Al finalizar la Guerra Civil española (1.939) los españoles fueron clasificados en tres categorías:
1ª).- Los de derechas de toda la vida,
2ª).- Los indiferentes que, tras la contienda y habiendo ganado los de derechas, querían ser de la categoría primera y
3ª).- Los republicanos y comunistas manifiestos a los que había que "purgar", pues llevaban mucha "caspa" pegada a sus cuerpos.
Los primeros, ya se sabe, sin problemas.
Para los de la segunda categoría, un carnet de la Falange podía ser el más válido pasaporte para gozar de los privilegios que la primera categoría disfrutaba.
Para los de la tercera, el párroco del pueblo o algún amigo que formara parte de las autoridades locales, podían facilitar los avales que evitaran la cárcel o atenuaran sus consecuencias. De todas formas penalidades garantizadas y de difícil solución.
Un periódico nacional reflejaba en un par de chistes el miedo de los pobres a las autoridades de entonces...
- ¡Eh tú! ¿Qué llevas ahí? -increpa el guardia civil al lugareño.
- Yo... ¿Se refiere a lo que llevo en el saco? -responde el pueblerino.
El increpado deposita el saco en el suelo y empieza a desatar la cuerda que lo sujeta.
- Señor cabo, se trata de un aparato con motor de gasolina que lo metes dentro del pozo y saca agua para regar las verduras -responde el asustado labrador.
- Eso se llama bomba de agua -lo ilustra el guardia.
- Lo sé señor cabo, lo sé, pero si empiezo diciéndole que llevo una bomba... ¡igual no me deja acabar!.
En la década de los 60 aún se concedían títulos de maestro por "enchufe". Por muy burro que uno fuera, siempre podía ser "maestro de escuela" si tenía amistades afectas al régimen o bien relacionadas con los dirigentes de éste, siendo de gran valía quienes tenían amistad con algún librero o dueño de papelería. De ahí viene el siguiente chiste, que no hace más que recoger la realidad de las muchas titulaciones que entonces se repartían y que permitían al susodicho ser considerado de por vida como Don Fulanin, aunque no supiera hacer la O con un canuto...
- ¿Quien descubrió América? -pregunta el examinador.
- Francisco Franco -responde el futuro maestro.
- Mmmm... ¿Quién escribió el Quijote?.
- El Caudillo -responde el aspirante.
- Mmmm... ¿Quien pintó Las Meninas?
- El Generalísimo Franco.
- Me temo que no ha acertado Ud. ninguna pregunta -dice el presidente del tribunal.
- Y yo me temo que es Ud. algo rojillo -dice el aspirante a maestro.
El presidente del tribunal examinador reconsidera su postura y exclama...
- ¡Enhorabuena camarada!... ¡Ya es Ud. maestro nacional!.
Para ser maestro no era necesario ser un lince, sino tener cara dura y amistades... ¡Así salieron de bien educados los alumnos de tan ilustre generación de profesores obtusos!.
Para unos más que para otros la vida se endurece ante la pobreza general y los alimentos de primera necesidad empiezan a encontrar sucedáneos. El pan blanco se convierte en negro y las gachas ven sustituidos los garbanzos por otras legumbres que hasta entonces solo eran comida para bestias. Se raciona la gasolina y vuelven a salir los coches de gasógeno. Se inventa la ensalada de hierbas varias y se convierte en realidad lo del "gato por liebre".
En las capitales seguían exhibiéndose algunos espectáculos, pero ahora decentes. Los ombligos, destapados en tiempos de la II República, volvieron a taparse con plumas y lentejuelas que compensasen la falta de carne visible. Mucho brillo y poca luz.
La moda ya no viene de París, sino de donde el Obispado dictamine.
Los niños pueden ir con pantalones cortos o largos, pero las niñas han de llevar falda por debajo de las rodillas y una vez cumplidos los doce años medias o calcetines hasta la rodilla. Es la moda, impuesta.
Guardias y alguaciles municipales vigilan los parques públicos a la caza de las parejas de novios que se meten mano donde no deben.
Las mujeres deben abandonar los puestos de trabajo que las independizaba y volver al hogar para apaciguar las lujurias masculinas, atender las necesidades de la casa y criar a los hijos, cuantos más mejor, puesto que la Patria los necesita.
Además de patriota, la mujer debe esforzarse por estar atractiva para el marido, al objeto de que también él viva de forma recatada y no tenga que verse obligado a buscar fuera de casa lo que, según las buenas costumbres cristianas, debe hallarse dentro del hogar.
A la taberna, cuanto menos mejor.
Hasta para las putas de los prostíbulos específicos autorizados, prolíficos entonces debido al hambre imperante y única salida para mujeres desesperadas, se pusieron condiciones. Un perito nombrado por la autoridad competente visitaba las "casas de tolerancia", controlaba la sanidad de las instalaciones y que el personal cumpliera las exigencias mínimas necesarias: Las autorizadas, además de buena presencia, deberán saber decir, saber estar y saber escuchar.
Solo cumpliendo esas premisas serían aceptadas para poder entrar en la "nómina" de las 1.147 casas autorizadas en España para ese menester.
Hambrientos y fumadores hacen cola en los Ayuntamientos donde, si tienen todos los documentos en regla y el correspondiente certificado de buena conducta expedido por el párroco local, podrán adquirir previo pago aquello que consideren necesario.
Los fumadores incluso pueden elegir semanalmente entre dos paquetes de picadura o dos de cigarrillos. Naturalmente solo los varones; la mujer española, cristiana y decente, no fuma pues eso es vicio de putas. En Cabanes el racionamiento de tabaco apenas existe y los fumadores, aunque asustados por el peligro que supone desatender la normativa impuesta, siembran en fincas apartadas sus dos docenas de matas y fuman su propio tabaco, "xurro o bort", en la mayor parte de los casos.
Los niños, por muy de izquierdas que fueran sus padres, los domingos a misa y después "al rebañito", para estudiar el Catecismo.
Los bancos de la iglesia siempre repletos, hasta el punto que las mujeres tenían que llevar su asiento plegable, pues primero eran los hombres.
Cumplidas las obligaciones eclesiásticas ya podía uno ir a ver los "cuadritos" de la película de la tarde en el Cine Benavente y a casa a buscar la comida.
Las niñas lo mismo, o menos, ya que habían de ser aún más recatadas. Si no iban acompañadas...
Los tiempos no estaban para tonterías y detrás de cada uno de los cañizos que había en todas las puertas de las casas, cientos de ojos vigilaban sin cesar. Y que nadie dude que las autoridades pertinentes se enteraban de todo...
RAFAEL FABREGAT
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