3 de enero de 2013

0888- EL AVENTURERO CANÍBAL.

Leopoldo II de Bélgica.
Corría el año 1.886 cuando Henry Morton Stanley, al servicio del rey belga Leopoldo II, comandó una expedición a las tierras africanas del Congo. 
El monarca dijo en su momento que tal expedición no llevaba otra intención que la de hacer llegar la fe y la civilización occidental a esa parte de África, silenciando sus verdaderos propósitos que eran los de reclamar para sí aquellas tierras. 
Al final de su vida el rey Leopoldo II, acuciado por los remordimientos de conciencia por un gobierno sin escrúpulos, aún dijo en su defensa que "la introducción de la religión cristiana en aquel territorio, apenas costó la muerte de setecientos negros y todos ellos como consecuencia de atacar a Stanley". 
Por lo visto no estaría muy arrepentido de nada de lo que hizo en su vida de tirano y dictador. 
En dicha expedición acompañaba a Stanley un buen número de caballeros y oficiales del ejército británico entre los cuales figuraba el desalmado James S. Jameson, aventurero caníbal objeto de la presente entrada. 

Henry Morton Stanley
El carnicero en cuestión era heredero de una importante fábrica de whisky escocés, un hijo de papá caprichoso y malcriado que llevó a cabo el acto más repugnante jamás realizado en cuantas expediciones se llevaron a cabo en aquellos tiempos de expansión colonial europea en tierras africanas, siempre propiciada por aventureros y mercenarios de bajo espíritu y muchas ambiciones ilegítimas. 
Los hechos se desarrollaron en 1.888 y en tierras que hoy forman parte de la actual República Democrática del Congo. 
El incompetente James S. Jameson, al mando de la columna de retaguardia (Rear Column) estaba más interesado en acostarse con las nativas que en impartir la más mínima disciplina entre sus hombres, con el resultado de una organización desastrosa y funesta. 
La misión de aquel momento era acudir en socorro de Emin Pashá Relief, médico alemán y gobernador de la región de Ecuatoria, asediado por los mahdistas. Las órdenes eran conseguir el objetivo sin mirar las vidas que costara.

James S. Jameson. 
Según las crónicas de la época, el tal James S. Jameson tenía dos hombres de confianza a sus órdenes: Assad Farran, un sirio con interesantes conocimientos de suahili que le hacía de intérprete y a un negro llamado Tipu Tip antiguo mercader de esclavos. El destacamento se encontraba en Ribakiba, un enclave comercial de esclavos y marfil a orillas del río Luluaba, al que se habían acercado en busca de porteadores. Es entonces cuando Jameson le dice a su intérprete que le gustaría ver a los caníbales de la zona en acción, al objeto de poder plasmarlo en sus dibujos. Para llevar a efecto su locura no se le ocurre otra cosa que comprar a un ser humano y entregárselo como presente. A cambio de seis pañuelos blancos, que había recibido pocos días antes de su esposa, adquiere a una niña de diez años y la manda a Farran para ofrecérsela a los caníbales, con la única petición de presenciar el acto y poder dibujarlo. Siguiendo sus órdenes Farran llevó a la niña y el mensaje a los salvajes: "La niña es un regalo del hombre blanco, que solo desea ver como se la comen". La escena, posteriormente descrita en la denuncia de Farran, fue atroz... 

Amarrada al tronco de un árbol la niña, sin pronunciar una sola palabra, pide ayuda y clemencia con los ojos sin que nadie le preste atención. La primera actuación de los caníbales es encender un gran fuego. Mientras Jameson realiza hasta seis bocetos diferentes del macabro suceso, que posteriormente pasaría a la acuarela, los salvajes comienzan el ritual propinándole dos machezados al vientre que le dejan los intestinos colgando. La niña muere lentamente, desangrada, mientras los caníbales afilan sus cuchillos sentados junto al árbol para después actuar con mayor precisión. La niña vive incrédula y horrorizada los últimos momentos de su vida sin grito ni gesto alguno, hasta que el último hálito escapa de su joven cuerpo y su cabeza cae sobre el cuerpo inánime. Afilados los cuchillos, los salvajes proceden a su despiece, como si de un animal se tratara, y llevan las diferentes partes al río que lavan concienzudamente para posteriormente asarlas y comerlas con fruición. Finalizados los hechos, el despiadado Jameson mostró los bocetos a sus hombres pidiendo su aprobación. Así de simple y macabra es la historia de este personaje sin escrúpulos.

En el escenario de esta salvaje historia se encuentra actualmente el pueblo congoleño de Lokundu, cuya iglesia (40 años después del suceso) vemos en la foto adjunta. El malvado James S. Jameson murió pocos meses después de este episodio a causa de unas fiebres, pero para entonces su traductor Assad Farran ya había presentado denuncia del macabro suceso a sus superiores, que desembocó en un juicio celebrado dos años más tarde y que tuvo amplio reflejo en toda la prensa europea de la época. En dicho juicio se enfrentaron la viuda de Jameson, dispuesta a limpiar el buen nombre de su esposo y el propio Henry Morton Stanley que, acusando a su oficial de desobediencia, deslealtad, deserción, cobardía y asesinato, deseaba se impartiera justicia para que su nombre no quedara asociado a tan repugnantes hechos, sucedidos en la expedición africana bajo su dirección. De hecho consiguió sus propósitos y así como James S. Jameson ha quedado para la Historia como un personaje cruel y sanguinario, Stanley fue nombrado en 1.899 Caballero de la Gran Cruz de la Orden del Baño, en reconocimiento a sus servicios al Imperio Británico en África.

RAFAEL FABREGAT

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