La naturaleza no entiende de ética ni de moral. Cada planta, cada animal y por supuesto cada persona, va a lo suyo. Es algo instintivo, natural, una forma de sobrevivir. Se trata de lograr tus propios fines y, también por simple conveniencia, hacerlo siendo agradable a los demás. ¿Hipocresía?. Sin duda pero, cuando el papel está bien ejecutado, la hipocresía recibe el nombre de simpatía, algo agradable y muy bien aceptado por la sociedad. Algunas personas nacen con ese don, el de desenvolverse por la vida con esa simpatía natural, de la que se aprovechan para medrar sin esfuerzo. Ser simpático por naturaleza no quiere decir que carezcas de hipocresía, sino que te permites el lujo de aplicarla sin sacrificio.
Por simple cuestión natural es muy difícil, casi imposible, que un pillo sea antipático. El granuja sabe perfectamente que para lograr sus fines el primer paso es ganarse la confianza de los demás y, para conseguirlo, sirve cualquier cosa que provoque una sonrisa. Esto no quiere decir que los simpáticos sean golfos, ni mucho menos. Lo que ocurre es que los golfos siempre son personas simpáticas, pillos que buscan la manera de llevarte a su terreno, para darte el sablazo en la primera ocasión. Un antipático jamás podría conseguir ese objetivo, por muy malvadas que fueran sus intenciones. No tiene posibilidades. La oportunidad llega de la mano de la simpatía, de la palabra amable, de la hipocresía. Y hay que ser un gran actor para poder aplicarla de forma convincente.
Pillos o no la mayoría de la gente no puede aplicar estas enseñanzas, por la simple razón de que no son simpáticos ni buenos actores. La mayoría se quedan, nos quedamos, en un trato amable y hasta incluso cordial con la gente de nuestro entorno más próximo, que puede extenderse a las relaciones sociales con los demás, pero pare usted de contar. De ahí a ser simpático, por naturaleza o teatralidad, hay un trecho muy largo que son pocos los que pueden ejercerlo en condiciones. Digo esto porque nada hay más feo que hacerte el simpático sin serlo, o querer interpretar el teatro de la vida sin ser buen actor. Cuando esto sucede todos se dan cuenta y piensan para sus adentros: ¡que persona más falsa!, logrando con ello que sea peor el remedio que la enfermedad.
La simpatía abre todas las puertas, pero ha de ser natural o muy bien interpretada. ¿Cómo se consigue esto si no reúnes esas condiciones?. Pues de ninguna manera, simplemente no se consigue porque cada cual es como es. No se pueden pedir peras al olmo, pero tampoco hay que preocuparse demasiado por ello. No hay que desesperar. Buenas son las peras, pero para determinadas cosas el olmo también tiene sus aplicaciones, mejores incluso que las propias peras. Es mucho peor ser orgulloso y prepotente. Los que no son simpáticos también tienen sus admiradores. Cuando una persona tiene un problema personal, tener a su lado a un huraño puede ser incluso un favor. En ese momento uno no está para conversaciones triviales.
Anímense pues, las personas serias. Todos somos necesarios. Aunque olvidarnos un rato de los problemas siempre vaya bien, no vamos a estar todo el día riéndonos como tontos de lo difícil que es el día a día para muchos. Personalmente agradezco y mucho la palabra amable, el saludo cordial, la comprensión y la ecuanimidad. La hipocresía nunca ha sido plato de mi gusto, pero tampoco la prepotencia que tienen algunos cuando te miran de arriba abajo buscando en tu persona defectos que lucen en sus espaldas en cantidad. Es muy lamentable que, por cuatro días que estamos en este mundo, no podamos vivir todos en una mayor armonía. La caridad y el amarnos los unos a los otros es algo que, desgraciadamente, no ha estado muy presente en las enseñanzas recibidas.
RAFAEL FABREGAT
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