Para nosotros, los occidentales, hablar de barro es hablar de cerámica, pero éste no es el tema que nos ocupa. En el día de hoy viajamos al País Otamari o de los Somba, africanos de la etnia de los Tamberma. Estamos pues al norte de Togo, concretamente en la sierra de Atakora y valles de Boukombé, frontera ya con Benin y Burkina-Faso.
Los Tamberma siempre vivieron en típicas chozas africanas pero a partir del siglo XVI, los continuos ataques de sus vecinos de Dahomey, procedentes de Benin, les obligaron a fortificarse. Mas que guerras eran simples escaramuzas, pero suficientes para mermar los escasos recursos de los Tamberma puesto que les robaban sus animales y hasta alguna de sus mujeres. El acoso constante de sus enemigos, les llevó a construir unas peculiares chozas de barro de carácter defensivo que les ha hecho famosos. Al mismo tiempo dejaron de vivir de forma aislada, reagrupándose en aldeas fortificadas en las que las viviendas están unidas entre sí a fin de combatir más eficazmente al enemigo.
Sin embargo aunque en principio eran construcciones orientadas a la defensa, pronto se descubrió que tenían cualidades óptimas para vivir de manera más cómoda y a salvo de las altas temperaturas propias de una zona ecuatorial.
La zona tiene alguna incidencia turística, lo cual no ha modificado las costumbres de este pueblo anclado en una primitiva forma de vida. A pesar de ser visitados por algunos turistas despistados, en la etnia de los Tamberma subsisten las rudas formas de vida y las costumbres ancestrales. Mientras los hombres cazan o hablan de sus cosas, fumando sus pipas de calabaza y amparados por la sombra de algún frondoso baobab, las mujeres trabajan bajo un sol abrasador todas las horas del día, sin tener voz ni voto en la casa y menos aún en la comunidad. Claro que esto no debe extrañarnos, pues es bastante común en todo el continente africano.
A partir del citado siglo XVI y de las invasiones vecinales frecuentes, las chozas se construyeron de barro mezclado con cañas y piedras y las pequeñas aldeas se reagruparon formando chozas comunes fortificadas e incluso almenadas, de tal manera que las paredes exteriores tienen un grosor de casi medio metro y una sola puerta de acceso a la comunidad. La mayor parte de los poblados tienen también almenas desde las que sus habitantes pueden vigilar desde lo alto la posible llegada de enemigos. En algunos puntos estas construcciones también están reagrupadas entre sí, formando núcleos mayores que también se unen por medio de una pared a modo de castillo medieval europeo.
Se las denomina "tatas", una fortificación que puede parecer ridícula actualmente pero que en siglos pasados les resultó de gran ayuda para protegerse de las tribus dominantes en la región. A los constructores se les llama "batammaribas", los maestros del barro. Aún siendo menores, las tatas podían tener un patio común interior y solían acoger a cuatro o cinco familias con un total de 25/30 habitantes. En épocas complicadas, el patio podía sustituirse por terrazas que servían de parapeto, trincheras y hasta refugios subterráneos donde guarecerse los niños mientras hombres y mujeres luchaban contra el enemigo. También hay troneras desde las que disparar flechas.
En tiempos de paz, este tipo de viviendas les protege de las altas temperaturas de la región y de las lluvias, motivo por el cual su construcción se ha mantenido en el tiempo. Esta protección térmica se ha demostrado efectiva especialmente para los niños, constatándose una mortalidad infantil muy inferior a la de otras tribus próximas que viven en chozas tradicionales. En estos países la religión predominante es la animista, por lo que se venera a las almas de sus difuntos y a los espíritus buenos y malos para que protejan las viviendas y a sus moradores. Su dios principal es Kuiye, el sol, por lo que la puerta se construye hacia el este. A la salida y a la puesta de sol los hombres oran y hacen todos los ritos a sus dioses en la parte alta de las "tatas".
Al norte está la sala donde las mujeres amamantan a los bebés y donde duermen las jóvenes que aún no han tenido hijos. Al sur están los hombres adultos. Al este está "el mundo terrenal" donde no tienen cabida los menores que no han alcanzado la pubertad. Los poblados suelen estar habitados por unas 400/500 personas y constan de unas 25 "tatas", que se construyen y reciben trabajos de mantenimiento en la época seca que suele ser de Diciembre a Febrero. Las mujeres y los niños preparan el barro. Para aumentar el frescor de las viviendas, suelen construirse próximas a los árboles. Cada nueva tata se construye con la misma calidad y servicios de protección como si estuvieran en guerra permanente.
RAFAEL FABREGAT
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