Extraña frase de Jesucristo para quienes creen en su bondad. Según se desprende de los escritos de Pablo de Tarso, Jesús no fue precisamente un pacifisca, por eso se lo cargaron. La Historia culpa de su muerte a los judíos, pero tampoco parece que fueran ellos los culpables de su crucifixión. Aquellos no eran precisamente tiempos de libertades y en una época en la que estaban totalmente prohibidas las reuniones de más de diez personas, Jesús concentraba en sus predicamentos a cientos de ellas. Estaba pues en el punto de mira de las autoridades romanas desde mucho tiempo atrás y el final se acercaba. Caifás alertó al Sanedrín de la gran cantidad de gente que concentraba el de Nazaret y de su desprecio al poder de Roma, con todo el peligro que eso acarreaba.
Se consideraba posible que sus arengas provocasen incluso alguna revolución que derivara en la muerte de cientos o miles de judíos. Jesús fue un revolucionario, un provocador contrario al orden establecido. Caifás, el Sumo Sacerdote judío, dice entonces unas palabras que quedaron escritas para la posteridad: "es bueno que un hombre muera por el pueblo y no que mueran tantos de la nación". No fue por tanto un proceso legal en firme contra Jesús, sino el convencimiento de que su muerte podía salvar muchas vidas. Esto viene a demostrar la gran relevancia que estaba experimentando la figura de Jesús y su poder de concentración de masas, algo que no podía agradar en modo alguno a los personajes que manejaban el poder y que debía corregirse para seguir viviendo en paz.
Se cree que en unas elecciones democráticas Jesús habría captado un 15% de los votos y eso era un peligro potencial para las autoridades romanas y también para los mercaderes a los que pocos días antes había expulsado del templo, amenazándoles con su destrucción. Puede decirse que en Jerusalén no despertaba tantas simpatías y que eran sus seguidores quienes alimentaban tales concentraciones de oyentes. Se preguntarán muchos por qué mataron a un personaje que predicaba el amor, pero es que esto no es del todo verdad. Jesús no era precisamente una persona dulce, sino todo lo contrario. Jesús era un personaje duro, una persona que se jugaba cada día la vida, defendiendo sus ideas, huyendo de la autoridad establecida día sí y otro también, perseguido día y noche como el revolucionario que era sin duda.
Algunos Evangelios pintan a Jesús con una docilidad que no era real. Jesús era un líder, un luchador nato contra la desigualdad y por lo tanto enemigo radical de quienes robaban incluso la comida de los pobres para aumentar sus beneficios. Como es natural, un personaje así no podía morir de viejo. Cuando llegó a Roma la noticia de su existencia y del número de gente que concentraba, se dispararon todas las alarmas. Había que detenerle, pero tampoco tiene ningún fundamento que las autoridades tuvieran ninguna necesidad de contar con un traidor que le señalara con el dedo, como se cuenta de Judas Iscariote. Demasiado sabían ya quien era Jesús y el peligro de revolución que estaba provocando con sus arengas. No hay argumentos para negar la figura de Judas, pero tampoco los hay para exaltarle.
Simple pincelada que necesitaban quienes narraron la historia y que cada cual puso de modo distinto. Tampoco hay ningún pasaje de los Evangelios que diga que Jesús condenase la violencia. Todo lo contrario. Jesús dice: "vende tu capa y compra espada".
Jesús no era pues pacifista, sino un conquistador de las libertades humanas y en lucha permanente contra tiranos y dictadores. Sus ideas podrían tacharse políticamente como de la izquierda más radical, ya que sus opiniones eran a favor de un reparto más justo de la riqueza. "Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de los Cielos". ¿No son estas palabras pruebas suficientes, de las ideas políticas de Jesús?. Es más, ni siquiera pasó por su cabeza fundar lo que se ha dado en llamar la Religión Cristiana. Jesús nunca pretendió formar una nueva religión, pero el hombre propone y Dios dispone...
Jesús era y se sentía judío. Su meta era reformar el Judaísmo haciéndolo más justo y más humano. Desgraciadamente murió por culpa de sus ideales, como han muerto millones de personas a lo largo de la Historia y sin que sus enseñanzas se cumplieran.
El Cristianismo fue muy posterior, tuvo decenas de fundadores y tardó en consolidarse más de 400 años tras la muerte de Jesús.
A la muerte del Maestro, los seguidores de Jesús no quisieron que todas sus enseñanzas quedaran en saco roto y se pusieron manos a la obra para que aquellas directrices siguieran consolidándose, sin embargo el resultado fue bastante distinto.
Lo predicado por el Maestro fue, como se ha dicho antes, una reforma del Judaísmo pero dos siglos después de su muerte el Cristianismo ya contaba con un estilo propio y con una serie de reglas que los judíos no compartían.
Fue entonces cuando nació el Cristianismo, una doctrina que poco tiene que ver con la figura y las enseñanzas de Jesús, pero que es la que ha llegado a nuestros días. Con sangre, como llegan todas las religiones.
Ni siquiera la reinterpretación que hizo Pablo de Tarso sería del agrado de Jesús de Nazaret puesto que, aunque judía, era una interpretación demasiado ideológica y apocalíptica para ser aceptada por el Maestro. Tampoco era similar a la de Pedro. Ambos se enfrentaron gravemente en Antioquía y dejaron de hablarse. Pedro ni siquiera estaba de acuerdo con Santiago el Mayor, hasta el punto de que éste tuvo que marchar de Jerusalén para evitar el enfrentamiento. Después de casi cinco siglos de la muerte de Jesús, todas sus ideas habían sido modificadas y adaptadas a las diferentes interpretaciones e intereses de unos y otros. El Cristianismo se había consolidado, pero Jesús había muerto para siempre. Ya lo dijo un sabio: "uno muere cuando se olvidan de ti, de tus palabras y sentimientos"...
RAFAEL FABREGAT
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