Dicha torre se ampliaría años más tarde con tal de dar cabida a una guarnición que velara por la integridad de la isla y de su torre. Consta que en 1425 el usufructuario de Cabrera, Bernat Zaragoza, firmaba un acuerdo con las autoridades del Reino de Mallorca para mantener una guarnición permanente en el nuevo Castillo de Cabrera a fin de proteger la isla de los ataques berberiscos. A pesar de tales previsiones, en 1510 dos galeras berberiscas atacaron la isla, apresando a los guardias del castillo y a 21 pescadores que vivían en las inmediaciones. Acto seguido destruyeron la torre, aunque una ayuda repentina de cristianos permitió liberar a los cautivos, huyendo los moros a toda prisa. Cuatro décadas más tarde, ya restaurado el Castillo de Cabrera, el corsario turco Turgut Reis desembarcó en la isla con 1500 hombres y derribó nuevamente el castillo tras apoderarse de todos sus cañones.
Según periodistas franceses de la época, la Isla de Cabrera fue utilizada por los españoles para mantener cautivos a los franceses derrotados en la Batalla de Bailén. Tras la victoria española en dicha batalla la suerte de los 18.000 prisioneros fue muy diversa. Mientras los oficiales y suboficiales fueron deportados a Francia, donde fueron cesados por cobardía por el propio Napoleón, unos 4.000 soldados fueron llevados a Canarias fundiéndose posteriormente con la población canaria. Fueron los más afortunados pues el resto, unos 9.000 quedaron aislados en Cabrera. Salieron de la bahía de Cádiz el 9 de Abril de 1809, con la previsión de un intercambio de prisioneros españoles en Francia, que finalmente no se aceptó, siendo "liberados" en la Isla de Cabrera.
Na hacía falta cárcel pues ésta era la propia isla. Cada cuatro días llegaba un suministro de víveres totalmente insuficiente. Debido a una fuerte tempestad que duró varios días, el envío se retrasó no pudiendo mandar comida durante ocho días. Los suministradores vieron estropeados los alimentos. Ante las naturales pérdidas, se negaron a retomar el suministro a los prisioneros. Tres meses se tardó en encontrar un nuevo barco que llevara comida a los prisioneros y cientos de ellos murieron de hambre. El cautiverio finalizó en 1814 al firmarse la paz entre ambos países. Para entonces quedaban vivas 3.600 personas, un 35% de los que llegaron. En recuerdo de los fallecidos se levantó un monolito en la isla.
A finales del siglo XIX la isla pasó a ser propiedad privada de una familia que quiso transformarla en grandioso viñedo, construyendo la correspondiente bodega que actualmente es el Museo de Cabrera. En 1916 la isla fue expropiada por el Ministerio de Defensa, al detectarse la presencia de submarinos alemanes con bandera austro-húngara. Se abonó a sus propietarios la cantidad de 362.148 pesetas (2.176,55 €). La presencia militar en la Isla de Cabrera desde 1916 ha permitido la conservación de su ecosistema, aunque en la segunda mitad del siglo XX fue utilizada como campo de tiro y maniobras. Ya próximos a la década de 1990 fue convertida en Parque Nacional Marítimo Terrestre.
RAFAEL FABREGAT
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