¿Lo véis?. Yo casi tampoco, pero ahí está, no siempre encaramado sobre la roca, en medio de la nada como alguien pudiera pensar, sino también embutido dentro de ella. La ubicación no es tan extraña como pueda parecernos pues sus exiguos habitantes poco tienen pero nada les falta.
Fundada hacia el año 2000 a.C. toda precaución era poca en las desiertas tierras de Yemen, por las que deambulaban nómadas que vivían del pastoreo pero también de la rapiña de todo cuanto encontraban a su paso. El lugar no puede ser más inhóspito pero, rodeado por un río estacional, los lugareños aprendieron a recoger sus aguas y a guardarlas en amplias cisternas para sus necesidades anuales. El hambre aguza el ingenio y los habitantes de Al-Haid-Jazil no se quedaron atrás.
En la parte baja, a orillas del citado río seco que bordea el móntículo sobre el que se sitúa el pueblo, unos pequeños bancales de tierra fértil, producen una parte importante de la comida que necesitan los escasos habitantes.
En los días tormentosos que apenas hacen correr el agua por el escaso 'uadi' (riera), los habitantes de Al-Haid-Jazil se apresuran a meter el agua que pasa por el lecho en balsas excavadas por debajo de su nivel. Como auténtico tesoro, este agua servirá para las necesidades de la población y también para irrigar estos minúsculos campos.
El resultado no puede ser más exitoso. Con apenas dos días de lluvia al año, los habitantes de Al-Haid-Jazil tienen agua abundante para todo el año, comida para ellos y para sus animales y, por extensión, carne y leche para complementar una alimentación equilibrada que les proporciona excelente salud y larga vida. Con tiempo sobrante 'para todo' sus casas, aparentemente pobres, están construidas con ladrillos macizos y suelos de madera que los aísla del frío y del calor durante todo el año. En épocas anteriores, un pueblo construido sobre una roca de más de 100 metros de altura, debió ser prácticamente inexpugnable. No había riquezas que robar, pero sí alimentos y agua en abundancia, un auténtico tesoro en medio del desierto. Al atardecer, cuando apenas unas pocas casas quedan iluminadas por el sol, Al-Haid-Jazil adquiere un aspecto mágico e inolvidable.
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