Monumento a la hambruna de la patata. |
En el siglo XVI, con la llegada del protestantismo a Inglaterra, la nobleza se adueñó de las tierras trabajadas por los irlandeses, vetando que pudieran ser propietarios de las mismas. Y es que, en aquellos tiempos, los irlandeses eran agricultores analfabetos en su totalidad, con una esperanza de vida inferior a los 40 años y con la patata como único alimento con el que llenar el estómago. Con una tierra relativamente virgen y con un clima templado y húmedo la patata, introducida en el siglo XVI proveniente del Nuevo Mundo, tuvo una gran aceptación en tierras irlandesas y se convirtió en alimento principal de personas y animales. Aunque ya unidos con Gran Bretaña por medio del Acta de 1800, los irlandeses estaban mal considerados por Inglaterra que seguía aplicando las normas Kilkenny del siglo XIV.
No se autorizaban los matrimonios entre ingleses e irlandeses ni había ayudas para los enemigos de la Iglesia de Inglaterra. Mientras los estómagos estuvieron llenos, los irlandeses aceptaron las normas con resignación pero la desgracia quiso que en 1.845 el hongo del mildiu llegase a Irlanda y colonizase toda la isla con la ayuda del viento. Muy sensibles a este parásito las plantas quedaron sentenciadas de muerte y con ellas los agricultores que las producían. No habiendo apenas variabilidad genética, las plantaciones eran un monocultivo que permitió a la plaga extenderse con rapidez. Sin apoyo de la realeza británica y con este tubérculo como alimento exclusivo de la población, no hubo tiempo para reaccionar y más de un millón de personas murieron de hambre, mientras otras tantas malvivieron de la caridad.
La población de Irlanda quedó reducida a un 30% de lo que había sido hasta pocos meses antes ya que, los que pudieron embarcar, marcharon con destino principal a Estados Unidos y Canadá. Otros con menos posibles se expandieron por Europa. Nunca jamás una planta tan simple tuvo un poder tan destructivo, hasta el punto de cambiar el escenario cultural y político de un país. Como es fácil imaginar, los viajes al Nuevo Mundo no fueron fáciles y se calcula que unos 16.000 no llegaron a ver la "tierra prometida". Barcos viejos y abarrotados, sin condición higiénica alguna, fueron bautizados como "barcos ataud". No obstante, en el transcurso de los seis años siguientes a la plaga, más de 5.000 barcos zarparon hacia América hasta el punto de que en 1.850 el 25% de los habitantes de Nueva York eran irlandeses.
RAFAEL FABREGAT
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