11 de mayo de 2015

1753- EL PROBLEMA DE DON FERNANDO.

Fernando VII fue rey de España desde la expulsión del intruso José Bonaparte (1808) hasta su muerte en 1833. Era hijo del rey Carlos IV y de María Luisa de Parma, aunque las malas lenguas aseguran que la relación marital entre los cónyuges era prácticamente nula y que posiblemente el padre del rey fuera el Conde de Godoy, valido del rey y muy especialmente de la reina. Los excelentes "trabajos" que Godoy llevó a cabo en la Corte le proporcionaron una carrera meteórica, pasando de hidalgo a duque y de ahí a capitán general y ministro. Pero hoy no vamos a detallar y menos discutir la genealogía de Fernando VII, sino del "gran problema" que sufría este monarca español.


María Antonia de Nápoles.
Se trataba nada menos que de una macrosomía genital, o sea: que la tenía muy grande, vaya. Tan grande, que sus tres primeras esposas no pudieron ni siquiera darle descendencia puesto que "aquello" no cabía allí donde tenía obligatoriamente que caber para poder procrear. Esto, naturalmente, es alguna broma de algún humorista chafardero puesto que sus dos primeras esposas quedaron embarazadas. La primera de ellas, María Antonia de Nápoles, tuvo dos abortos y la segunda, María Isabel de Braganza, tuvo una hija que solo vivió cuatro meses, muriendo posteriormente en su segundo embarazo. La tercera, María Josefa Amalia de Sajonia, efectivamente no tuvo descendencia y no la tuvo por el "problema" que arrastraba su esposo o, más bien, por culpa de la reina que le cogió miedo al "problema".
Finalmente, ya en cuartas nupcias, Fernando VII se casó con su sobrina María Cristina Dos-Sicilias, hija de su hermana María Isabel de Borbón y las "cosas" funcionaron con normalidad. 


María Isabel de Braganza.
El rey nunca imaginó que una de sus más duras luchas como rey de España había de ser la de situar a una mujer en el trono, pero así fueron las cosas puesto que con su esposa Cristina tuvo dos hijas, pero no el necesario hijo varón. Visto lo visto en su larga e infructuosa carrera por perpetuarse en el poder a través de unos descendientes que no pudieron llegar con tres esposas anteriores, Fernando VII aparcó lo de tener un hijo varón y se conformó con defender los derechos de su primogénita Isabel, derogando la Ley Sálica que impedía el acceso al trono a las féminas.
Mucho se habló del problema del rey en procrear y más aún teniendo en cuenta que el "problema" no era la falta, sino la sobra de "razones" para hacerlo. El médico y escritor francés Proper Merimée lo describió como "Totalmente extraño e inusual. Fino como una barra de lacre en su base y tan grueso como el puño en su extremidad". Claro, con semejantes y extrañas medidas, el "visitante" llamaba a la puerta pero no conseguía fácilmente entrar en el "castillo", doblándose por la retaguardia. Claro que a la cuarta llegó la vencida, de la mano de su sobrina María Cristina que tenía el puente levadizo de ancho mayor para que entrara más holgadamente la tropa. 


María Josefa Amalia de Saboya.
Y ¡zas!, dos niñas lozanas y de buen ver, sobre todo la primogénita Isabel, una rolliza mujerona que rondaba los 100 Kg. y los españoles que somos de lengua larga "le dieron al pico". Lo que debía ser asunto de lo más privado, trascendió primeramente entre los políticos y después al pueblo que pronto se tradujo en chascarrillos de toda índole. La correspondencia entre María Antonia de Nápoles y su madre Carolina de Austria, deja bien a las claras las serias dificultades de las relaciones sexuales entre los esposos y lo mismo sucedería con su segunda esposa María Isabel de Braganza, muerta en extrañas circunstancias ya que, durante el parto, creyéndola muerta los médicos procedieron a extraer el feto, momento en que la infortunada dio un agudo grito de dolor y reaccionó, pero murió desangrada. El feto nació muerto. La tercera esposa del rey fue María Josefa Amalia de Sajonia, de 15 años de edad. María Josefa había sido educada en un convento, lo cual no quiere decir que no supiera de las cosas del sexo pero, viendo tan descomunal "aparato" y ante las prisas del rey, el dolor le resultó insoportable y se negó a consumar el matrimonio. 


Tampoco al día siguiente y al otro y al otro, la reina quiso ni siquiera intentar lo que a todas luces intuía que no correspondía a su talla. Finalmente la Santa Sede, quizás ignorando lo del enorme tamaño del órgano viril de Fernando VII y pensando que el problema de la niña era que no había sido suficientemente instruida en las tareas del sexo, intervino para que aceptara como bueno lo que en teoría se suponía que ella pudiera ver como altamente pecaminoso. 
Una carta escrita con el puño y letra del Papa Pío VII llegó a palacio intentando convencer a la joven de las bondades del sexo en el matrimonio pero, por lo visto, los consejos papales no consiguieron convencerla. 
Diez años después, la reina moría de unas complicadas fiebres sin que hubiera quedado embarazada, siendo enterrada en el Panteón de los Infantes de El Escorial puesto que el Panteón de los Reyes estaba reservado a las reinas con descendencia.


Como se ha dicho anteriormente, toda esta problemática no se produjo con su cuarta esposa, la reina María Cristina Dos-Sicilias, de 23 años de edad y más avezada en las cosas del sexo, sea cual fuere el tamaño a "soportar". 
Cuca donde las hubiera y ya conocedora de la "problemática" de su esposo, cogió con interés, curiosidad y sumo gusto (!) lo que para otras supuso un problema y encargó la construcción de un artefacto consistente en una almohadilla perforada en el centro y por donde Fernando VII introducía el superlativo miembro que, con este invento, reducía el largo unos cuantos centímetros que era a su sabio entender lo único que podía causarle problemas. El grosor, casi como el puño, parece que no le molestaba a María Cristina, todo lo contrario. Y eso que parecía modosita... Por eso le dio dos hermosas hijas, una de las cuales reinaría en España como Isabel II.

RAFAEL FABREGAT 

2 comentarios:

  1. Pues, francamente, la historia me parece altamente instructiva y sería bueno abundar en otras por el estilo porque estoy seguro que por razones de esta índole o de índole parecida, las cosas que conocemos de la Historia son como son y no como debieran haber sido. Una idea. Otro día se nos podría ilustrar sobre las ricas y variadas experiencias sexuales de la reina Isabel II. Un abrazo

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  2. Hola Antonio. Efectivamente el tema sexual de Isabel II da para mucho, pero ese es otro tema que también tiene su "pincelada" en mi post 1747- LA CHUFA. ¿Lo has leído?. De todas formas ya te veo muy informado sobre este asunto. Pongo lo de Isabel II en mi listado de temas pendientes a desarrollar. Un abrazo.

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