La gente habla del mercado según como le vaya. Cataluña está en este momento inmersa en su objetivo de conseguir la independencia de España y para conseguirla mueve toda clase de inmundicias que atraiga voluntades a su causa. Claro que tales inmundicias han de ser aquellas que embarren a sus enemigos y les deje a ellos como mártires impolutos. En todas partes cuecen habas y, aunque mártires los hay en cualquier parte del mundo, no es justamente Cataluña lugar de grandes penalidades ni de abusos por parte del gobierno central, tal como aseguran. Ocurre simplemente que esta región española ha gozado históricamente de grandes privilegios de toda índole y cuando éstos se vieron recortados por la crisis, al poder autonómico le dio por pensar que les estaban atracando descaradamente, cuando era la crisis la que mermaba sus beneficios.
Cuando una región es económicamente superior a las de su entorno, es lógico pensar que no les conviene para nada cargar con el lastre de alimentar a los menesterosos. Sus políticos son, en época de vacas flacas, los más perjudicados por ser los primeros que notan sequedad en la ubre que tan bien les ha amamantado durante los años de bonanza. El resultado es luchar por la independencia de un Estado perjudicial para sus intereses. No pudiendo luchar en una guerra abierta, sus armas son el insulto y el menosprecio a las regiones hermanas, así como la petición de unas libertades injustas y despreciables por ser muy superiores a las que se gozan en otras regiones. Claro que según quien mande, las cosas cambian. Los catalanes siempre han estado callados mientras el viento ha soplado a su favor pero, al primer soplo en contra, una parte de ellos quizás con poca memoria, claman por su independencia. Libertades de conveniencia, son las que piden.
Aún hoy, ya bien entrado el siglo XXI y cuando muchas voces reclaman que se elimine el monumento a Colón, por sus abusos con el pueblo amerindio, el Museo de Historia de Barcelona alberga el monumento en honor de Antonio López y López, primer marqués de Comillas, ilustre prohombre de la ciudad de Barcelona que hizo su fortuna con la trata de esclavos en las Antillas. Hasta ahora estaba en su plaza homónima. Dinero llama a dinero. Suegro de Eusebi Güell, mecenas de Antoni Gaudí e inspirador del famoso Parque Güell, al que fueron a parar una parte de aquellos dineros ganados con el negocio de la esclavitud. También el padre de Eusebi (Joan Güell i Ferrer) se había enriquecido con la trata de esclavos, pero rico y famoso también tiene su monumento en la Gran Vía de esa misma ciudad. La lista es interminable, pero la dejamos aquí puesto que son decenas los personajes de la alta sociedad, catalana o no, que se lucraron con ese miserable negocio.
A principios del siglo XVII se calcula que vivían en España unos 58.000 esclavos negros, número que fue bajando hasta su desaparición en la segunda mitad del siglo XIX. Tras la Reconquista era habitual en España que las familias pudientes tuvieran esclavos en las casas y más aún en las fincas de su propiedad. La corona de Aragón, una de las más influyentes, no eran ajenas a este comercio de esclavos y por lo tanto Cataluña y los reinos de Valencia y Mallorca eran punteros en el negocio. Tanto es así que se considera que en 1.609, cuando se decretó la expulsión de los moriscos, se incluyó una salvedad para los que fueran esclavos a fin de que éstos siguieran perteneciendo a sus dueños. El motivo no era otro que el desastre que suponía para la gente adinerada el tener que prescindir de esta mano de obra barata y tener que buscar ayuda de fuera, escasa y costosa.
Desde el siglo XVI al XIX Europa llegó a tener 18 millones de esclavos, de los que unos 700.000 ejercieron en la península ibérica. Durante esos tres siglos ver gente negra en los países europeos no era algo exótico, sino más bien habitual. Justamente Barcelona era puerto puntero del Mediterráneo occidental en el desembarque de esclavos. Los archivos catalanes dan buena cuenta de aquel vergonzoso comercio en el que se incluía, entre otras muchas mercancías, alrededor de 500 esclavos por cada barco y viaje. El valor de esta carga era de unas 17.000 libras, de las 40.000 que sumaba todo el transporte. Resulta chocante que en el momento actual y por un simple conflicto de intereses, una parte de la población catalana haya sido convencida del eslogan "España nos roba" cuando, en realidad, es la región más beneficiada económicamente y son justamente sus propios gobernantes quienes les están desplumando.
RAFAEL FABREGAT
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