La religión egipcia fue compleja y cambiante, pero perduró los más de 3.000 años que existió esta civilización adelantada a su tiempo. Los arqueólogos estiman su vigencia desde el año 3.150 a.C. y hasta su conquista a cargo del Imperio Romano el año 30 a.C., cuando el futuro emperador Octavio César Augusto derrocó a Cleopatra y Marco Antonio.
Hasta entonces la Religión cumplía todos los papeles que regían la vida de los egipcios. También los romanos eran politeistas pero de un modo más alejado de lo religioso. Creyentes más o menos interesados, los egipcios rendian culto a los dioses con un poder heredado (Heka) y que basaba su fuerza en la magia y la fuerza divina del universo.
Al fin y al cabo no era tan diferente a las religiones que tenemos en el mundo de 5.000 años después, pues los intereses de los sacerdotes que imparten las diferentes creencias son siempre los mismos. La cabeza visible de cada religión se autoproclama representante del Dios en la Tierra y como tal nos muestra el camino a seguir que a él le conviene. Por supuesto dicho cargo se asume a perpetuidad, con el beneplácito de los sacerdotes que han situado a esta persona en el poder y siempre a cambio de una serie de prebendas que los hace partícipes de esas mismas potestades.
Siendo el faraón el representante del poder absoluto, era también quien se autoproclamaba intermediario entre dioses y humanos. A tal fin, al morir el faraón éste era embalsamado y enterrado con todas sus riquezas para que nada le faltase en el más allá, lo cual motivaba que más pronto que tarde los ladrones profanasen su tumba y se llevaran todos aquellos tesoros.
En cuanto a las pirámides, éstas no tenían otra función que la de preservar al faraón y sus riquezas de las manos de los profanadores. Tras todo este ceremonial se nombraba nuevo faraón al sucesor directo y a ser posible consanguíneo, pasando el trono de padres a hijos o entre hermanos.
Considerados auténticos magos, los sacerdotes que asesoraban al faraón tenían tanto o más poder que él mismo, pues eran éstos quienes le aconsejaban los pasos a seguir ante cualquier problema, hasta el punto de poner en peligro su vida cuando no eran atendidas sus peticiones.
Considerándolo inmortal, diferentes libros sagrados contenían todo tipo de rituales y conjuros para que, aún después de muerto, el faraón mantuviera en el más allá poderes tras la muerte y por ese motivo era enterrado con riquezas y objetos con los que "vivir" holgadamente tras la muerte. Claro que los sacerdotes no creían en ellos...
Paradójicamente y cuando el saber está al alcance de cualquier estudioso del tema, vemos que las diferentes religiones del siglo XXI todavía siguen predicando cosas parecidas y teniendo sus adeptos. Y es que el miedo a la muerte impide a muchos pensar que este final sea definitivo.
RAFAEL FABREGAT