el de Castañes,
- Enrique el del Raconet,
- Danielet el de Mansano,
- Vicent el cuñat d'Ernestin el de Cona (este era foráneo) y un servidor,
- Rafael el de Condill.
Faltaron a la medición...
- Rodolfín el de Caragol (por vivir en Benicarló) y
- Perfecto Beltrán (Perfectín) y Artemiet el de Villanoveta, ambos en Castellón.
Por vivir fuera, estos tres últimos no fueron citados al Ayuntamiento de Cabanes y, por lo tanto, no participaron de la tradicional recogida de "limosnas", que siguió al almuerzo, ni de la comida posterior y demás celebraciones que, repito, duraron algo más de tres días.
El llamado Danielet participó del almuerzo y comida posterior, pero nada más.
Los otros cuatro, tras la comida, decidimos marchar a Castellón puesto que durante toda la semana se celebraba la Feria de Todos los Santos. Enrique y Rafael "el de castañes" sacaron las dos motos que se necesitaban al tiempo que un fina lluvia de agua-nieve empezó a caer sobre nosotros. Nadie tenía una buena chaqueta y menos todavía una pelliza (cazadora de piel) de motorista. Los dueños de las motos, ya conocedores del problema y de la solución, sugirieron la idea de colocarnos periódicos bajo el jersey, y acorazados por varias páginas del mismo emprendimos la marcha hacia la capital, al tiempo que la nevada crecía en importancia...
- Que fret fa collons! -dijo alguien.
- Va home va. ¡Quins homens te Franco! -respondimos los demás.
Dos potentes golpes de pedal y la Montesa de Enrique se puso en marcha al tiempo que Rafael "el de castañes" hizo lo propio con la Bultaco. Los cuatro, acorazados a base de hojas de periódico nos encaminamos hacia Castellón cuando ya la broza de las cunetas empieza a blanquear.
Como no podía ser de otra manera, la primera visita fue al Barrio Chino, calles adyacentes al Hospital Provincial, perfectamente surtidos los cuatros bares que había (Rosales, Sevilla, etc.) de prostitutas de edad no inferior a los 40-50 años, todas ellas con sobrepeso. ¡Quien hubiera pillado el material actual!. Parece ser que el jornal del chulo era escaso pero daba buena comida. Dos rondas por la zona y después a la Feria. La Cefetería Batiste, en el número 3 del Paseo Ribalta era el lugar de intendencia, buena comida y mejores cervezas y aperitivos.
Aparte las atracciones normales, en la Feria de la Magdalena (Parque de Ribalta) no faltaba nunca el Laberinto de Cristal, La mujer sin cuerpo y el Teatro Argentino, en cuya puerta graciosos charlatanes, a modo de gancho, imitaban a quienes actuaban en su interior. Fueron tres días memorables. Siete mil pesetas de presupuesto (una auténtica fortuna, en aquellos tiempos) que dieron para comidas, cenas, bailarinas y todo cuanto apeteció. Agotados los fondos, se impuso la vuelta al redil y todos marchamos hacia Cabanes comentando las experiencias vividas. Para los nacidos a primeros de año (yo uno de ellos) nos tocaba el primer reemplazo y la salida hacia el cuartel de reclutas era el diez de Enero. Había que ir mentalizándose y preparándose para todos los acontecimientos que sin duda habríamos de vivir. Lo que yo ignoraba era que, en los dos meses que faltaban, me esperaba una sorpresa con la que jamás me atreví a soñar... Pero eso lo escribiré mañana, que mi mujer ya tiene la paella sobre la mesa y eso no puede esperar. ¡Hasta mañana pues!.
RAFAEL FABREGAT