2 de enero de 2013

0887- LAS TERRAZAS DE YUAN-YANG.

Hablar de China ha sido siempre, por tratarse de un alimento fundamental y milenario, hablar de arroz. China no ha sido nunca lugar de prisas, pero tampoco de pausas. El trabajo de los chinos es metódico y constante, motivo por el cual conlleva rendimiento muy superior al de cualquier otra parte del mundo, donde todo se hace con prisas y pausas interminables. Esta foto de la derecha corresponde a la provincia china de Yunnan donde, desde tiempo inmemorial, los ancestros de la etnia Hanni cambiaron con tesón el agreste paisaje natural para domesticarlo, obligándole a trabajar a su servicio y necesidad. Con sus propias manos y luchando hasta la extenuación, aquellos primeros hombres artífices de cambio tan radical, convirtieron la selva en maravillosa tarjeta postal y en despensa inagotable.

A pesar del importante desnivel del terreno, diferentes acequias inundan de Octubre a Marzo los pequeños bancales de forma gradual y correlativa con una precisión matemática. Ni una sola gota de agua se desperdicia mientras haya un solo palmo de terreno sin inundar. Al final de cada parcela el agua pasa a la siguiente y de ésta a otras hasta que todas quedan cubiertas. Solo entonces el agua es desviada, dejándola correr por su cauce natural que llega al riachuelo que serpentea por el fondo del valle. 

A principios de Marzo los agricultores aran sus campos preparándolos para la siembra aunque, en estas tierras es habitual utilizar plantones que se han criado aparte. A partir de ese momento el color del paisaje cambia por completo y ya no dejará de hacerlo hasta el momento de su recolección. Con la siembra de plantones, el color marrón plateado de los campos cambia al verde pálido de los plantones recién insertados en la fértil tierra y la humedad y el calor reinante hacen crecer las plantas que con rapidez. 

Poco a poco el agua, que todo lo inunda, deja de verse y el verde manto del cultivo lo cubre todo. La selva apenas existe. Solo alguna pequeña zona pública o sin interés para su dueño sigue los designios de la naturaleza. El resto son magníficos arrozales, campos domesticados por el hombre. Grandiosas despensas que no solo alimentan y engrandecen al sacrificado agricultor, sino que incluso permiten al país una exportación con la que aumentar sus divisas y darle al contribuyente los servicios que precisa. 

El arroz es una planta de cultivo rápido en esta parte del mundo donde todas las condiciones le son favorables. En apenas tres meses la planta ha alcanzado su máximo esplendor, mostrando a los agricultores la magnífica cosecha que les aguarda. Con el peso del grano las espigas doblan la planta para alegría de sus productores. Sin embargo faltan aún un par de semanas en las que el grano alcanzará su máximo tamaño y lo endurecerá para permitir su cosecha y almacenaje. Llegado el mes de Junio los campos amarillean avisando de la proximidad de la cosecha. 

Por la pequeñez de la mayor parte de las parcelas, la siega suele hacerse a mano segando con hoz o guadaña. Es un trabajo duro que se hace en familia, ayudándose unos a otros y con el fin de convertir el trabajo en fiesta para todos. Posteriormente la mata se lleva en haces a la casa o a tierra firme donde el grano es separado de la paja y los sacos de mies son almacenados, unos para consumo propio y otros para su venta a comerciantes que se dedican a ese menester. Llega el momento del descanso y del placer de gozar de los frutos logrados. China es tierra de gente activa y sacrificada, respetuosa con sus dioses, amable con el visitante y piadosa con el necesitado. Al menos, así ha sido hasta hace bien poco. 

Claro que últimamente las cosas cambian a una velocidad inusitada e imparable. También allí llegará el consumismo de la cultura occidental y el despliegue de las banderas que piden derechos y olvidan obligaciones. Allí cambiará, como aquí lo hizo antes y las idílicas terrazas de arroz de Yuan-yang se abandonarán, buscando sus propietarios empleo en fábricas de ropa, de juguetes, de bolsos, o de plásticos de todos los colores y usos. Allí perderán la libertad y el aire puro de sus campos para convertirse en especie de "pollos de engorde", encerrados en naves industriales inmensas. La milenaria China será uno más de los países capitalistas del mundo. La única diferencia es que allí todo es grande y aunque grandes son sus beneficios, también lo serán prontamente sus problemas. Total, ¿para qué?. En las terrazas de Yuan-yang, o en el más importante polígono industrial de Pekín... Dentro de cien años, ¡todos calvos!. 

RAFAEL FABREGAT

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