22 de septiembre de 2014

1521- LOS NÓMADAS ESTEPARIOS.

Entre los bosques ubicados al sur de la tundra siberiana y los fértiles valles que surgen en las regiones próximas al Índico, Asía es fundamentalmente tierra de estepas y desiertos. Sin embargo lo que a los occidentales pueda parecernos un territorio inhóspito siempre tuvo sus adeptos. Con una antigüedad no inferior a 5.000 años estas tribus esteparias nos dejaron una muestra de su historia y de su lucha diaria por sobrevivir. Lamentablemente, siendo sociedades nómadas, no nos dejaron evidencias físicas de ciudades, templos o monumentos, pero sí dejaron joyas labradas en toda clase de metales que demuestran su gusto por el arte.


La Historia les engloba fundamentalmente como "pueblos bárbaros" por el impacto que causaron entre las gentes sedentarias, dedicados a la agricultura y ganadería, de las regiones por las que pasaban. Las tribus nómadas, movilizadoras de grandes rebaños a lo largo de las estepas asiáticas, eran enemigos naturales de las comunidades sedentarias. Mientras agricultores y granjeros podían acumular recursos de un año para otro, las gentes nómadas no tienen otros bienes que aquellos de los que son portadores. La tentación de estos últimos por el pillaje pocas veces se veía frenada y el pastor itinerante se convertía a menudo en corsario de las estepas, hasta el punto de que podía segar la vida de sus opositores.


Estos movimientos migratorios fueron factor básico en el desarrollo de las comunidades asiáticas de Rusia, Asia Central y del Este. La historia de estas tribus nómadas es larga y compleja, pero de sus guerras y sus alianzas se crearon y destruyeron imperios que despues se llamaron Rusia, Mongolia o China, entre muchos otros. Claro que la fortaleza y determinación de aquellas gentes quedó frenada ante la aparición de cañones y mosquetes, contra los que las flechas de los arqueros montados a caballo poco tenían que hacer. Difícil es imaginar aquellas hordas de jinetes, ya no dedicados al pastoreo errante, sino a la conquista de mejores tierras y pastos a costa de desplazar a sus históricos dueños.



Vidas cortas pero fuertemente atadas a una lealtad que les brindaba la ilusión de ser premiados con el poder y una vida mejor para los suyos. La conformidad con la que sus ancestros habían vivido durante generaciones se vio de pronto truncada por la aventura de encontrar un mundo mejor, solo posible con el derramamiento de sangre propia y ajena. Indoeuropeos, mongoles y turcos se lanzaron a la conquista de otros pueblos, cuando no a la defensa de sus propias tierras. Turcos y Macedonios hacia las tierras de los Sakas y éstos, tras detener la expansión de Alejandro, hacia la Bactriana griega. La semilla de la guerra estaba sembrada y tendrían que pasar milenios hasta que los ánimos se calmaran. 


Los nómadas esteparios se habían desvanecido. Viejos, mujeres y niños quedaron cuidando el ganado, moviéndolo de un lado para otro en busca del mejor pasto posible, pero hasta allí llegaron los guerreros liderados por los kanes de Mongolia y Manchuria. La paz no estaba garantizada en ningún lugar del viejo continente. Fueron tiempos convulsos, donde la paz era una regalo efímero de los dioses, tan efímero como lo fue su legado para la Historia. En esos confines del mundo asiático, apenas quedan estructuras de aquellos tiempos. Tan apresurada carrera por ampliar las fronteras, no dejaba tiempo para construir templos ni ciudades. Era el peregrinaje de la guerra. 


Los nómadas eran gente de cultura muy básica. No eran pueblos, sino clanes, que medían su riqueza y posición aristocrática por las cabezas de ganado que poseían. La tierra era de de propiedad colectiva, de todos y de nadie. Era obligatorio tener un marcado carácter guerrero puesto que era legítimo robar las propiedades del enemigo. Para comer y evitar ser comido era necesario manejar perfectamente la espada y especialmente el arco y el caballo. La lucha se aprendía antes que el pastoreo y quien así no lo hacía no tenía el más mínimo futuro. Esta forma de vida les convirtió en grandes luchadores y en los mejores jinetes del mundo. El porqué de sus incursiones hacia Europa hay que buscarlo en la propia geografía. 


Como sucede con muchos negocios, el hecho de agrandase los asfixia. Más animales necesitaban más territorio. Al norte la taiga y la tundra; al sur los desiertos; al este las montañas Altai... Solo hacia el oeste podían dirigirse, en busca de las ricas praderas de Europa Oriental. La única forma de seguir creciendo era encaminarse hacia occidente. Pero su sistema de conquista, sin administración posterior, no era viable en un territorio tan poblado y acabaron siendo rechazados por las poblaciones sometidas, mucho más numerosas y de costumbres arraigadas. Su llegada, además de no aportar nada, significó un atraso para los países a los que llegaron.


Eran conquistadores parásitos. Absorbían la riqueza encontrada si aportar nada nuevo a los pueblos sometidos. Finalmente muchos de los atacantes acabaron integrados en aquellas civilizaciones occidentales de vida mucho más rica y completa. Otros volvieron a encontrarse con sus familias, en la tierra de sus antepasados. Demasiado divididos para compartir intereses comunes el empuje nómada acabó disolviéndose. El ciclo expansivo de los pueblos nómadas asiáticos había llegado a su fin. Nada aportaron a los lugares conquistados y finalmente la propia estructura de su mediocre forma de vida, acabó con ellos. Las aguas volvieron a sus cauces, al lugar del que nunca debieron haber salido.

RAFAEL FABREGAT

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